El Problema No Eres Tu... Es Tu Edad.

POV Rous

La música seguía retumbando en mis oídos cuando regresé a la carpa VIP. Sentía la piel tibia del sol de verano londinense y los pies ligeramente adoloridos por caminar más de lo que debería a mi edad. Valentina y sus amigas regresaban de otro escenario, riendo a carcajadas y contándose detalles sobre un cantante que acababan de ver. El festival estaba lleno de artistas y bandas emergentes, pero todos sabíamos que los grandes protagonistas de la noche eran los chicos de The Skyfallers.

"No se te olvide ese nombre, Rous," me dije internamente. "The Skyfallers." Liam Reed, su vocalista, ya no era solo una cara famosa para mí. Ahora tenía una sonrisa específica, una mirada que parecía ver más allá de mi ropa cómoda y mis ojeras de madre trabajadora.

—¡Mamá! —Valentina corrió hacia mí con energía adolescente—. ¿Dónde estabas? ¡Te perdiste a Noah Evans!

—Tuve una emergencia... fisiológica —contesté con una sonrisa cómplice.

—¡Mamá! —dijo entre risas, mientras sus amigas reían también.

El anuncio de los organizadores interrumpió el momento. Informaban que The Skyfallers estarían firmando autógrafos en una de las carpas centrales. Las chicas gritaron al unísono. Sin tiempo para preguntar, ya me estaban jalando del brazo como si fuera una de ellas. Terminé en una fila rodeada de juventud, purpurina y gritos agudos. Me sentía fuera de lugar, nuevamente, pero lo disimulé como pude.

Cuando llegó el turno de Valentina, las cuatro chicas se acercaron emocionadas. Detrás de la mesa estaban los cinco integrantes de la banda, todos carismáticos, todos jóvenes, todos perfectos. Pero fue Liam quien me miró directamente y sonrió como si me conociera de toda la vida.

—Vaya —dijo con un guiño divertido—. No era mentira... sí viniste con tu hija.

Valentina frunció el ceño, mirándome con curiosidad.

—¿Ya se conocen?

Me quedé en blanco por un segundo.

—Sí... digo, no... Lo acabo de conocer buscando un baño —balbuceé, sintiéndome como una idiota.

Liam soltó una pequeña carcajada.

—Tranquila, no es como que tengas que avergonzarte por ello. Son cosas que pueden pasar.

Valentina se rió también.

—No me extraña. Deberías oír las anécdotas que tengo de ella en su restaurante... Mi madre es un poco despistada.

—¿Tienes un restaurante? —preguntó Liam, mirándome con renovado interés.

—De hecho, es una gran chef —agregó Valentina, orgullosa—. Si alguna vez van a Los Ángeles, deberían ir. Cocinan como en el cielo, literal.

Yo solo quería que la tierra me tragara. Entre el rubor y la mezcla de nervios, solo atiné a sonreír.

El manager de la banda apareció entonces, con un gesto apurado.

—Chicos, es hora de prepararse para el escenario.

Liam se levantó, pero antes de irse, dijo:

—Lo tendremos en cuenta. Muy bien, chicas... disfruten del show.

Y así como llegó, se fue. Dejando una estela de perfume caro y esa sonrisa que ahora parecía perseguirme. Las chicas gritaron emocionadas por la interacción, mientras yo solo intentaba recuperar la compostura.

Esa noche, The Skyfallers cerraron el festival. Las luces, la energía, las miles de voces coreando cada canción… incluso yo me dejé llevar. Liam brillaba en el escenario. No era solo una cara bonita. Tenía talento. Tenía presencia. Y, contra toda lógica, había conversado conmigo como si no fuera una rareza en su mundo perfecto.

Volvimos al hotel con el cansancio acumulado, y al día siguiente regresamos a Los Ángeles. Valentina tenía que asistir a un campamento de verano en unas horas, y yo debía regresar a mi restaurante y reorganizar los días perdidos de mi escapada frustrada. Pero algo había cambiado. No sabía exactamente qué, pero lo sentía.

Tres días después, ya con la rutina más o menos restablecida, estaba revisando las reservas de la semana en el restaurante cuando mi asistente, Luz, entró corriendo a la cocina.

—Rous... hay alguien preguntando por ti en el salón principal. Dice que es... eh, Liam Reed.

Dejé caer el cuchillo con el que cortaba cebollas.

—¿Qué?

—¿Ese no es el cantante que tu hija ama? ¿El de la banda? —dijo con los ojos bien abiertos—. Está aquí. En una de las mesas del fondo. Con gorra y gafas, pero es él.

Mi corazón empezó a latir con fuerza.

Salí de la cocina, y efectivamente, ahí estaba. Sentado con una gorra negra y gafas oscuras, pero imposible de disimular. Liam Reed en mi restaurante.

—Hola —dije, todavía incrédula.

Él se quitó las gafas y sonrió.

—Hola, Rous. Prometí que vendría, ¿no?

Me crucé de brazos, todavía procesando todo.

—¿Y cómo supiste dónde encontrarme?

—Google hace maravillas cuando tienes el nombre del restaurante y sabes en qué ciudad buscar.

Me reí. No lo pude evitar.

—Bueno, bienvenido. ¿Estás solo?

—Hoy sí. Tenemos una pausa de dos días antes de la siguiente fecha de la gira. Quería probar esa comida celestial que prometió tu hija.

—¿Y si no cumple tus expectativas?

—Ya cumpliste las mías con encontrarte otra vez.

Lo miré, sorprendida. Liam no hablaba como un chico de veintitantos. Había algo en su tono, en su forma directa y calmada, que descolocaba.

—¿Qué quieres probar? —pregunté, tratando de mantenerme profesional.

—Sorpréndeme —dijo, quitándose la gorra—. Aunque si puedes acompañarme un rato, eso sería el plato fuerte.

Y así fue como, por segunda vez, Liam Reed apareció en mi vida sin previo aviso y se sentó en una de mis mesas. Entre risas, buena comida y miradas que decían más de lo que deberían, supe que esa no sería la última vez.

Y que, tal vez, mis días de rutina estaban por cambiar para siempre.