Imagina un mundo donde lo virtual y lo real se entrelazan, y tu supervivencia depende de tu habilidad para adaptarte.
Aquí conoceremos a Soma Shiro, un joven gamer que recibe un misterioso paquete que lo transporta a NightRage. En este mundo, debe asumir el papel de guerrero, aunque con una peculiaridad, lleva una espada atorada en la boca.
NightRage no parece ser solo un juego, sino un desafío extremo que pone a prueba sus límites y su capacidad para confiar en los demás. ¿Logrará Shiro encontrar la salida, o quedará atrapado en este mundo para siempre?
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Capítulo 10
Pero Elizabeth no se detuvo. Con un grito de furia, saltó hacia el monstruo y colocó sus dedos en punta sobre la cabeza de la criatura, como si formara una cuchilla improvisada. El monstruo se río a carcajadas, pensando que los débiles dedos de la maga no podrían dañarlo.
—¡Patética! —gruñó el monstruo, y la agarró por la cintura, clavándole sus garras afiladas en la carne.
Elizabeth soltó un grito de dolor, pero en lugar de rendirse, gritó su última habilidad:
—¡Frozen Fingers!
De repente, la mano de Elizabeth, que tocaba el cráneo del monstruo, comenzó a brillar con una luz azulada y fría. Un poder helado se formó alrededor de sus dedos y, en cuestión de segundos, enormes picos de hielo comenzaron a
emerger de su mano. El hielo se clavó directamente en el cráneo del monstruo con un sonido desgarrador, perforando su piel y atravesando su cabeza como una lanza.
La risa del monstruo se transformó en un grito de agonía mientras la sangre brotaba a borbotones, cubriendo la escena de rojo. El cuerpo de la bestia se convulsionó antes de desplomarse sobre el suelo, dejando un charco de sangre alrededor de su cadáver.
Elizabeth, jadeando y con los ojos llenos de lágrimas, se soltó del cuerpo sin vida del monstruo. Ella sangraba por las heridas en su cintura, pero sabía que tenía que moverse rápido.
Sacó una de las pociones de curación de su bolsillo y la bebió rápidamente, sintiendo cómo el líquido mágico cerraba sus heridas. Luego, usó una poción de maná para reponer algo de energía. Finalmente se dejó caer, jadeando y tratando de calmarse.
En lo que respecta a Sagi, este se detuvo. En lugar de lanzarse al ataque, decidió observar con más
detenimiento. Entonces lo vio, el nombre del ente flotando sobre su cabeza, "Sideralia, guía de la luz extinta", estaba en color blanco. Sabía que había visto ese nombre antes, pero no lograba recordar donde, Pero había otra cosa particular en el color de su nombre
—Blanco...— pensó Sagi.
Sabía lo que significaba, la criatura no era hostil, al menos no todavía. Entendía que quizás, sus acciones determinarían si se convertía en una
aliada o enemiga. Este conocimiento se debía a que para él los colores de los personajes, comúnmente, en los MMORPG funcionaban así.
Con eso en mente, bajó la guardia y apartó su mirada, intentando no parecer amenazante.
Sideralia lo observó con curiosidad y sonrió de nuevo.
—Interesante... —murmuró, con ese tono tranquilizador, pero lleno de misterio —puedo escuchar tus pensamientos… —exclamo.
La revelación lo dejó atónito.
—¿Puede escucharme? —pensó, y la sorpresa lo dejó congelado por un momento ya que Sideralia asintió suavemente.
—Sí, puedo oírte —continuó ella, con una sonrisa delicada—. Tienes una voz hermosa, ¿sabes? Qué pena que no puedas usarla por culpa de esa espada.
Sagi, sin poder contener su frustración, señalo su
espada y gritó en su mente.
—¿Puedes ayudarme con esto?
Sideralia soltó una pequeña risa, y aunque no era cruel, había algo en su tono que la hacía parecer indiferente a su sufrimiento.
—Eso no depende de mí —respondió.
Sagi frunció el ceño. Había algo más en su voz, algo que lo inquietaba profundamente.
—Y sé que tú no perteneces a este mundo, Shiro —añadió Sideralia.
El corazón de Sagi se detuvo por un momento.
—¿Cómo sabes eso?
Estaba claro que esta criatura sabía más de lo que parecía.
—Oh, sé muchas cosas —dijo Sideralia con una pequeña sonrisa, casi condescendiente —Y me apena verte en este estado. Eres un guerrero con gran potencial.
Sideralia extendió sus manos, y de su pelaje, que parecía un paisaje vivo, empezaron a surgir espadas de todos los tipos y formas. Grandes, pequeñas,
anchas, delgadas, con hojas rectas y curvas, algunas iluminadas por una luz dorada, otras con pequeños rayos chispeando a su alrededor. Era un espectáculo impresionante.
—Mira esto, niño —dijo Sideralia —Escoge una. Te ofrezco cualquiera de estas espadas. Puedes llevarte la que más te guste y seguir tu camino. Pero te advierto... cada una de estas espadas tiene una maldición. Una que no podrás
deshacer. Sumado a eso, te darán el poder necesario para pasar esta mazmorra sin problemas.
Las espadas flotaban a su alrededor, iluminando todo el campo con una belleza peligrosa. Para Sagi, era como estar en el paraíso. Las espadas lo fascinaban, y su mente empezó a divagar, recordando sus primeras aventuras en
videojuegos, cuando pasaba horas eligiendo el arma perfecta.
Sus ojos brillaban con emoción. Pero entonces, se detuvo.
—Espera un momento... —pensó. Por algo estoy aquí, con esta...“maldición”. No necesito otra.
Sideralia observaba en silencio, intrigada por la reacción de Sagi. Él bajó la cabeza, como si reflexionara sobre lo que acababa de pensar, y entonces, con una mirada de absoluta determinación, gritó en su mente.
—¡No necesito ninguna de tus espadas! Ya llevo una maldición conmigo, encontraré mi propia espada cuando sea el momento.
Sideralia se sorprendió, pero no de forma negativa. En su rostro apareció una sonrisa más sincera, casi maternal. Las espadas comenzaron a desaparecer, una por una, mientras el campo de flores y todo lo que lo rodeaba empezaba a
contraerse hacia ella, como si estuviera absorbiendo todo el paisaje.
—Tienes razón, niño —dijo Sideralia, su voz suave y etérea—. Tienes un buen corazón. No me defraudes.
De repente, todo desapareció. Sagi despertó, como si todo hubiera sido un sueño. Estaba de pie en el mismo lugar donde había caído, mirando hacia los agujeros donde habían desaparecido Tsukasa y Elizabeth. El lugar seguía oscuro
y tenebroso, pero ya no había rastro del extraño campo de flores ni de Sideralia.
Frente a él apareció un mensaje flotante:
"Buena afinidad con Sideralia, guía de la luz extinta."
Sagi miró su inventario y vio una nueva adición: una pequeña runa/piedra que brillaba débilmente. La tomó en su mano, preguntándose qué hacer con ella, pero por el momento decidió guardarla de nuevo.
—Que miedo, pensé que era mi fin... —pensó.
Sin perder más tiempo, se lanzo hacia uno de los agujeros en el suelo, con la esperanza de encontrar a Tsukasa y Elizabeth.