Matrimonio de conveniencia: Engañarme durante tres meses
Aitana Reyes creyó que el amor de su vida sería su refugio, pero terminó siendo su tormenta. Casada con Ezra Montiel, un empresario millonario y emocionalmente ausente, su matrimonio no fue más que un contrato frío, sellado por intereses familiares y promesas rotas. Durante tres largos meses, Aitana vivió entre desprecios, infidelidades y silencios que gritaban más que cualquier palabra.
Ahora, el juego ha cambiado. Aitana no está dispuesta a seguir siendo la víctima. Con un vestido rojo, una mirada desafiante y una nueva fuerza en el corazón, se enfrenta a su esposo, a su amante, y a todo aquel que se atreva a subestimarla. Entre la humillación, el deseo, la venganza y un pasado que regresa con nombre propio —Elías—, comienza una guerra emocional donde cada movimiento puede destruir... o liberar.
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Capítulo 3 - Parte 2: El Pacto del Dolor
Capítulo 3 - Parte 2: El Pacto del Dolor
Ezra alzó una ceja, irritado, mientras cruzaba los brazos con gesto arrogante.
—¿Una propuesta? —repitió, sarcástico—. ¿Ahora das órdenes?
Aitana no se intimidó. Dio un paso al frente, dejando apenas unos centímetros entre ellos. Lo miró con una firmeza nueva, esa que solo se adquiere cuando una mujer ya no tiene nada que perder.
—Si realmente quieres terminar con este matrimonio, si de verdad te estorbo tanto, tendrás que hacer algo antes. No pienso darte el divorcio... no tan fácil.
Ezra frunció el ceño.
—¿Qué quieres a cambio?
Ella lo sostuvo con la mirada. Su voz salió casi en un susurro, pero cada palabra llevaba filo:
—Finge amarme por tres meses.
El silencio que siguió fue denso. Ezra parpadeó como si no hubiera escuchado bien.
—¿Qué dijiste?
—Lo que oíste —repitió Aitana, esta vez más firme—. Solo tres meses. Quiero que me hagas sentir especial. Quiero cenas, flores, sonrisas falsas si quieres… pero reales para los demás. Quiero que me lleves a los eventos de la constructora como si fuera tu prioridad, que trabajemos juntos, que me beses frente a tus padres, que me abraces frente a los demás. Y lo más importante… —tragó saliva—…sexo. Tres veces por semana.
Ezra la miró con incredulidad. Luego soltó una carcajada seca, como si lo que acababa de escuchar fuera el colmo del absurdo.
—¡No estamos para juegos, Aitana! —espetó—. Mis padres están abajo esperando y tú vienes con este circo…
—Entonces no los hagas esperar más… —interrumpió ella con ironía—. Acepta mi propuesta.
Ezra avanzó hacia ella, su mirada encendida de rabia.
—¿Qué ganas con todo esto?
Aitana sostuvo su mirada. Su rostro estaba tranquilo, pero por dentro su alma temblaba.
—No te importa —le respondió—. Solo dime si aceptas o no. Porque el tiempo se agota.
Ezra tensó la mandíbula. En su interior, el odio y el desconcierto se entremezclaban con algo más peligroso: miedo a perder el control. Aitana, esa mujer a la que antes ignoraba con frialdad, ahora le hablaba con una fuerza que lo descolocaba.
—¡Tonterías! —gruñó—. No quiero besarte, ni tocarte. ¡No quiero! —escupió con desprecio.
Aquello fue una puñalada. Aitana sintió cómo el corazón se le encogía, pero no mostró debilidad. Ya había llorado demasiado.
—Entonces arregla tu asunto —le dijo con frialdad—. No pienso perder más mi tiempo contigo.
Giró para salir, pero Ezra la sujetó del brazo y la empujó de nuevo contra la pared. Los ojos de ambos se encontraron. Ella respiraba agitada, y él parecía más confundido que nunca.
—¿Solo tres meses? —preguntó él entre dientes.
—Sí —respondió sin titubear.
—Que sean tres malditos meses… —dijo finalmente—. Pero el sexo será solo una vez por semana.
Aitana lo miró fijamente.
—Dos veces —exigió—. Y no quiero volver a saber que llevas a esa mujer a la empresa. Me haces quedar en ridículo. Que sea la última vez, Ezra, o esta vez le diré toda la verdad a tus padres. Les diré cómo me humillaste, cómo me rompiste.
Ezra apretó los puños, furioso.
—¡Eres peor de lo que pensé! ¡Te odio aún más! —gruñó con los dientes apretados, y salió de la habitación con pasos firmes, dejándola sola.
Y cuando Aitana se quedó sola, se desplomó en el suelo, abrazándose las piernas como si eso pudiera sostener el dolor que la desbordaba.
Porque el hombre que ama no solo no la ama… sino que la odia.
Y aún así, su corazón sigue latiendo por él.
Un corazón masoquista.
Un corazón que ahora, al menos por tres meses… fingirá no estar roto.