LA ABOGADA DEL CAPO ITALIANO

Luigui llegó a su celda con pasos pesados, como si cada uno de ellos le recordara que aún no era libre. La resignación pesaba sobre sus hombros, la derrota lo oprimía, pero dentro de él, una ansiedad incontrolable crecía con cada minuto. Emma. Su nombre era un faro en medio de la oscuridad, la única certeza en su caos.

Dylan, su compañero de celda, lo miró desde su cama con una mezcla de incredulidad y diversión. ¿Ese era el temido Luigui Cardona? ¿Ese hombre que imponía respeto con solo entrar en una habitación? Porque lo que veía ahora no tenía nada que ver con el mafioso que todos temían.

—¿De qué te ríes? —preguntó Luigui, frotándose las palmas de las manos en un intento de calmarse.

Dylan soltó una carcajada y se levantó con lentitud, caminando hasta quedar a su lado. Se cruzó de brazos y miró por la pequeña ventana enrejada de la celda.

—De tu cara de imbécil, amigo.

Luigui resopló, pero no pudo evitar que una media sonrisa se asomara en su rostro.

—¿Ah, sí? ¿Y cómo se supone que es la cara de un imbécil?

—Así como la tuya —respondió Dylan, dándole una palmada en la espalda—. En serio, nunca pensé que el gran Luigui Cardona terminaría dominado por una mujer.

Luigui giró el rostro para mirarlo de frente, con los ojos oscuros brillando con determinación.

—No es cualquier mujer… Es Emma mi Emma.

Dylan bajó la mirada un instante, exhalando un suspiro.

—Supongo que lo entiendo… —murmuró—. Al menos tú tienes a alguien allá afuera luchando por ti.

Hubo un silencio incómodo, de esos que pesan más que las palabras. Dylan se apoyó en la pared y dejó caer la cabeza hacia atrás, cerrando los ojos.

—Piensa en que pronto saldrás de aquí, Luigui. Serás libre, amigo. Y eso es lo mejor que te puede pasar en estos momentos.

Luigui lo miró con atención, notando la tristeza oculta en sus palabras.

—¿Y tú? ¿Cuánto tiempo llevas aquí?

Dylan sonrió con amargura.

—Dos años. Dos jodidos años. Nadie me representó, tampoco tuve un juicio justo. Solo me declararon culpable y me enviaron aquí como si mi vida no valiera nada.

Luigui frunció el ceño y apretó los puños con rabia.

—Eso es una mierda.

—Sí… lo es —susurró Dylan, limpiando con el dorso de la mano una lágrima rebelde que se escapó sin permiso.

Luigui no dudó. Le puso una mano firme en el hombro y le habló con seguridad.

—Mañana le diré a Emma que se encargue de tu caso. Voy a sacarte de aquí, Dylan. Te lo prometo, amigo.

Dylan lo miró con sorpresa y luego sonrió con sinceridad, una sonrisa real, algo que no había hecho en mucho tiempo.

—Gracias, Luigui.

Cerró los ojos por un segundo y luego los abrió, iluminados por una chispa de esperanza.

—Te imaginas… salir de aquí. Lo primero que haría sería comerme una hamburguesa enorme, con papas y un batido de chocolate. Luego conseguiría un trabajo decente… algo que me permita ayudar a mi mamá.

—Vas a hacerlo, Dylan. Te lo aseguro.

Los dos se quedaron en silencio, mirando a través de la pequeña ventana, soñando con el día en que esa cárcel quedaría atrás.

En otro lugar

Emma llegó al aeropuerto con la respiración entrecortada y el corazón acelerado. Justo a tiempo—susurro mirando la hora en su reloj.

Cuando llegó a la puerta del avión, Rebecca la esperaba con los brazos cruzados y una expresión de diversión en el rostro.

—Pensé que te habías arrepentido, hermanita.

Emma sonrió y se inclinó un poco para recuperar el aliento.

—Jamás me arrepentiría. Se me olvidaron los anillos.

Rebecca la observó con incredulidad mientras Emma caminaba hasta su asiento y se abrochaba el cinturón.

—Eres increíble. Con todo lo que está pasando, todavía tienes cabeza para pensar en eso.

Emma se encogió de hombros, acomodando su bolso en su regazo.

—Luigui va a salir de la cárcel, como mi esposo . Y cuando eso pase… quiero que todo esté listo.

Rebecca la miró con una mezcla de admiración y ternura. Sabía que Emma haría lo imposible por Luigui, que no descansaría hasta verlo libre, pero también que aprovecharía la oportunidad de amarrar a Luigui a su vida.

—Josephe y Edward ya vienen —murmuró, mirando su reloj.

Emma suspiró, impaciente.

—No entiendo por qué se demoran tanto. Unos hombres tenían que ser, —susurro Emma con una expresión divertida.

Apenas terminó de decirlo, la puerta del avión se abrió de golpe y los dos llegaron corriendo, jadeando por el esfuerzo. Josephe cargaba las maletas mientras Edward sujetaba con fuerza una gruesa carpeta.

—¡Lo logramos! —exclamó Edward, levantando la carpeta como si fuera un trofeo.

Rebecca sonrió y sacudió la cabeza.

—Siempre dejando todo para última hora.

Josephe se dejó caer en su asiento y cerró los ojos con dramatismo.

—El tráfico fue una pesadilla.

Edward, sin prestar atención a las quejas, le extendió la carpeta a Emma.

—Aquí está todo lo que necesitamos para sacar a Luigui.

Emma tomó la carpeta con manos temblorosas y empezó a revisar los documentos. Sus ojos se iluminaron cuando encontró lo que buscaba.

—Esto es perfecto… con estas pruebas, el juez no tendrá opción más que liberarlo.

Rebecca la observó en silencio y luego le tomó la mano con suavidad.

—Todo va a salir bien, Emma.

Emma asintió, pero en su interior el nerviosismo no desaparecía. No podía respirar tranquila hasta que lo viera con sus propios ojos, hasta que Luigui estuviera fuera de esa celda.

El avión despegó poco después, dejando atrás la ciudad.

Durante el vuelo, Emma apenas pudo relajarse. Miraba constantemente por la ventana, su mente viajando mucho más rápido que el avión.

—¿No vas a dormir un poco? —preguntó Rebecca, notando su inquietud.

Emma negó con la cabeza.

—No puedo. Cada minuto que pasa me acerca más a él.

Rebecca suspiró y apoyó su cabeza en el respaldo del asiento.

—Eres terca, pero te entiendo. Luigui también debe estar volviéndose loco por estar encerrado que al menos acepto tus servicios como abogada.

Edward, sentado a su lado, intervino con un tono tranquilo.

—No tienes de qué preocuparte. Tenemos pruebas sólidas.

Emma exhaló lentamente, intentando calmarse.

—Lo sé… pero no quiero confiar hasta que todo esto termine.

El vuelo continuó en una calma tensa, como si todos estuvieran ansiosos por saber que va a pasar al final entre Emma y Luigui .

Horas después, el anuncio del piloto los sacó de sus pensamientos.

—Pasajeros, en breve aterrizaremos en Cancún.

Emma cerró los ojos por un momento, sintiendo una oleada de emociones recorriendo todo su cuerpo.

Habían llegado.

Había llegado el momento de volver a ver a Luigui...

Continuara...