Gia es una hermosa mujer que se casó muy enamorada e ilusionada pero descubrió que su cuento de hadas no era más que un terrible infierno. Roberto quien pensó que era su principe azul resultó ser un marido obsesivo y brutal maltratador. Y un día se arma de valor y con la ayuda de su mejor amiga logra escapar.
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Capítulo 2 – El precio de la libertad
La ciudad aún dormía cuando Gia cerró con cuidado la puerta del baño y giró la llave del seguro. Abrió la ducha, dejando que el sonido del agua corriendo cubriera los murmullos del miedo que se le agitaban en el pecho.
Frente al espejo, recogió su cabello con manos temblorosas. Su reflejo le devolvió una mirada distinta: no la de una esposa rota, sino la de una mujer al borde del abismo decidida a saltar, pero para volar.
El plan estaba en marcha.
Desde hacía semanas lo había repasado en su mente como un rezo. Una oración de liberación que solo conocía una persona más “Maleni”.
Roberto jamás sospecharía de su intervención. Había sido él quien, 3 años atrás, luego de la boda, había sembrado la mentira que las separó. Aquel falso mensaje que inventó para hacerle creer a Gia que Maleni la había traicionado. Todo calculado para aislarla.
Para que nadie pudiera rescatarla del infierno que había construido con tanto esmero.
Y lo logró. Por un tiempo. Pero las mentiras tienen patas cortas, porque seis meses atrás, el destino, o algo más poderoso, le tendió una trampa a su control. Maleni había regresado al país para visitar a sus padres. Después de lo que había ocurrido entre ellas, Maleni había tomado una oferta laboral fuera del país. Coincidieron en una panadería del centro. El encuentro fue primero incómodo, luego tenso, hasta que Gia, con lágrimas ahogadas y la voz rota, se le acerco con temor y con un grito de ayuda le confesó todo.
—Roberto me golpea Maleni —confeso Gia con su voz quebrada y conteniendo las lágrimas.
—Ese maldito desgraciado —dijo Maleni levantando la voz y apretando los puños con fuerza conteniendo su irá.—Por eso ese ser desprendible planeo esa mentira para alejarme de ti.
Esa tarde, Gia le contaba todo a Maleni sentadas en ese café, y desde ese día, lo planearon todo en secreto. Mensajes escondidos en las compras, llamadas desde cabinas públicas al teléfono de la casa mientras Roberto estaba en el trabajo, documentos falsos, un plan de escape. Todo estaba listo.
Gia, bajo hasta la cocina, movio el microondas. Allí estaba el sobre: pasaporte nuevo, identificación, algo de dinero en efectivo, una tarjeta SIM virgen, y un boleto de bus. Su nuevo nombre: Daniela Rocco.
Volvió a cerrar con cuidado. Colocó dos tostadas en la tostadora, dejó una taza de café sobre la mesa, igual que cada mañana.
El guion debía seguir. Roberto dormía aún. Su respiración pesada se oía desde el pasillo.
Tenía exactamente 23 minutos para desaparecer.
Se vistió con jeans negros, suéter con capucha también negro. En lo que Roberto cayo dormido, ella bajo y movió las cámaras de seguridad para que vieran a otra parte. Salió por la puerta trasera, descalza, con los zapatos en una mano. Cruzó el jardín sin mirar atrás.
En la reja del fondo, escondida bajo una piedra, encontró la llave. La que le había dado a escondidas a Maleni, para que le sacara una copia y la colocara allí dos noches atras.
El chirrido del candado le congeló el alma por un instante.
Corrió hasta la calle lateral, donde la esperaba una vieja camioneta blanca, con placas falsas. Al volante, Maleni tamborileaba los dedos contra el volante. Al verla, respiro profundo sin decir palabra.
Gia subió de un salto y cerró la puerta. Solo entonces respiró.
—¿Listo todo? —preguntó Maleni, con el ceño fruncido.
—Sí. No se ha despertado.
—Perfecto. Directo a la terminal. Desde hoy,
Gia Greco desaparece y Daniela Rocco toma el control.
El trayecto fue veloz, cargado de nervios y silencios densos. Nadie lo diría, pero ambas temblaban por dentro. Maleni mantenía la mirada fija al frente. Gia sostenía el sobre contra el pecho como si fuera un escudo.
—¿Seguro que no dejara ningún rastro la camioneta? —susurró Gia.
—La revisé dos veces y cambié las placas esta madrugada. Confía en mí —dijo Maleni—Roberto es astuto, pero yo también. Él cree que no hablamos desde hace tres años, ¿recuerdas? Ese bastardo me tendió una trampa y a ti te manipulo, y eso me lo cobro porque me lo cobro. Porque me alejo de ti para que yo no te pudiera ayudar ni proteger.
Gia asintió. Todavía dolía pensar en todo el tiempo perdido por esa mentira.
—Me alejó de ti para tenerte sola —dijo Maleni, bajando un poco la voz—. Pero eso se acabó, Gia. Esto es real. Es tu momento.
La terminal estaba casi vacía cuando llegaron. Gia miro a Maleni con ojos llenos de nervios, se bajo y no se despidió. No podía. Solo bajó, con la mochila al hombro y el corazón en un hilo.
El boleto marcaba: Bus 027 – Ciudad Luz – Asiento 7B.
Destino: libertad.
Subió apresurada al autobús. Cuando el motor arrancó, Gia apoyó la frente contra la ventana. No lloró. Solo cerró los ojos. Respiró. Afuera quedaban tres años de oscuridad. Dentro de ese autobus, empezaba el resto de su vida.
Y aunque aún no lo sabía, que le esperaba, a que nuevos retos se enfrentaría, y lo que menos se podría imaginar es que el amor también la esperaba al final del camino.
Pero esta vez... sería uno que no dolía.