Aldana una joven doctora que cuando con un prometedor futuro, cambia su destino al cometer un gravisimo error...
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capítulo 13
El auto se detuvo frente al aeropuerto de Londres. El cielo estaba cubierto de nubes bajas y grises, como si el clima compartiera el pesar que ambos sentían. Aldana bajó con su equipaje y, al girar para despedirse, encontró a Leonardo con las manos en los bolsillos, observándola con una mezcla de nostalgia y resignación.
—Supongo que hasta aquí llegamos —dijo él, con voz grave pero controlada.
Aldana asintió, conteniendo la emoción que amenazaba con desbordarse.
—Lo que pasó entre nosotros será un bonito recuerdo. No me arrepiento de nada… pero mi camino no está aquí. Si algún día vas a Los Ángeles… —sacó una pequeña tarjeta de su cartera y se la entregó— llámame.
Leonardo la tomó, sin apartar la vista de ella.
—Gracias por apoyarme estos días —agregó ella, apenas un susurro.
Y entonces, sin más palabras, Aldana se acercó y besó sus labios con ternura. No fue un beso de despedida amarga, sino uno sereno, como quien agradece el amor fugaz de un alma afín. Se separó sin mirar atrás y caminó con paso firme hacia la sala de abordaje.
Mientras sus pasos se alejaban, una idea cruzó su mente con fuerza y claridad: Tal vez su destino no era estar al lado de Sebastián... tal vez la vida le tenía preparado algo mejor.
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Cinco semanas después…
El eco del monitor resonaba en la pequeña sala blanca del consultorio. Aldana miraba la pantalla con una mezcla de desconcierto y pánico. En ella, un pequeño punto titilaba con insistencia: una vida diminuta, apenas comenzando.
—Es temprano aún, pero ahí está —dijo la ginecóloga con una sonrisa amable—. Todo parece estar bien.
La médica siguió hablando, pero Aldana ya no escuchaba. Las palabras rebotaban como ecos lejanos, mientras su mente intentaba procesar lo evidente.
Es así como llegué a este punto...
Luego de aquel encuentro con Leonardo, no he estado con nadie más.
Y a menos que el Espíritu Santo haya decidido hacer una aparición estelar…
Las posibilidades de que él sea el padre de este “puntito” que titila en la pantalla… son del cien por ciento.
Su rostro palideció. La sangre pareció abandonar su cuerpo mientras la realidad la golpeaba con fuerza. No supo si fue el vértigo, el miedo o la simple magnitud del descubrimiento, pero lo último que sintió fue cómo todo se volvía negro.
Y después, nada.
El olor a desinfectante y el tenue pitido del monitor fueron lo primero que Aldana percibió al recuperar la conciencia. Parpadeó un par de veces antes de distinguir el rostro de su amiga Letty, que la observaba con los brazos cruzados y una ceja levantada.
—Nena, cinco minutos más inconsciente y llamaba a recepción para prepararte una habitación —dijo, con su típico tono sarcástico—. Por lo que veo, no te lo esperabas… pero bueno, llevan años juntos, podrías atrasar tu especialización un año y luego vas viendo. No es la muerte de nadie. Es un niño.
Aldana apenas podía mantener los ojos abiertos, pero las palabras de su amiga le taladraban la cabeza. Su garganta se tensó mientras reunía el valor para hablar.
—Letty… te mentí.
Letty alzó una ceja aún más.
—¿Qué cosa?
Aldana respiró hondo, cerró los ojos un instante, y luego dejó que todo saliera de golpe: la verdad que había escondido durante años, la fantasía construida a medias, la soledad, el amor imposible, y aquella noche en Londres.
Cuando terminó, el silencio se instaló en la sala por unos segundos.
—Déjame ver si entendí bien —empezó Letty, llevándose las manos a la cintura—. Todas esas veces que decías que tu novio venía a buscarte para una escapada romántica y por eso no asistías a mis fiestas... ¿eran mentira?
—Sí...
—¿Y qué hacías?
—Comía mirando películas… sola —murmuró, hundiéndose en la camilla—. Soy patética, lo sé.
Letty soltó un bufido y se sentó a su lado.
—Nena, yo no soy quien para juzgarte, pero... te guardaste *tantos* años por un amor de la infancia. Era obvio que algo así iba a pasar. Por lo menos el sujeto con el que lo hiciste estaba bueno… digo, dices que estabas borracha…
—Lo estaba… pero sabía lo que hacía —confesó Aldana, sintiendo un nudo en el estómago—. Me acosté con el hijo de mi padrastro. Y hermano del hombre al que amé durante diez años…
Letty se tapó la boca, completamente sorprendida.
—¡Dios mío, Aldana!
Justo en ese momento, alguien golpeó la puerta con insistencia. Letty se levantó de golpe.
—Mira, hablaremos esta noche en mi departamento. Y no faltes… o correré el rumor de que sales con un hombre casado.
—¡Letty! —frunció el ceño Aldana.
—Así que ya sabes. No faltes.
—Eres un enemigo...
—Sabes que te amo… —Letty le guiñó un ojo, abriendo la puerta—. Ahora vete, o me van a matar mis pacientes.
Aldana soltó una risa débil mientras su amiga desaparecía tras la puerta. Cerró los ojos por un instante, dejando que el peso de la verdad compartida se asentara. Quizás el caos recién comenzaba… pero al menos, ya no estaba sola.