Los Hoffmann son una familia muy temida en todo California, están llenos de oscuros secretos. Por mala suerte, Helen una muchacha de 19 años que salió del orfanato al cumplir la mayoría de edad, cae en las garras de dicha familia, obligándola a casarse con el menor de los Hoffmann, quien la desprecia por parecerse a su prometida.
- ¿Por qué no entras? – escuchó la voz de Leonardo de tras de ella.
Levemente se dio la vuelta y lo vio, su rostro no le decía nada, era un cuerpo sin alma.
- Quiero observar la lluvia. – respondió ella abrazándose así misma.
- ¿Sabes cuánto tiempo y dinero hemos invertido en ti para que te vengas a enfermar? – preguntó él con el semblante duro, hundiendo sus ojos en los de ella.
- No. – Helen dejó de verlo y prefirió observar el jardín inundado por la tormenta que cada vez se hacia mas fuerte. – Ni quiero saberlo.
Leonardo llevó la mano a su frente. Qué carajos había pasado por la cabeza de su madre, pensó. Caminó hacia donde ella y tomándola del brazo para que lo vea le dijo.
- Quiero que subas a tu habitación y te quedes ahí. No pienso perder más dinero en una persona tan deplorable como lo eres tú. – esas palabras salieron de sus labios como si escupiera lava. Mirándola fijamente a los ojos decidió llamar a Claudia, a la vez que un gran relámpago se escuchaba en todo el lugar. - ¡Claudia! – gritó con fuerza y el sonido del relámpago volvió a escucharse.
Para Helen esa escena fue terrorífica, escucharlo gritar al mismo tiempo que el estruendo, se asemejó mucho al llamado del demonio. Contuvo su miedo, mirándolo fijamente a los ojos y sin parpadear se mantuvo seria ante él.
Obra registrada en Safe Creative
NovelToon tiene autorización de Selena Zambrano para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Horario
Señorita, esta será su habitación. – dijo la ama de llaves, mostrando cada rincón del pequeño cuarto, en sus manos sostenía una Tablet, no quería que ningún punto se le pasara por alto. Ella usaba un conjunto formal, de cabello corto color negro, de tez blanca, alta y delgada. No aparentaba tener menos 28 años. Era eficiente en su trabajo y estaba al pendiente de todo en la familia Hoffmann, después de todo era mano derecha de Leonela. – Es algo pequeña porque es la de huésped, pero en cuando se case, será removida a otra mucho más grande. Mientras tanto, deberá ocupar esta. – su forma de hablar era tranquila y respetosa.
- Gracias. – dijo Helen observando todo a su alrededor. La habitación era acogedora para la que tenía antes, muchos cuadros y muebles hacían que la recamara se vea lujosa.
- Antes de irme, el señor me dio sus horarios. Desde las 7 a.m. hasta las 8 p.m. estará en clases. Serán clases intensas por el poco tiempo que existe para presentarla a la señora Margaret. También hay un horario en esta mansión, a partir de las 8 p.m. todas las puertas están cerradas, nadie sale hasta que los rayos del sol topen la tierra.
- ¿Por qué se cierran las puertas a las 8 p.m.? – preguntó sin entender.
- Por ordenes de los señores Hoffmann. – respondió con mucha calma. - Recuerde ser puntual en sus clases, las institutrices la esperaran en uno de los cuartos de la planta baja. – caminó hacia el armario. – tome la ropa que necesite, ya no va a necesitar la que trae puesta. Descanse señorita He… Valeria – dijo y se retiró del lugar.
Helen escuchó aquel nombre, sonó extraño e indiferente. Caminó hacia el espejo y vio su imagen. Su rostro tenía algo de polvo, la ropa que tenía no era para nada comparada con la ropa que estaba dentro del armario. Un gorro de lana para cubrirse del frio estaba sobre su cabeza; un abrigo muy grande y acogedor; un pantalón de color azul; zapatos deportivos y sobre sus manos llevaba viejos guantes de lana. Era lo que tenía, lo que siempre ha tenido. Se quitó el abrigo y observó la marca de nacimiento que estaba a un lado de su brazo derecho, era una pequeña mancha de color café que adornaba parte de su piel, haciéndola ver especial, al menos eso ella creía.
Dejó de mirarse y sacó del armario alguna pijama que sea caliente y cubra todo su cuerpo. Cuando al fin la encontró, tomó la toalla y fue a darse un baño. Abrió la llave que conectaba a la ducha y lo primero que salió fue agua helada, demasiado helada para su delgado cuerpo. Buscó con la mirada alguna palanca o botón que le indicara cambiar el agua helada a caliente, no había, al parecer su habitación no la tenía. Su cuerpo estaba sucio por todo lo que había corrido, necesitaba bañarse, poco a poco fue entrando en el agua, sentía que no iba a soportar más, pues el frio empezó concentrarse en sus huesos. Decidió terminar de bañarse y de una forma rápida se enredó en la toalla, tomó su pijama y se la puso enseguida, para después meterse en la cama.
Intentó dormir, pero su estómago se lo impidió, no había cenado. Llevó sus manos a su barriga y lo abrazó tratando de calmarlo, al ver que este no cedía y que su hambre aumentaba, decidió salir de la cama e ir por algo de comida. Al tratar de abrir la puerta, esta no lo hizo, la habían dejado bajo llave ¿Por qué lo habían hecho? Prácticamente ella les estaba haciendo un favor para cometer sus objetivos. Recordó el horario. “A las 8 p.m. las puertas se cierran” si iban enserio, pensó.
Decidió ir al baño, no iba a permitir que su estómago quedara vacío y bebió agua del grifo. Volvió a la cama y se recostó, pensando en salir pronto de ahí. Sus ojos poco a poco se fueron cerrando y dejó de pensar en la comida hasta que al fin el sueño la venció por completo.
“Toda su vida Helen vivió en el orfanato, no tuvo la oportunidad de ser adoptada y cuando cumplió la mayoría de edad pudo ser independiente y dejó la casa hogar.
Tenía 5 años y muchas de sus compañeras no la querían, hasta que un día una nueva niña fue a parar al orfanato, era sólo unos meses mayor que ella. Desde que se vieron por primera vez, se conectaron, formando vínculos de amistad.
- Si la vuelves a lastimar, te la verás conmigo. – dijo Erika poniéndose en frente de Helen, defendiéndola de sus agresoras.
- Te la verás conmigo. – imitó una de las niñas. – las monjas no te van a creer, eres la nueva y a igual que Helen tienes que obedecernos.
A Erika, no le gustó esas palabras. Se acercó a ella y jaló una parte de sus cabellos.
- En la calle el más fuerte sobrevive, aquí es lo mismo y mientras yo proteja a Helen nadie la va a lastimar. – dijo casi gritando.
- Suéltame niña tonta. – habló con una voz chillona, casi al borde del llanto.
Las demás niñas no sabían que hacer, si defenderla o correr. La niña nueva era muy agresiva desde que llegó, no a parado de meterse en problemas y todas ellas comenzaron a tenerle miedo. En ese momento llegó una de las monjas y al ver lo que pasaba, separó a ambas niñas y les dijo desconcertada.
- ¿Qué está pasando aquí? En la casa del señor no aceptamos esos comportamientos.
- Ellas han comenzado hermana, me ha hecho daño. – respondió la niña llorando desamparada.
- ¿Es eso verdad? – preguntó la hermana mirando a Erika y Helen.
- Fue ella quien agredió primero Helen. – respondió Erika señalando a la muchacha con mucha rabia.
Un enorme escandalo se formó en la sala, los gritos de las niñas acusando a cada una de ellas de haber iniciado el conflicto era lo único que se escuchaba. La Monja aturdida del ruido dijo.
- ¿Las dos están castigadas! – señaló a Erika y Helen. - irán al cuarto de detención por tres días, meditaran lo que han hecho, unas Aves Marías y diez, no treinta padres nuestros por noche será sus penitencias. – luego observó a Martina, quien no paraba de llorar y era consolada por una de las niñas. – Agredir verbalmente es un pecado, estarás en detención completamente sola por tres días y a igual que ellas, harás la penitencia.
Para muchas ese era el peor castigo, pero para Helen y Erika no fue así, pues la pasaron muy bien, se conocieron y platicaron de sus vidas. Cada una tenía una historia diferente, Helen se creció en el orfanato, mientras que Erika fue rescatada de la calle. Ese fue el inicio de una gran amistad que duraría muy poco”.