Katerin es una pediatra respetada, siempre impecable y dedicada. Sin embargo, detrás de su fachada correcta, guarda un secreto que su familia desconoce. No es tan santa como parece.
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CAPÍTULO 1
CASA DE LOS TAYLOR
~ALEXANDER~
Trato de disfrutar mi comida, pero la voz de Thomas en mi oído, me lo hace imposible.
—Oye idiota —refunfuña casi atragantándose—, ¿cuándo irás conmigo?
—Te dije que no me interesa, Thomas —contesto cortante, tomando un sorbo de mi bebida, su sabor fresco y ligeramente ácido apenas me consuela.
—Thomas tiene razón, Alexander —replica la voz de mi madre a mi lado—, hace mucho que no sales a divertirte, hijo... desde la muerte de tu esposa Rose... has cambiado mucho —me mira preocupada, sus ojos azules brillan con una mezcla de tristeza y preocupación. Si supiera a dónde me está invitando, no le daría la razón.
—Madre, no intervengas —frunzo el ceño lleno de fastidio, observando el elegante comedor, iluminado por la cálida luz de la lámpara de araña que cuelga sobre la mesa de caoba.
—Pero si es verdad, idiota —me señala con el tenedor, su figura robusta inclinada hacia adelante—. Te comportas muy distante... si no fuera por mi sobrina Sarah, serías un completo antisocial —carcajea y hace una cara de idiota como siempre—. Aunque... ya lo eres con todos a excepción de ella —ríe de nuevo—. De verdad que eres un tonto.
—¡Thomas! —reprende mi madre, su rostro pálido se arruga con desaprobación—. No le digas esas cosas a tu hermano... Sabes, hijo, yo sé que volverás a ser feliz... Serás el mismo de antes. —Me dedica una mirada de ternura; yo permanezco en silencio.
—Bueno, la esperanza es lo último que se pierde, Adeline —bromea Thomas, casi colmando mi paciencia—. Aunque sinceramente, creo que este glaciar andante no se va a descongelar jamás —carcajea sin parar, su risa resonando en la espaciosa sala.
—Cállate, pedazo de irresponsable. Para ti todo es diversión. He tenido que sacar adelante la empresa prácticamente solo, porque tú, con 26 años, tienes la madurez de un niño de 3 —clavo mis ojos ámbar en él, mi mirada traduce "Voy a matarte si no te vas". Entiende perfectamente el mensaje y se retira de la mesa sin decir nada.
Termino lo que resta de mi comida sin mucha gana y me dirijo hacia las escaleras... una vocecilla llena de emoción me detiene en seco.
—¡Padre! —grita alegre mi pequeña, lanzándose a mis brazos.
—¡Sarah! —contesto, recibiéndola y levantándola hacia mí, su cabello rubio y suave rozando mi mejilla.
—¿Comiste tus alimentos? —pregunto con ternura, admirando sus ojos ámbar, reflejo de los míos.
—Así es, padre —me mira pensativa—. Ahora que recuerdo... prometiste acompañarme al doctor —hace un puchero de esos a los que no soy capaz de resistirme.
—Lo sé, pequeña... —contesto suavemente, tocándole el mentón—, pero hoy tengo una junta importante —su rostro se entristece.
—Hijo —interviene mi madre acercándose a nosotros, sus manos delicadas descansando en los hombros de Sarah—, dile a Thomas que te reemplace —pone su mano en la cabeza de mi niña—, y tú acompaña a mi nieta al doctor.
—¿Crees que sea lo correcto? —pregunto dudoso, observando el elegante salón decorado con obras de arte y fotografías familiares.
—Dale una oportunidad. Delega responsabilidades a él. Para algo es el vicepresidente de la constructora.
—Por favor, padre —suplica mi pequeña.
—Está bien —me rindo ante sus ojos preciosos. Miro a mi madre—. Dile al inútil que me mantenga informado... ojalá no meta la pata.
—Lo hará bien —pone su mano sobre mi hombro y me da un pequeño golpecito—. Tú vete que se hace tarde para la cita.
Me despido de mi madre. Subo a mi BMW después de acomodar a mi niña en su silla y ponerle el cinturón. Miro su sonrisa a través del espejo retrovisor. Es idéntica a mí: cabello rubio, piel blanca, ojos color ámbar, grandes pestañas, boca pequeña; mi versión femenina definitivamente.
Seis años tiene mi pequeña Sarah. Ella es lo único que me queda de Rose, mi esposa. Cuando mi hija tenía seis meses, Rose enfermó gravemente. Su corazón era muy débil. Tratamos de realizar los tratamientos necesarios, pero ella no pudo superarlo. Nos dejó cuando Sarah cumplió un año. Aún con todo el esfuerzo que hice, no logré mantenerla conmigo. Fue una pérdida muy dura. Amaba a esa mujer más que a nada. Suspiro sin poder evitarlo. Han pasado cinco años desde ese fatídico día. Trato de aislar esos pensamientos y continúo la marcha cuando el semáforo vuelve a dar vía libre.
—Papi... ¿tú tienes novia igual que el tío Thom? —su pregunta me deja fuera de juego. Suelto una carcajada y la observo a través del espejo.
—No, bebé. El tío Thomas tiene muchas novias, tu papi no tiene ninguna —le respondo. Su cara muestra descontento.
—¿Él te va a prestar una? —pregunta de nuevo. No sé de dónde saca esas ocurrencias—. Porque el tío Tom dice que ya estás oxidado y que te urge una novia.
—Jajaja —la risa vuelve a mí. Ya entiendo de dónde viene todo. Thomas, voy a estrangularte por soltar la lengua frente a Sarah—. No me gusta ninguna, nena.
—Uffff. Qué alivio, papi. Porque no pienso compartirte con nadie —hace la mueca para guiñarme un ojo, pero termina cerrando ambos. Me derrite el corazón de ternura.
—Está bien, princesa.
Seguimos nuestro recorrido hasta llegar a la Clínica. ¿Novia?... Llevo cinco años resistiéndome a esa idea y no porque no me lluevan propuestas, sino porque ninguna llama mi atención... no como quisiera...