Ivonne Bellarose, una joven con el don —o maldición— de ver las auras, busca una vida tranquila tras la muerte de su madre. Se muda a un remoto pueblo en el bosque de Northumberland, donde comparte piso con Violeta, una bruja con un pasado doloroso.
Su intento de llevar una vida pacífica se desmorona al conocer a Jarlen Blade y Claus Northam, dos hombres lobo que despiertab su interes por la magia, alianzas rotas y oscuros secretos que su madre intentó proteger.
Mientras espíritus vengativos la acechan y un peligroso hechicero, Jerico Carrion, se acerca, Ivonne deberá enfrentar la verdad sobre su pasado y el poder que lleva dentro… antes de que la oscuridad lo consuma todo.
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Capítulo 1.
El crepitar del otoño se filtraba por las altas ventanas del pequeño departamento de Ivonne. Una brisa fría se colaba entre los vidrios antiguos y amarillentos, llevando consigo el aroma húmedo de las hojas y la tierra mojada.
Después de seis meses, se había acostumbrado al edificio en el que vivía. Había sido un manicomio décadas atrás, y aunque lo habían reformado, seguía teniendo esa presencia imponente, como si su pasado se resistiera a desvanecerse. Los techos eran altos, las puertas pesadas y los pasillos, a pesar de la luz eléctrica, parecían atrapados en otra época.
Permanecía sentada en el borde de la cama, mirando hacia su pequeño balcón. La vista era una extensión infinita de árboles teñidos de ocres y dorados, un cuadro melancólico que se fundía con la neblina matinal.
Le gustaba la calma de aquel rincón del mundo, la sensación de estar aislada, lejos del bullicio y, sobre todo, lejos de la magia. Tras la muerte de su madre, había decidido vivir cerca del bosque en busca de paz.
No conocía bien la ciudad, apenas algunos rincones cercanos, como el pequeño café de la esquina con su viejo letrero de neón titilante o la tienda de discos que aún vendía casetes y CDs a pesar del auge del MP3.
Su departamento estaba en el segundo piso, justo encima de la biblioteca, en lo que antes había sido la sala de observación de los pacientes. Los niños del pueblo solían decir que era una casa de terror, y no era difícil entender por qué. Las paredes eran gruesas, con grietas en las esquinas cubiertas de pintura blanca envejecida, y las puertas conservaban los picaportes de bronce originales, fríos al tacto.
El suelo de madera oscura crujía con cada paso, y la cocina compartía espacio con la sala, donde un televisor de caja descansaba sobre una mesa baja, rodeado de montones de revistas y algunos VHS dispersos. Justo enfrente del sofá para dos igual que el pequeño comedor.
Su compañera de piso, Violeta, ya vivía allí cuando ella llegó. Solo eran ellas dos y la señora Thompson, la casera, quien residía detrás de la biblioteca.
Violeta Cisero, era su compañera, una mujer extraña y aunque había pasado mucho tiempo con ella aun no se había acostumbrado. Apesar de todo su convivencia funcionaba.
Su cuarto a diferencia del de Ivonne, era su propio santuario, lleno de estanterías cubiertas de libros viejos y velas consumidas. Aunque la había invitado varias veces a pasar, siempre declinaba la invitación. Violeta era una bruja, aunque no como las de los cuentos infantiles. Su magia era más sutil, más antigua, y aunque nunca lo decía directamente.
Ivonne sabía que Violeta usaba su magia para preservar algo dentro de ella.
Quizás recuerdos, quizás secretos.
Se llevaban bien en la medida en que dos personas tan distintas podían hacerlo. Ivonne evitaba la magia; Violeta la abrazaba como parte de su esencia. Aun así, cuando hablaban, la alegría y las amenas conversaciones de Violeta lograban hacerla olvidar, aunque fuera por un instante.
La habitación de Ivonne era pequeña e impersonal. Lo único que llamaba la atención en el lugar era un escritorio sin silla, repleto de libros, junto a él a un armario de madera con puertas viejas y pintura corroída. Dos ventanales daban a un balcón aún más pequeño, donde la silla del escritorio parecía desterrada. La cama, junto al ventanal, y una puerta blanca que conducía al baño compartido. Nada de decorados en la pared, solo un calendario de gatitos que le recordaba las fechas importantes.
Al salir se miró en el espejo del pasillo. El espejo era antiguo, con el marco de hierro forjado corroído en algunas esquinas, un vestigio de los años en los que ese reflejo había pertenecido a otras vidas.
Su cabello castaño oscuro caía en ondas sobre sus hombros, siempre algo desordenado, con mechones rebeldes que no lograba domar. Vestía una de sus comunes camisas blancas, recordándole que su ropero consistía solo en prendas blancas y negras, además de sus muy abrigados suéteres. Sus ojos, de un azul grisáceo y levemente inflamados, reflejaban más de lo que quería admitir. La gente decía que había algo inquietante en su mirada, como si viera más de lo que debía. Y tenían razón.
Desde que tenía memoria, podía ver las auras de las personas. No era un don, como muchos podrían pensar, sino una maldición. Los colores vibraban a su alrededor como llamas danzantes, sus emociones expuestas ante sus ojos sin que ella lo pidiera. No podía apagarlo, no podía ignorarlo. Sabía cuándo alguien mentía, cuándo sufría, cuándo estaba a punto de romperse. Y no había nada que pudiera hacer al respecto.
Para Violeta, era fascinante. No se lo había dicho, pero ella lo había notado. Siempre intentaba hacer que Ivonne usara su don o se divirtiera con él, pero ella se negaba.
Su habitación daba al final del pasillo. Antes de bajar se dirigió a la cocina y tomó un vaso de jugo de naranja, que justo tenia al lado una nota de Violeta que ni se molestó en leer.
Llegaba con cinco minutos de retraso.
Suspiró y abrió una puerta, justo al lado del refrigerador.
Un pastillo medianamente iluminado y unas cortas escaleras llegaban hasta el almacén de la biblioteca.
Para ella el ida era perfecto pues la biblioteca estaba tranquila a esa hora de la mañana, con solo un par de personas hojeando libros en las mesas de lectura. Se dirigió al mostrador, justo frente a las amplias escaleras, y saludó a la anciana señora Thompson, quien siempre llegaba antes que ella. La mujer le sonrió con esa calidez que solo ella tenía.
—Buenos días, Ivonne. ¿Dormiste bien?
—Tan bien como siempre —respondió con una sonrisa cortés. No tenía sentido decirle que sus noches eran largas y llenas de insomnio.
Comenzó a organizar los libros devueltos, sintiendo la familiaridad del papel bajo sus dedos. Los libros no tenían auras, no escondían secretos. Eran simples y directos, y por eso le gustaba estar rodeada de ellos.
Cuando el sol comenzó a ocultarse, subió las escaleras hasta su departamento. Encendió la tenue luz de la sala y preparó una taza de té. Notó el sándwich cuidadosamente preparado que Violeta le había dejado con una pequeña nota: "Come aunque no tengas hambre".
No tenía apetito, pero de todas formas tomó el té y el sándwich y se dirigió al balcón de su habitación. Se sentó en una pequeña silla de metal corroída, pero que seguía siendo más cómoda que estar de pie, y era perfecta para disfrutar del silencio. Sin embargo, algo la hizo detenerse.
Una sensación extraña recorrió su espalda, un escalofrío que nada tenía que ver con el frío de la noche. Caminó lentamente hacia el balcón, empujando la puerta de vidrio con cautela. La brisa otoñal revolvió su cabello mientras se apoyaba en la baranda, sus ojos recorriendo el bosque que se extendía frente a ella.
Y entonces lo vio.
Una sombra oscura entre los árboles, un movimiento sutil que no pertenecía al vaivén de las hojas. Frunció el ceño, entrecerrando los ojos para enfocar la silueta. Era un lobo, un animal grande y de pelaje oscuro que se movía con una elegancia inquietante. No era un lobo común, lo supo de inmediato.
Su aura lo delataba.
Un resplandor dorado y rojo lo rodeaba, ardiendo como fuego contenido, vibrante y poderoso. Jamás había visto algo así. La intensidad de su presencia la dejó inmóvil, incapaz de apartar la vista. No era solo un animal, eso era seguro. Había algo más en él, algo que no podía comprender del todo.
El lobo se detuvo en el claro y levantó la cabeza, sus ojos rojos centelleantes encontrando los suyos con una precisión que la dejó sin aliento. Fue solo un segundo, un instante fugaz en el que sintió que algo dentro de ella se encendía, algo primitivo y desconocido.
Y entonces, sin previo aviso, desapareció entre los árboles.
Ivonne se quedó allí, con la brisa helada acariciando su rostro, con el corazón latiendo desbocado. No sabía quién o qué era esa criatura, pero una cosa era segura: algo había cambiado en esa noche de otoño.
Algo que no podía ignorar.
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Holi mis queridas florecitas.
Les gustó el capítulo?
Ivonne Bellarose.
Violeta Sicero
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Y bueno...
Por aquí unas palabras.
Paso para avisarles que esta novela se está subiendo también en otras plataformas de lectura. (Obvio que con el mismo nombre)
Nada más aviso por si quieren dar apoyo en donde sea que la vean.
La actualización estará a la par así que... No sé
Y sí... sé que está repetido pero mejor prevenir que llorar sobre la leche derramada.
Besitos en el miocardio. 😘