El Despertar De Luna: En Las Manos Del Enemigo

...|| Rachel Rouge||...

...Rachel Montemayor ...

Desperté en un ambiente sombrío y lleno de humedad, sintiendo cómo mi mente estaba envuelta en una neblina de recuerdos confusos y difusos. La persona que había sido, Rachel Rouge, ya no existía; mi antigua identidad como química se había desvanecido por completo. En su lugar, me enfrentaba a la cruda realidad de mi nueva vida. Ahora era conocida como Rachel Montemayor, una joven que había permanecido atrapada en un oscuro calabozo, sin poder liberar a mi lobo interior desde que cumplí 24 años. La sensación de encierro y la angustia de haber estado restringida durante tanto tiempo me consumían, marcando un nuevo capítulo en mi existencia, uno lleno de misterios y anhelos por lo que había perdido.

Con cada segundo que transcurría, los recuerdos de mi vida pasada comenzaron a invadir mi mente, como un torrente desbordante que no podía ser contenido. Imágenes claras y vívidas de laboratorios llenos de frascos y tubos de ensayo se entrelazaban con fórmulas químicas complejas que había estudiado y que ahora parecían flotar ante mis ojos. A la par, surgían instantes de mi infancia, momentos llenos de risas y juegos, junto a la calidez de mi familia, todo esto contrastando con la profunda sensación de conexión que había perdido con mi lobo, mi compañero fiel. El dolor de la transformación que estaba atravesando se hacía cada vez más intenso y abrumador, como si mi cabeza estuviera a punto de estallar, incapaz de soportar la amalgama de recuerdos y emociones que llenaban mi ser.

— ¿Qué me está pasando? —susurré, llevándome las manos a las sienes, tratando de calmar el caos en mi mente.

Con el transcurso de los segundos, los recuerdos comenzaron a fijarse en mi mente, y la cruda realidad de mi situación se tornó clara y desalentadora. Tenía la certeza de que pronto vendrían a buscarme con la intención de ofrecerme como esclava. Era consciente de que Desmond, el líder de la manada, había ideado un plan para venderme en un mercado negro que tendría lugar durante la ceremonia de ascenso de Desmond como nuevo alfa. La simple idea de ser tratada como un mero objeto, despojada de mi dignidad y libertad, me invadió con un profundo terror que helaba mi interior. Sin embargo, a pesar del miedo que me invadía, no estaba dispuesta a retroceder. Para mí, la palabra rendirme era un término completamente ajeno, algo que no estaba en mi vocabulario y que no contemplaba como opción.

— Así que este es el juego, ¿verdad? — exclamé con una risa irónica en mis labios — Vamos a ver qué tan bien juegas, Desmond, porque a partir de este momento, tu vida se convertirá en un auténtico infierno.

Rememoré las narraciones que había oído acerca de la ceremonia. Se trataba de un evento en el que los alfas exhibían su dominio y autoridad, un espectáculo en el que se demostraba quién era el más fuerte. Desmond, en particular, tenía la intención de utilizarme como un trofeo para aquel que estuviera dispuesto a pagar más. La mera idea de ser tratada como un simple objeto a la venta despertaba en mí una profunda sensación de ira y una firme determinación de no dejarme someter. No permitiría que mi valía fuera reducida a un precio en una transacción.

El eco de pasos retumbó en el pasillo, creando una atmósfera tensa y ominosa. Desmond apareció en la escena, luciendo una sonrisa llena de arrogancia y seguridad, que dejaba claro que se sentía en control de la situación. A su lado, un grupo de hombres lo seguía, todos ellos armados con cadenas y cuerdas, lo que solo intensificó la inquietud que ya comenzaba a apoderarse de mí. Un escalofrío helado recorrió mi espalda, como si una sombra oscura se hubiera instalado en mi interior. Sin embargo, decidí no oponer resistencia; me mantuve quieta, sin mostrar ni el más mínimo signo de temor, ni siquiera por un segundo.

Cuando la puerta del calabozo se entreabrió, Desmond hizo su aparición, luciendo una sonrisa desbordante de arrogancia que dejaba entrever un aire de superioridad.

— ¿Estás lista para tu nuevo hogar, Rachel? —pronunció con tono despreocupado, como si se estuviera refiriendo a un mero objeto, desprovisto de emociones o sentimientos.

Me enderecé, sintiendo la fuerza que había emergido en mi interior. — Estoy más que lista —respondí con determinación, mientras una amplia sonrisa se dibujaba en mi rostro, lista para enfrentar lo que me deparara el destino. Disfrutaba el hecho de haber logrado dañar, una vez más, su arrogante orgullo.

Desmond, visiblemente irritado por mis palabras, me dirigió una mirada repleta de desdén. Sus ojos, ardientes y cargados de desprecio, parecían querer desgarrar mi rostro con sus propias manos en un acceso de rabia descontrolada. Su expresión era un claro reflejo de una profunda furia combinada con un intenso desprecio, evidenciando la ira que lo consumía en ese instante. Cada rasgo de su rostro emanaba una energía agresiva y hostil, como si toda su frustración y enojo estuvieran concentrados en ese instante, listos para estallar.

— Vamos a ver cuánto tiempo puedes sostener esa arrogancia y cuánto tiempo crees que podrás resistir — dijo Desmond, empleando un tono firme que indicaba sin lugar a dudas que no había cabida para el debate.

Mientras me llevaban hacia la ceremonia, sentía como si estuviera inmersa en un sueño del cual no lograba despertar. Los ecos de mi vida pasada se mezclaban con la dura realidad de mi nueva existencia, creando un torbellino de emociones y pensamientos en mi mente. A medida que avanzábamos, recuerdos vívidos y nostálgicos se entrelazaban con imágenes del presente, haciéndome sentir como una sombra de mí misma, atrapada entre lo que había sido y lo que me aguardaba.

Una parte de mí anhelaba rebelarse, luchar contra el destino que me habían impuesto y encontrar una forma de recuperar el control de mi vida. Sin embargo, en paralelo, otra parte de mí se dejaba llevar por la corriente, aceptando mi futuro con una dolorosa resignación. Esa lucha interna creaba en mi pecho un nudo de contradicciones: el deseo de escapar y al mismo tiempo una profunda sensación de impotencia ante la inevitabilidad de mi situación. Así, mientras avanzaba hacia lo desconocido, me sentía como una hoja arrastrada por el viento, sin poder decidir mi rumbo.

— Soy Rachel Montemayor... — me repetí en la mente, intentando infundir valentía en esta nueva identidad que llevaba conmigo. — No permitiré que me derroten tan fácilmente.