En un mundo donde los humanos temen a los lobos y los lobos temen a su propia naturaleza, Rachel Montemayor despierta en un calabozo, atrapada entre dos identidades. A lo largo de su vida, ha luchado por controlar su lobo interior, pero ahora, en la víspera de ser vendida como esclava en la ceremonia de ascenso de Desmond, su destino parece sellado. Mientras las ofertas se lanzan como dagas en el aire, Rachel debe decidir: ¿se someterá a la vida de un objeto, o encontrará la fuerza para reclamar su libertad y desatar el poder que siempre ha llevado dentro?
¿Es Ethan un Villano o un Héroe Trágico?
¿Puede la cercanía sanar las heridas del pasado?
¿Es posible cambiar el corazón de un hombre frío como Ethan?
En un juego de traiciones, poder y autodescubrimiento, Rachel se embarcará en una lucha que podría redefinir no solo su vida, sino el equilibrio entre humanos y lobos.
Podrá Rachel descubrir: ¿Qué hay detrás de la fachada del 'hombre de corazón frío'?
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El Hombre de Corazón Frío
No podía quitarme de la cabeza la sensación del cuerpo de Rachel, tan delicado y frágil, presionado suavemente contra el mío mientras la envolvía en mi capa. Mientras el carruaje avanzaba hacia mi mansión, una mezcla extraña de satisfacción y preocupación se apoderaba de mí. Había logrado rescatar a una mujer de un destino oscuro, pero sabía que el camino que nos esperaba no sería fácil. El peso de mi responsabilidad se asentaba en mis hombros, y aunque sentía alivio por haberla salvado, la incertidumbre sobre el futuro me inquietaba.
Al llegar a mi gran mansión, las miradas de mis lobas y criadas me hicieron sentir una mezcla de incomodidad y satisfacción. Los murmullos despectivos resonaban en el aire como el sutil canto de serpientes.
— El "hombre de corazón frío" había traído a una mujer a casa…
Eso era lo que decían. ¿Acaso no sabían que la vida en este mundo distópico era una lucha constante por sobrevivir? En mis manos no solo sostenía a Rachel Montemayor; sostenía la vulnerabilidad hecha carne, un desafío en cada latido que provocaba un instinto protector que no sabía que existía en mí.
Mis lobas, las criadas más leales y de confianza, corrieron hacia mí en cuanto me vieron llegar. El aire se llenó de susurros, como un murmullo colectivo de comentarios furtivos. Hablaban de mí, "el hombre de corazón frío" que traía a una mujer, casi como si la consideraran un trofeo. Algunas mostraban interés, sus rostros iluminados por la curiosidad, mientras que otras mantenían una actitud escéptica. La mayoría ya conocía mi reputación: un hombre frío, calculador, impenetrable y arrogante. Ninguna de ellas había anticipado ver a una mujer en mis brazos, lo que hacía el momento aún más sorprendente.
— ¡Ethan! —llamó una de ellas, su voz temblando entre la sorpresa y la expectativa—. ¿Es… es ella?
— ¡Llévenla a los baños y vístanla bien! —ordené con firmeza, sin dar cabida a más preguntas. Sabía que, aunque mis palabras parecieran bruscas, eran necesarias. Rachel necesitaba cuidados, y aunque no había planeado ser su salvador, ahora era mi responsabilidad.
Mientras la llevaban, sentía el peso de las miradas sobre mi espalda. Hombres y mujeres en la casa murmuraban entre ellos, intercambiando comentarios que lograban colarse en mi consciencia. Pero en el fondo, sabía que varios anhelaban ver mi caída, deseaban que Rachel se convirtiera en una víctima más de mi insaciable locura. Sin dejar que esos pensamientos me distrajeran, me dirigí a mi habitación, decidido a enfrentar las consecuencias de mis acciones.
Mientras caminaba, veía a las criadas pasar a mi lado, compartiendo risitas nerviosas y susurrando entre sí, intrigadas por lo que esa joven significaría en mi vida. No les presté demasiada atención; estaba concentrado en la decisión que había tomado y en lo que debía hacer.
Me sumergí en un mar de tareas y responsabilidades que un príncipe heredero, destinado a convertirse en rey, debía cumplir. Me perdí en esos trabajos, tanto que apenas me di cuenta de que habían pasado casi dos horas. Y la carga de mis obligaciones me absorbió por completo.
De repente, mi mente se aclaró y recordé que tenía una nueva responsabilidad: cuidar de Rachel. Sin pensarlo mucho, me dirigí a su habitación. Al llegar, dudé un momento antes de entrar, pero finalmente lo hice. Dentro, vi a Rachel tendida en la cama, profundamente dormida. Su rostro presentaba moretones y cortes, huellas del sufrimiento que había soportado. Al ver esas marcas, algo en mi interior se agitó; sentí un impulso ferviente por hacer justicia, por sanarla, aunque solo fuera físicamente.
Era una sensación desconcertante, esa prisa que no podía controlar. A pesar de lo extraño de la situación, me acerqué a ella y tomé asiento a su lado, inclinándome ligeramente. Tenía una habilidad especial: mi saliva podía acelerar la curación de las heridas. Aunque nadie conocía este don oculto, una voz interior me insistía que no podía dejarla así, desprotegida y sufriendo. La urgencia por ayudarla crecía en mi interior, y su bienestar se convirtió en mi prioridad.
Me acerqué lentamente, dejando que mis dedos se deslicen suavemente sobre su piel marcada por cicatrices. Cerré los ojos y, inclinándome hacia ella, comencé a lamer con delicadeza las heridas. La experiencia era provocativa, casi como un secreto compartido entre nosotros, y aunque era un gesto necesario, no pude evitar responder al cálido encanto de su proximidad.
— ¿Qué crees que estás haciendo? —pronunció de repente, su voz resonando en el aire.
Rachel despertó abruptamente. Sus ojos se abrieron de golpe y se posaron en mí con una expresión de terror y furia. Sin previo aviso, levantó su mano y me abofeteó con fuerza. El sonido del impacto resonó en la habitación, como un trueno. Quedé atónito, dando un paso atrás, sorprendido por su reacción.
—¡Eres un pervertido! —gritó, su voz temblando entre la indignación y el miedo.
— ¿Pervertido? —repliqué, sintiendo la indignación arder dentro de mí. Ninguna mujer había tenido el valor de abofetearme antes. —¿Cómo te atreves? —exclamé, mostrando mi indignación—. Ninguna mujer antes había tenido la osadía de tocarme.
—Entonces seré la primera —respondió con desdén, encendiendo mi rabia.
— ¡Tú...! — exclamé, sintiendo una intensa irritación. Mis emociones estaban a flor de piel, y con un dedo tembloroso la señalé, subrayando mi enojo.
Salí de la habitación con determinación, cerrando la puerta de manera abrupta. Nunca había tenido paciencia para la insolencia, y mucho menos cuando provenía de alguien que, en lugar de mostrar gratitud, parecía ignorar el sacrificio que hice al rescatarla. Era el momento de recordar quién era realmente: Ethan Blackwood, un hombre calculador, frío y distante, que siempre había mantenido a raya sus emociones. Sin embargo, en mi interior comenzaba a gestarse un cambio inesperado, una transformación que ni siquiera yo podía prever, que amenazaba con alterar el orden que había establecido en mi vida.