En mi vida pasada, mi nombre era sinónimo de vanidad y egoísmo. Fui un error para la corona, una arrogante que se ganó el odio de cada habitante de mi reino.
A los quince años, mi destino se selló con un compromiso político: la promesa de un matrimonio con el Príncipe Esteban del reino vecino, un pacto forzado para unir tierras y coronas. Él, sin embargo, ya había entregado su corazón a una joven del pueblo, una relación que sus padres se negaron a aceptar, condenándolo a un enlace conmigo.
Viví cinco años más bajo la sombra de ese odio. Cinco años hasta que mi vida llegó a su brutal final.
Fui sentenciada, y cuando me enviaron "al otro mundo", resultó ser una descripción terriblemente literal.
Ahora, mi alma ha sido transplantada. Desperté en el cuerpo de una tonta incapaz de defenderse de los maltratos de su propia familia. No tengo fácil este nuevo comienzo, pero hay una cosa que sí tengo clara: no importa el cuerpo ni la vida que me haya tocado, conseguiré que todos me odien.
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Preparación para la guerra
Punto de vista Katherine
Continuaba repasando en mi mente la conversación que tuve con Dante. Él era un hombre muy peligroso.
—Me parece un excelente trato, Katerine. Mi nombre es Dante Viteri.
Asentí, guardando su nombre. Dante Viteri. Sonaba a acero frío y promesas rotas.
—Bien, Dante Viteri. Ahora, ¿me sacarás de este callejón antes de que la tonta de tu aliada se desmaye, o esperas que te dé el plano de mi casa familiar aquí mismo?
Dante soltó una carcajada seca, la primera emoción honesta que había mostrado.
—Vamos. Pero debes saber que una vez que caminas conmigo, ya no hay vuelta atrás.
—No busco la vuelta atrás —respondí. Mi voz, aunque aún débil, era firme. —Busco un trono.
Dante Viteri no era un caballero. Me condujo lejos del bullicio de las calles principales hasta un edificio tan discreto que parecía fundirse con el cemento. Allí, en un sótano que olía a pólvora y cuero viejo, mi nueva vida comenzó realmente.
Lo primero que hizo fue evaluarme, no como a una mujer, sino como a una propiedad dañada y potencialmente útil.
—Estás desnutrida, apenas puedes mantenerte en pie —sentenció, mientras su mirada fría recorría las contusiones de mis brazos—. No puedes empezar una guerra si te desmayas al primer empujón.
Sentí un arrebato de humillación. ¡Yo, Katherina De Borgon, siendo juzgada por mi debilidad física!
—La debilidad es de este cuerpo, no de mi voluntad —siseé.
—En este mundo, el cuerpo es la voluntad —replicó Dante sin emoción—. Si el cuerpo falla, tu mente de experta en maldad se queda sin herramientas —añadió, con un matiz de burla bien calculado.
—Te demostraré lo malvada que puedo llegar a ser —le aseguré, con una seguridad impecable que forcé a través de la debilidad—. Solo deja que recupere las fuerzas.
—Eso espero, no me gusta perder el tiempo.
Dante me proporcionó un refugio seguro, comida decente por primera vez en meses (o años, a juzgar por el estado de Katerine) y, lo más importante, un régimen estricto. Mi tiempo se dividió en recuperar las fuerzas perdidas y absorber todo lo que Dante pudiera enseñarme sobre este nuevo mundo: sus reglas, sus peligros y, crucialmente, el poder real que movía sus engranajes.
Necesitaba dejar de ver los "carruajes sin caballos" como una rareza y empezar a verlos como una ventaja táctica. Necesitaba que este cuerpo, esta humillante prisión, se convirtiera en un arma tan afilada como mi mente.
Yo no iba a volver a la casa de mis abusadores como la víctima que escapó. Volvería como el depredador que reclama lo que es suyo. Y Dante Viteri me ayudaría a afilar las uñas y volverme indetenible.
Dante no era paciente, pero yo aprendía rápido. Mi mente, educada para la estrategia, rápidamente descifró las nuevas reglas. Este mundo moderno no se movía por linaje o espadas, sino por electricidad y dinero.
Dante comenzó a darme lecciones. Me señaló las "máquinas de comunicación" que llamaban teléfonos, aparatos que conectaban a personas a distancias impensables. Me explicó que los "carruajes sin caballos" se llamaban autos, y que su velocidad y discreción eran mucho más efectivas que cualquier caballo de guerra.
(Nota mental de Katherina: Debo ser cuidadosa. Mi ignorancia debe parecer el producto de la locura de esa mujer, no de un salto temporal.)
Mi cerebro devoraba la información. El mundo de Katherine se había encargado de mantenerla en la ignorancia, pero yo usé esa oscuridad a mi favor. Descubrí que la fuerza no residía en un palacio, sino en las grandes corporaciones y, bajo ellas, en las familias como la suya, que controlaban el dinero y la violencia. Él era parte de la Mafia, una sombra organizada que dictaba el orden en las calles.
"Tu familia está arruinada," me explicó Dante una noche, señalando un mapa de la ciudad con un cuchillo. "Pero la abuela, la que te abofeteó, tiene una pequeña deuda con una de mis casas de juego. Es insignificante, pero es el hilo que usaremos para coser tu regreso."
Mi objetivo no era solo sobrevivir; era dominar. Absorber cada detalle, cada lección de este hombre frío y peligroso. La Katherine original se había asustado de este mundo; la princesa Katherina lo vería como un nuevo tablero de ajedrez. Y esta vez, yo no iba a ser la pieza sacrificada.
Mi entrenamiento físico era brutal. Dante no me trataba con piedad; me exigía más de lo que este cuerpo podía dar, y cada músculo adolorido era un recordatorio constante de la humillación que debía revertir. Pero era en las noches, cuando revisábamos las cuentas y los movimientos de su organización, donde mi mente realmente brillaba.
Una tarde, mientras Dante revisaba un fajo de papeles con el ceño fruncido, me extendió un informe sin palabras.
—Una de mis casas de juego, El Dominio. Hemos perdido dos millones en las últimas semanas. Sospechamos de un topo, pero no hay fugas de efectivo. Todo cuadra.
Él me miró, esperando que la tonta no supiera sumar dos y dos. Yo apenas tuve que escanear los números.
—Nadie está robando dinero, Dante. Están robando tiempo —declaré, señalando las horas muertas en las hojas de contabilidad—. El volumen de juego baja drásticamente cuando el crupier nocturno, un tal Marco, está de turno, mientras que las pérdidas siguen aumentando.
Dante se inclinó. "¿Y qué sugiere eso?"
—Que Marco no está robando fichas; está alterando el reloj interno de las máquinas de juego o está dejando ganar a alguien a propósito en horas específicas, borrando las ganancias y declarándolas como pérdidas normales. Si no hay fugas de efectivo, la ganancia se convierte en deuda en el libro.
Dejé el informe sobre la mesa.
—Él no es un ladrón. Es un intermediario. Alguien le está pagando para que pierda, y el verdadero topo es la persona que está ganando sin ser vista en los registros de seguridad.
Dante se reclinó en su silla, el silencio pesado. Esta vez, su mirada no era de evaluación, sino de cálculo puro.
—Nunca se nos ocurrió revisar el tiempo en lugar del efectivo.
—En un reino, el tiempo es tan valioso como el oro —respondí, usando el lenguaje que él entendía—. Siempre mira al que pierde menos, no al que gana más. El ladrón está en el medio.
Dante sonrió lentamente, sin humor.
—Tienes razón, Katerine. Tienes garras, y son más afiladas de lo que pensaba. Ahora sé exactamente cuánto vales.
Con esa confirmación silenciosa, supe que mi primer obstáculo había sido superado. Podría estar atrapada en la miseria, pero mi mente de princesa tirana estaba lista para reclamar su debido precio.