Una esposa atrapada en un matrimonio con uno de los mafiosos
más temidos de Italia.
Un secreto prohibido que podría desencadenar una guerra.
Fernanda Ferrer ha sobrevivido a traiciones, intentos de fuga y castigos.
Pero su espíritu no ha sido roto… aún. En un mundo donde el amor se mezcla con la crueldad, y la lealtad con el miedo, escapar no es solo una opción:
es una sentencia de muerte.
¿Hasta dónde está dispuesta a llegar por su libertad?
La historia de Fernanda es fuego, deseo y venganza.
Bienvenidos al infierno… donde la reina aún no ha caído.
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EL ESCAPE
¡Nicolaok Bianchini!
¿Dónde estás?
El grito resonó por toda la mansión.
Su voz, más grave que nunca, se extendió como un eco aterrador
en cada rincón, alcanzando incluso los pasillos más oscuros.
Los hombres de su equipo, entrenados en el arte de la caza y la tortura, miraron
con incertidumbre, un sudor frío recorriéndoles la frente.
Ellos sabían que enfrentarse a Nicolaok Bianchini significaba no solo
perder la vida, sino despojarse de toda humanidad.
—Nicolaok: ¡Búsquenla!
su voz cortó el aire como una cuchilla afilada.
—¡Mi esposa escapó!
La incredulidad en sus palabras era palpable, como si lo que decía no pudiera ser cierto.
Una furia imparable lo invadió, y al instante todos en la habitación
quedaron rígidos, aguardando su siguiente orden.
—Nicolaok: ¿Cómo es posible que mi esposa se haya
escapado de veinticinco hombres armados hasta los dientes?
—¿Acaso tienen problemas mentales?
El silencio que siguió fue absoluto, y él lo rompió con una amenaza definitiva.
—Nicolaok: Tienen veinticuatro horas para encontrarla, o serán fusilados, uno por uno.
Hola.
Mi nombre es Fernanda Ferrer de Bianchini.
Sí. Soy la esposa de Nicolaok Bianchini.
Y sí, estoy escapando de él.
No me miren con esos ojos llenos de juicio.
No soy una tonta, no soy una víctima; soy una mujer que ha decidido vivir.
No voy a seguir atada a este matrimonio.
No voy a seguir siendo la muñeca que él mueve a su antojo.
Lo sé, tarde o temprano él me encontrará.
Pero si eso pasa...
Porque no voy a estar dispuesta a vivir ni un segundo más con él.
No lo amo.
Y jamás lo amaré.
No importa lo que haga, no importa lo que pase.
Lo siento por los guardaespaldas.
Lo siento por todos los que me han servido durante estos años.
Pero yo necesito vivir.
Bajo cualquier costo.
Este es mi escape.
Y tengo una historia que contarles.
Mi vida no comenzó con un "y vivieron felices para siempre".
Ni siquiera con un "bajo la luz del sol".
No. Mi vida comenzó con muerte.
Soy hija de Franco Ferrer, un hombre de poder, inteligencia y astucia.
Un hombre que movía los hilos de Italia como si fuera su marioneta.
Y de Aleksandra Romanov, una mujer que más que hermosa, era poderosa.
Mi madre era parte de la mafia rusa, con una presencia que aterraba incluso a los más temidos.
Mis padres eran dos fuerzas de la naturaleza que
nunca debieron cruzarse, pero lo hicieron.
Y ese cruce fue mi condena.
Mi padre, Franco, era un hombre fuerte, pero el dolor lo quebró.
Tras la muerte de mi madre, perdió el rumbo.
El alcohol se convirtió en su compañero, y su ira, en su única respuesta.
Pero él encontró a los asesinos de mi madre.
Y con manos de hierro, les dio la muerte de la forma más brutal que pudieras imaginar.
Mi madre murió por confiar demasiado en las personas.
Mi padre murió por vengar su amor.
Y yo...
Yo estaba sola.
Con solo 15 años, mi vida se fue al abismo.
Frente a mis ojos, vi cómo mi madre caía, y luego mi padre.
Un tiro al pecho. Un instante después, la oscuridad lo envolvió todo.
El dolor era insoportable, como si el peso del mundo estuviera sobre mis hombros.
La vida, la que una vez soñé, se desvaneció ante mí.
En un abrir y cerrar de ojos, todo cambió.
Quedé huérfana.
Pero el destino tenía otros planes para mí.
Mi madre me dejó algo más que su legado. Me dejó amigos.
Francesco Bianchini, el hermano de mi esposo Nicolaok.
Un hombre que conocía el peso de las armas tanto como el de los secretos.
Y en Rusia, Alexander y Dmitry Abramovich, dos
hombres cuya lealtad hacia mi madre era inquebrantable.
Ellos me ofrecieron una salida.
Una oportunidad para huir de Italia.
Para ir a Rusia y asumir mi rol como hija de Aleksandra Romanov.
Para convertirme en algo más que una hija perdida.
Pero, claro, el destino tiene su propio camino.
En lugar de ser salvada, fui vendida.
Me entregaron a Nicolaok Bianchini, un hombre que no veía en mí más que una propiedad.
Un contrato firmado en sangre.
Un matrimonio arreglado.
Nada de amor, nada de cariño, nada de lo que prometen las películas.
Recuerdo el día que conocí a Nicolaok.
Era un hombre alto, imponente, con ojos fríos como el hielo.
Su presencia era tan dominante que ni siquiera podía mirarlo directamente
sin sentirme pequeña, vulnerable.
Me sentí como un objeto en sus manos, algo que él poseía.
Durante los primeros días, trató de hablarme, pero cada palabra
que salía de su boca estaba teñida de órdenes.
Y cada gesto de su parte, aunque aparentaba ser suave,
me recordaba que no había espacio para mi opinión, para mi deseo.
¿Y qué pasó entre nosotros?
Nada.
Nada en estos diez años, nada de cariño.
Un matrimonio que comenzó con una jaula de oro y terminó en una prisión mental.
Me convirtió en su propiedad.
Me forzó a vivir bajo su control, bajo sus reglas.
El amor no estaba presente, y ni siquiera la idea de ser una esposa feliz.
Simplemente era un contrato, un acuerdo que no me preguntaron si quería firmar.
De vez en cuando, sentía la mirada
de Nicolaok sobre mí, una mirada que destilaba poder, pero nunca cariño.
Nunca una muestra de afecto.
¿Cómo íbamos a enamorarnos si nuestra vida no era nuestra?
¿Cómo íbamos a construir algo juntos si no estábamos juntos, realmente?
No.
Él nunca me vio como a una persona.
Solo como una herramienta, un peón en su gran juego de poder.
¿Y que volvio a pasó entre nosotros?
Nada.
Nosotros nunca nos enamoramos.
Nunca hubo un momento en el que sintiera que podía contar con él.
Y cuando comencé a ver mi vida marchitarse en ese matrimonio, supe que no podía seguir.
La opresión, la soledad y la constante lucha interna me estaban consumiendo.
¿Qué pasó entre nosotros?
Nada.
Y por eso escapé.
Porque no podía vivir una vida en la que todo era dictado por él.
No podía seguir existiendo bajo el yugo de un hombre que no me amaba y que solo me usaba.
Lo siento por los guardaespaldas.
Lo siento por todos los que intentaron controlarme.
Pero ya no soy su prisionera.
Ahora soy libre...
Libre para decidir mi destino.
Libre para huir.
Y aunque Nicolaok me persiga, aunque todo el
poder del mundo se vuelva contra mí, lo haré.
Sobreviviré.
Porque mi historia no está escrita por él.
La escribiré yo.
FERNANDA FERRER
NICOLAOK BIANCHINI