La historia sigue a un militar sin nombre, en medio de una guerra, al que todos se refieren como Ergo.
El mundo del futuro está en crisis debido a una guerra que ha asolado cada región desde hace años y de la cual parece ser que ningún compañero o militar cercano a Ergo sabe algo.
Un día cualquiera, durante una batalla campal, Ergo es herido y se ve orillado a reparar su extremidad tras acabar la batalla. Luego de su reparación, Ergo descubre a sus altos mandos hablando acerca de él, de su ineficiencia y de como lo eliminarán para traer a otro soldado en su lugar. No obstante y sin poder negarse, es enviado de nuevo en una última misión en los límites del mapa sabiendo que las batallas libradas allí son sinónimo de muerte.
Poco a poco, Ergo irá descubriendo la clase de mundo en el que habita y los secretos que se han ocultado ante el y cualquiera de sus compañeros.
En esta historia el lector se sumerge en un delirio y cuestionamiento filosófico y político acerca de la moralidad.
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II
Pude ver por el costado a algunos heridos más llegar, algunos con heridas graves como la mía: con extremidades destruidas. Otros sin una mano, con algún hueso roto, entre otras. A veces gente desangrándose, a veces gente delirando y a veces cuerpos de la gente que no soporto lo suficiente y murió en el camino.
Ignoró aquello, era rutinario. Miraba el cielo azulado de aquella zona, las nubes blancuzcas que parecían sacadas de un cuadro al óleo y respiro mientras caminaba con tranquilidad. Solía reflexionar acerca de la guerra y su situación desde hace algunas decenas de combates.
Fue en la undécima batalla cuando tras recibir la bala que rozo parte de su cabeza que comenzó a valorar más sus propios pensamientos. Con el tiempo se había vuelto una unidad como cualquier otra, se sentía a gusto con la comodidad ofrecida por la zona militar. No hace mucho que había sido trasladado desde la zona sureste con su clima frío hasta aquí. Aquí todo era algo más agradable para él, pero por alguna extraña razón, los recuerdos de sus días pasados no llegaban a su mente más que en pequeños fragmentos que le daban una sensación de dejá vu.
—Buen día Ergo, ¿listo para el desayuno?—preguntó uno de sus compañeros que iba pasando por allí cargando un par de cajas de munición en un carrito.
—¡Buen día!—gritó Ergo, meneando la mano en el aire—. ¡Espero que haya buena comida! ¡No tardes!
Usualmente el ambiente que solía caer sobre aquella zona con cada victoria era bastante infantil y demostraba un paralelismo burdo. Ganaban, entonces se alegraban enormemente. Perdían, entonces se frustraban como niños pequeños.
Siguió andando hasta llegar finalmente a uno de los tantos comedores de la zona. El bullicio se escuchaba desde algunos metros en la distancia. No había soldados fuera debido a que la mayoría seguramente comía.
Ergo fue recibido con normalidad en la fila de comida. Extendió su bandeja y entregaron su porción de carne con arroz, zanahorias, algunos frijoles y agua. Era rutinario, como le gustaba a él.
Se sentó en la mesa más vacía que pudo encontrar entre los cientos y cientos de compañeros que pudo encontrar, preparado para comer con naturalidad.
—¿La comida sabe bien?—preguntó un compañero que me vió comer durante un par de minutos.
—Si, supongo que lo natural para tener algo de energía antes del entrenamiento y trabajo—respondió Ergo—. ¿Por qué?
—Si, me encanta esto, y encima puedo escoger tener una de estas—dijo con entusiasmo y mostró su botella de cerveza en el aire.
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Repitió frente a sus altos mandos—siendo observado por ellos desde lo alto—las palabras en coro con sus compañeros: ¡Entrenamiento! ¡Atención! ¡Silencio! ¡Respirar y apuntar! ¡Matar!
El alto mando se esfumó feliz del desempeño diario de los hombres. Debían ser apenas las 5 de la tarde cuando Ergo y un selecto grupo más de soldados fueron llamados mediante sus relojes. La notificación de una noticia impactante y de alto valor podía leerse en la pantalla del dispositivo.
<<¿Qué es?>> pensó Ergo y espero trabajando en el abastecimiento de las armas de pólvora y energía de plasma. Debía haber suficientes armas cargadas y cartuchos en cada unidad.
Finalmente, el laburo sucumbió ante el tiempo con eficiencia característica de los soldados. Nuevamente, el reloj notifico, marcando diez minutos antes del momento citado. Ergo había terminado sus labores unos minutos antes, así que solamente fue al baño y se encaminó hacia dónde le indico el mensaje.
Eran apenas las 8:49 marcadas en el reloj, y Ergo ya estaba en camino. Confiado en ser el primero en acatar la orden. Comenzó a indagar en el camino acerca de su situación y la de sus compañeros. Recurrían a charlas algo banales en su opinión con tal de hacer el trabajo más agradable. Hablaban de sus hazañas, la guerra y se alegraban ante juegos donde uno debía terminar su parte del trabajo más rápido. No obstante, Ergo era consciente de una sola cosa y la cual había llevado pensando desde que ocurrió ese incidente con la bala rozando su cabeza y cortando parte de ella: nadie hablaba del pasado. Nadie. Ningún compañero, incluso si acaso se dejaba escuchar por los demás para mostrar su superioridad, mencionaba nada del pasado, de su pasado. Ni el más temeroso o silencio. Absolutamente nadie. Y Ergo no sabía por qué cuestión, pero era demasiado extraño para él. Incluso el mismo reconoció desde hace tiempo que aquellos fragmentos del pasado, pese a las vívidas imágenes, no le generaban un estado de memoria real.
Finalmente estaba lo suficientemente cerca de aquel remedo de domo oscuro con múltiples cápsulas de aterrizaje a lo largo de sus muros. Busco a simple vista en la oscuridad la pista de alguien que estuviera esperando, pero no noto nada, y decidió rodear el extenso domo para entrar por la puerta de emergencia que usualmente no estaba tan bien protegida. Noto la misma entreabierta y, cuando intentaba entrar por ella casi dando el primer paso, el sonido de pasos le hizo detenerse. Miro ligeramente por la pequeña abertura y vio a dos de los altos mandos hablando cerca de la puerta.
—La máquina ha hablado. No podemos permitir más derroche—dijo el hombre de la derecha, de barba canosa y figura regordeta y achaparrada.
—Lo sé, por eso llamé aquí a esos soldados. La máquina quiere estadísticas, y todo el grupo selecto ha sido un desperdicio. No sé ha tenido el resultado esperado por su parte. Cada vez llegaban más heridos y se usan más extremidades y órganos—dijo el hombre a la izquierda y de aspecto más joven, de pelo oscuro y barba corta, tosco.
Ergo se mantuvo aún con el oído más pegado incluso que su propia mirada. La noticia impactó de lleno y su cuerpo le traicionó con temblores.
—¿Entonces serán mandados al límite?—preguntó el hombre viejo mientras abría la puerta de emergencia. Carter se había ocultado detrás del generador de electricidad al costado del domo.
—Así es. Cómo normalmente ha sido, seguramente mueran gran parte de ellos ahí, ello nos indicará quién es buen soldado bajo los criterios de la máquina—respondió el hombre tosco saliendo detrás de su compañero—. Cómo sea, debemos esperar casi nada, el grupo ya debe estar llegando—concluyó mirando su reloj.