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ENTRE PLUMAS Y DESEOS

ENTRE PLUMAS Y DESEOS

Status: En proceso
Genre:Comedia / Amor prohibido / Amor a primera vista / Oficina / Aventura Urbana / Jefe en problemas
Popularitas:993
Nilai: 5
nombre de autor: Cam D. Wilder

¿Qué pasa cuando tu oficina se convierte en un campo de batalla entre risas, deseo y emociones que no puedes ignorar?

Sofía Vidal nunca pensó que un simple trabajo en una revista cambiaría su vida. Pero entre reuniones caóticas, sabotajes inesperados y un jefe que parece sacado de sus fantasías más atrevidas, sus días pronto estarán llenos de sorpresas.

Martín Alcázar es un hombre de reglas. Siempre profesional, siempre en control... hasta que Sofía entra en su mundo con su torpeza encantadora y su mirada desafiante. ¿Qué sucede cuando una chispa se convierte en un incendio que nadie puede apagar?

"Entre Plumas y Deseos" es una comedia romántica llena de tensión sexual, momentos hilarantes y personajes inolvidables. Una historia donde las plumas vuelan, los corazones se tambalean y las pasiones estallan en los momentos menos esperados.

Atrévete a entrar a un mundo donde el humor y el erotismo se mezclan con los giros inesperados del amor.

NovelToon tiene autorización de Cam D. Wilder para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Un Juego Silencioso

Desde su rincón estratégico en la redacción de Estilo Porteño, Vanessa Torres clavaba la mirada en la escena con la aparente indiferencia de una gata observando a dos ratones juguetear al borde de su guarida. Su escritorio, un bastión de orden dentro del caos creativo, estaba inundado de pruebas de imprenta, notas adhesivas con frases subrayadas en rojo y el humeante café negro que llevaba horas ignorando. Las uñas de Vanessa —esmaltadas en un tono granate severo— tamborileaban sobre la madera lacada, siguiendo el ritmo de sus pensamientos. Había aprendido, tras quince años en el periodismo de farándula, que la verdadera información nunca estaba en los titulares, sino en los silencios entre las palabras.  

A su alrededor, la redacción respiraba con el pulso febril de las tres de la tarde: teclados martilleaban como metralletas, teléfonos trinaban interrumpiendo conversaciones a medias, y los diseñadores —con sus laptops abiertas como altares modernos— discutían acalorados sobre si el dorado o el cobre dominarían la portada de diciembre. El aire era una mezcla espesa de café arábigo, perfume de toner caliente y el aroma ácido del papel de diario recién salido de la rotativa. Un practicante tropezó con un fajo de revistas viejas, maldiciendo en voz baja, mientras una editora de moda gritaba por el teléfono sobre un vestido que nunca llegaría a tiempo.  

Pero Vanessa no parpadeó. Su atención estaba anclada en el dúo que, sin intercambiar una sola palabra, escribía la crónica social más jugosa de la semana. O quizás del año.  

Sofía y Martín.

Los veía desde hacía varios días cerca a una semana, y cada día el guion se volvía más intrigante. Ahora mismo, Martín se inclinaba sobre el escritorio de ella con la excusa de revisar un archivo que ambos sabían que no necesitaba revisión. Su brazo rozaba el de Sofía al señalar algo en la pantalla, y Vanessa notó cómo los dedos de él se tensaban levemente contra el borde de la mesa. Sofía, por su parte, mantenía la mirada clavada en el monitor, las mejillas teñidas de un rosa apenas perceptible bajo el brillo LED. Pero sus manos —ah, las manos nunca mienten— traicionaban el juego: una hilacha del suéter desteñido que llevaba enredado en los dedos, retorciéndose y soltándose en un ciclo nervioso.  

Vanessa sonrió por primera vez en horas, aunque el gesto no llegó a sus ojos. Conocía bien esta coreografía. La había visto repetirse en cafeterías de oficina, en pasillos de hoteles durante coberturas de eventos, incluso en el set de fotos donde un modelo y una maquillista habían protagonizado un escándalo que luego vendió medio millón de ejemplares. El "me acerco, pero no tanto" era un clásico. Un tango de miradas que se esquivan y sonrisas que se niegan a sí mismas. Pero esta vez... esta vez había un matiz distinto.  

Martín Alcázar no actuaba como los otros. No lanzaba flores retóricas en reuniones, no buscaba excusas para invitarla a tomar algo después del trabajo, no se deshacía en cumplidos obvios. En lugar de eso, avanzaba con la precisión de un jugador de ajedrez que disfruta más del jaque continuo que del jaque mate. Hoy había dejado caer un bolígrafo cerca de su escritorio solo para recogerlo con una lentitud calculada, rozando sin querer el borde de su falda. Ayer, "olvidó" su chaqueta en la silla de ella, forzándola a devolvérsela con una mirada entre exasperada y divertida. Y hace cuatro días, durante la reunión editorial, había deslizado un comentario sobre el artículo de Sofía con una admiración tan genuina que hasta el jefe de redacción alzó una ceja.  

Sofía, en cambio, era una tormenta contenida. Jugaba a la defensiva, sí, pero con una estrategia que Vanessa no terminaba de descifrar. Respondía a las provocaciones de Martín con silencios cargados, miradas que duraban medio segundo más de lo necesario, y una manera de morderse el labio inferior que podía interpretarse como irritación... o anticipación. Como si parte de ella ansiara que él cruzara una línea invisible, mientras la otra mitad se preparaba para huir.  

Vanessa tomó un sorbo de café frío, haciendo una mueca al notar el sabor amargo. Algo no encajaba. Martín no tenía el aura de quien busca un trofeo rápido. Había una intensidad contenida en sus gestos, una forma de mirar a Sofía cuando creía que nadie lo notaba —desde la puerta del baño, al fondo del ascensor— que hablaba de algo más profundo que un coqueteo casual. Y Sofía... Sofía era un rompecabezas. Sus risas falsas en las fiestas de la revista, sus excusas para quedarse trabajando hasta tarde los días que Martín también retrasaba su salida, esa cicatriz casi invisible en la muñeca que siempre cubría con pulseras de plata.  

El teléfono de Vanessa vibró, interrumpiendo sus cavilaciones. Un mensaje de su asistente: "La entrevista con el diseñador italiano se confirmó para mañana. ¿Quiere que reserve el restaurante?". Lo ignoró. En su lugar, abrió el cajón superior de su escritorio y sacó una libreta de cuero gastado. En la primera página, escrita con su letra angulosa, una lista de nombres y fechas. Los últimos cinco romances office que había documentado —y, en tres casos, destapado— para la sección de chismes.  

Alzó la vista justo a tiempo para ver cómo Martín pasaba detrás de la silla de Sofía. Su mano se posó un instante en el respaldo, lo bastante cerca para que los dedos casi rozaran su hombro. Sofía no se volvió, pero su espalda se arqueó levemente, como un gato al sentir una corriente de aire caliente.  

Vanessa anotó algo en la libreta, subrayándolo dos veces. "Primera semana: intensidad crece, pero sin avance físico. ¿Miedo? ¿Estrategia? ¿Algo del pasado?".  

Cerró el cuaderno con un golpe seco. El hechizo se rompería pronto —siempre lo hacía—, pero por primera vez en años, no estaba segura de quién saldría victorioso. O de si, quizás, esta historia terminaría con ambos perdiendo algo más que su orgullo.

Exhaló con frustración y tamborileó los dedos sobre su escritorio, haciendo resonar la tapa de una libreta con la cadencia de un metrónomo impaciente.

Desde el otro extremo de la sala, un editor discutía con un fotógrafo sobre el cierre de una nota de moda, mientras Sergio Montenegro, con su energía inagotable, cruzaba la redacción con un café en una mano y un fajo de papeles en la otra, ladrándole instrucciones a medio equipo. Las luces blancas y despiadadas iluminaban cada rincón, reflejándose en las pantallas y haciendo que la redacción pareciera siempre un poco más despierta de lo humanamente soportable.

Pero Vanessa no se concentraba en el trabajo.

Sabía que Martín era un hombre al que no le costaba conseguir lo que quería. Lo había visto conquistar mujeres con la misma facilidad con la que cerraba una negociación publicitaria: rápido, eficiente, sin dejar cabos sueltos. Y sin embargo, ahí estaba, enredado en un juego con Sofía, una mujer que ni siquiera intentaba seducirlo.

No le gustaba sentirse fuera de control.

Intentó convencerse de que solo le molestaba la distracción en la oficina, el ruido sutil pero constante que generaban esas miradas furtivas y los roces aparentemente accidentales. Pero lo cierto era que había algo en todo esto que la carcomía.

Lo que menos le gustaba era admitir que, por primera vez, no estaba segura de quién ganaría esta partida. Y eso, para alguien como ella, era inaceptable.

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Ana Karen Gascon
Hola cómo están
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