¿Podría un hombre marcado por la sangre cambiar al encontrarse con una mujer que veía la esperanza en todo?
¿O el pasado de ambos sería demasiado fuerte para escribir una nueva historia?
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Cap. 2
El golpe inesperado
Después de hablar con Aris, Lucifer se metió al baño de su suite en la zona exclusiva de Polanco. Se quitó el traje, se envolvió en una bata de seda y se lavó la cara con agua helada. Luego se sentó en el sillón frente a su cama, encendió un cigarro y dejó que el humo se deslizara por su rostro mientras tomaba sorbos de vino tinto. Sus piernas descansaban sobre la mesa de cristal, y su mirada estaba perdida en el techo.
—Toc, toc.
—Adelante —dijo con voz seca.
Aris entró con la ropa recién planchada.
—Aquí está su ropa, patrón.
Lucifer la tomó sin decir palabra y comenzó a vestirse frente a él. Aris ni se inmutó. Ya estaba acostumbrado a la frialdad y la falta de pudor de su jefe.
—Prepara el coche. Vamos al restaurante de Peter, tengo que hablar con él —ordenó Lucifer.
—Sí, señor.
Mientras tanto, en la pensión donde vivía Eva, ella y Lisna terminaban de contar las ganancias del día.
—¿Y entonces? ¿Cuánto hicimos hoy? —preguntó Lisna, limpiándose el sudor de la frente.
—Espérate, estoy sacando cuentas —respondió Eva, concentrada con una libreta y calculadora en mano.
—¡Ándale, contadora! No me dejes con la curiosidad —bromeó Lisna.
—Vendimos 50 platos, a 12 pesos cada uno. Son 600. Más 20 de propinas. Total: 620 pesos. Le restamos 150 de ingredientes y 100 del carrito. Nos quedan 370. Mitad y mitad, te tocan 185.
—¡Eres una genia, Eva! Yo nomás vendo y tú haces magia con los números.
—Pues sí, pero no me pongas de contadora oficial, eh.
—Ya te vi, cuando te cases vas a llevar las cuentas mejor que el SAT —dijo Lisna entre risas.
Eva sonrió, pero no respondió. Le entregó el dinero a su amiga, quien lo guardó en una bolsita de tela.
—Me voy a bañar y luego al mercado. Mañana toca preparar el caldo desde temprano.
—Va, yo me voy a casa. Nos vemos mañana.
Lisna salió y Eva se quedó sola en su pequeño cuarto. No vivía con sus padres adoptivos; prefería no incomodarlos. Su pensión estaba cerca de la casa de Lisna, en la colonia Doctores.
Mientras tanto, el coche de Lucifer llegó al restaurante Peter’s, en la Roma Norte.
—Ya llegamos, patrón —dijo Hendra, el chofer.
Aris bajó primero y abrió la puerta trasera.
—Por aquí, señor.
—Hendra, tú quédate en el coche. Aris, vienes conmigo.
—Sí, señor.
Lucifer y Aris entraron al restaurante. Hendra se quedó en el coche, pero antes de acomodarse, sintió la necesidad de ir al baño. Cerró el coche con seguro y se fue a buscar un sanitario.
En otro punto de la ciudad, Eva ya había terminado sus compras. Subió a su vieja motoneta, se colocó el casco y se dirigió de regreso a la pensión. No usaba maquillaje, solo un poco de crema humectante, pero su belleza natural era suficiente para llamar la atención.
—Espero no haber olvidado nada —murmuró mientras revisaba su bolsa.
De pronto, una moto pasó a toda velocidad junto a ella, tocando el claxon.
—¡Cuidado! —gritó Eva, pero el motociclista ni se detuvo.
Eva, nerviosa, giró bruscamente y sin querer chocó contra un coche estacionado. Era el coche de Lucifer.
—¡No puede ser! —dijo, bajándose de la moto y viendo la abolladura en la parte trasera.
—¿Y ahora qué hago? No puedo huir... esto fue mi culpa —se dijo a sí misma.
Decidió esperar a que llegara el dueño.
Minutos después, Hendra regresó del baño y vio a Eva parada junto al coche.
—¿Qué haces aquí? —preguntó, acercándose.
—Disculpe, señor... quería hablar con usted —dijo Eva, nerviosa pero firme.
—¿Hablar de qué?
—Es que... tuve un accidente. Me espantó una moto y sin querer choqué con su coche.
Hendra se acercó a revisar. La luz trasera estaba colgando y la pintura rayada.
—¿Esto lo hiciste tú?
—Sí, pero fue sin querer. Estoy dispuesta a pagar los daños.
—¿Sabes cuánto cuesta esto? Fácil son cincuenta mil pesos.
—¿¡Qué!? ¿Por una lámpara?
—No es cualquier lámpara. Este coche cuesta más que tu pensión entera.
Eva se quedó callada. Su cara reflejaba angustia.
—No tengo ese dinero, señor. Solo tengo 200 pesos, lo que gané hoy vendiendo fideos. Pero puedo pagar en cuotas. Le juro que no me voy a desaparecer.
Sacó su credencial de elector, anotó su número de celular en un papel y se lo entregó junto con los 200 pesos.
—Por favor, confíe en mí. No tengo más, pero cumpliré.
Hendra la miró, sin saber qué decir. Eva se subió a su moto y se fue, dejando al chofer con el papel en la mano y la cabeza llena de dudas.
—¿Y ahora cómo le explico esto al jefe? —murmuró Hendra, mientras veía alejarse a la joven que, sin saberlo, acababa de cruzarse con el mundo más peligroso de la ciudad.
Te felicito
espero que ese tipo le diga a Eva que su padre la vendió a el para pagar la deuda que tenia con el aver si con eso ya habré los ojos y se da cuenta que ellos no la quieren y solo la ven como un objeto que pueden usar del cual desacerse
y así ella se aleje y corta lazos con esa gente que si la buscan con escusas barata no los escuche ni les de dinero que solo se preocupe por ella y su hermano que se ve que la quiere y se preocupa por ella