Una mujer de mediana edad que de repente se da cuenta que lo ha perdido todo, momentos de tristeza que se mezclan con alegrias del pasado.
Un futuro incierto, un nuevo comienzo y la vida que hará de las suyas en el camino.
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Una historia convertida en vida
Después de ese embarazo, cuando los gemelos tenían cinco años intentamos volver a embarazarnos de manera natural, los médicos dijeron que podía ser posible, que solo debíamos ser pacientes. Lo intentamos casi por dos años, pero no resultó. Así que acordamos no forzar nada. Y aunque nunca tomamos precauciones para evitar un embarazo, tampoco tuvimos la alegría de tener uno de sorpresa. Y los años fueron pasando, vimos crecer a Luana y a Axel con una alegría infinita.
Luana y Axel crecieron rodeados de amor. Aunque en algún momento soñamos con agrandar la familia, con otro bebé que trajera aún más alegría a nuestro hogar, entendimos que la vida ya nos había dado dos regalos inmensos, y que a veces, aceptar lo que tenemos es la forma más pura de gratitud.
Los primeros años de los gemelos fueron un torbellino de descubrimientos. Recuerdo con claridad el día en que Axel dio su primer paso. Fue en el pasillo entre la cocina y el comedor. Charles estaba grabando un video de Luana, que jugaba con bloques, y de pronto, Axel simplemente se soltó de la mesa y caminó tres pasitos tambaleantes hacia mí. Me quedé congelada, con la boca abierta, y luego grité su nombre tan fuerte que Luana se asustó y tiró los bloques al suelo. Reímos, lloramos, y Charles logró capturar el momento justo antes de que Axel cayera de culo con una sonrisa triunfal.
Luana, como siempre, hizo las cosas a su tiempo. No tenía prisa, pero cuando caminó, lo hizo con una seguridad que parecía heredada de su padre. Fue en el parque, bajo un árbol, en una tarde fresca de otoño. Caminó hacia un columpio como si lo hubiera hecho toda la vida. Charles y yo nos miramos sin decir nada, sabiendo que esos momentos se graban en el alma.
Las primeras palabras también fueron mágicas. Axel dijo “papá” una mañana mientras Charles lo levantaba de la cuna. Mi esposo se quedó mirándolo como si hubiera escuchado la palabra más bella del mundo. “Papá”, volvió a decir, con la voz llena de ternura y baba. Charles me la repitió durante semanas como si fuera poesía.
Luana, por su parte, fue la primera en decir “mamá”. Fue una noche en que tenía fiebre y yo no me separé de su lado ni por un segundo. Me abrazó con sus bracitos flacos y dijo bajito “mamá”, como si fuera su refugio. Y lo era. Lo soy, todavía. Y lo seguiré siendo hasta mi último aliento.
También hubo noches sin dormir cuando salían los primeros dientes, y nosotros cantábamos canciones de cuna hasta quedarnos dormidos con ellos en brazos. Hubo dibujos en las paredes, risas en la bañera, y preguntas imposibles en la mesa del desayuno. Cada etapa trajo su propia magia.
Luana siempre fue creativa, sensible, con un alma curiosa y un amor especial por los animales. Axel, en cambio, era más aventurero, inquieto, con una energía inagotable y una fascinación por los autos y las estrellas. Verlos crecer fue como leer un libro fascinante, capítulo a capítulo, sin querer llegar nunca al final.
Y así, sin darnos cuenta, los años fueron pasando. Las palabras se volvieron frases, las frases se volvieron historias, y las historias llenaron nuestra casa de vida. Cada cumpleaños era una fiesta no solo por su edad, sino por todo lo que representaban: el milagro constante de tenerlos con nosotros.
No hubo otro embarazo, pero tampoco hizo falta. Nuestra familia, aunque pequeña en número, era inmensa en amor.
Hoy, con quince años cumplidos, Luana y Axel son el reflejo del amor y el esfuerzo que hemos cultivado durante todos estos años. Verlos ahora, tan altos, tan seguros, con sus propias opiniones, pasiones y sueños, es como observar dos mundos en constante expansión. Tan distintos, y a la vez, tan conectados.
Axel heredó la pasión de Charles por la fotografía. Desde hace un par de años, no sale de casa sin su cámara. Tiene ese ojo especial para capturar momentos que pasan desapercibidos para los demás: una hoja cayendo, una mirada entre dos personas, una risa espontánea. A veces lo encuentro en el jardín, tirado sobre el pasto, buscando el ángulo perfecto. Me encanta cómo se ilumina su rostro cuando logra una toma que le gusta. También le apasiona la astronomía, como cuando era pequeño. Pasa horas investigando sobre planetas, galaxias, agujeros negros. Dice que le fascina pensar que hay algo más allá, algo inmenso que aún no entendemos.
Luana, en cambio, es todo corazón. Sueña con ser veterinaria, y vive rescatando animales heridos o perdidos del vecindario. Tenemos una tortuga, dos gatos, y un conejo gracias a ella. Tiene un talento natural para la música, toca el piano y canta con una dulzura que a veces me hace llorar a escondidas. Le encanta leer novelas románticas, y cada vez que termina una me la cuenta como si fuera una historia real. Tiene una sensibilidad preciosa, y una empatía que asombra.
Su fiesta de quince años fue un día inolvidable. La planeamos con tanta ilusión que parecía una boda. Ellos mismos insistieron en hacer un solo festejo, según ellos porque habían nacido juntos y era justo que lo festejaran d e la misma manera. Luana eligió un vestido color lavanda, sencillo pero elegante, con encaje en los hombros y una falda que se movía como un suspiro. Recuerdo cómo nuestras miradas se cruzaron en el espejo justo antes de salir de casa y me dijo:
—¿Creés que papá va a llorar?
—Seguro que sí —le respondí, sonriendo— Y no va a ser el único.
Y no me equivoqué.
Cuando entró al salón, del brazo de Charles, todos se pusieron de pie. La música suave llenó el aire, y yo sentí un nudo en la garganta tan fuerte que apenas pude sostener a Axel, que me ofrecía su brazo, con una sonrisa entre nerviosa y emocionada. Estaba guapísimo en su traje sastre color gris, con una corbata del mismo tono lavanda que el vestido de su hermana. Me miró y me dijo:
—¿Lista, mamá?
—Nunca voy a estar lista para verlos crecer, mi amor —le respondí, y él solo me abrazó con ternura.
Entramos juntos, él tan elegante, tan hombrecito, y yo intentando no arruinar mi maquillaje de tanta emoción. Fue otro de los momentos más hermosos de mi vida.
El vals, el brindis, los discursos... Todo fue perfecto. Luana bailó con su padre, con los ojos llenos de lágrimas. Axel me dedicó unas palabras que jamás olvidaré, diciendo que yo era su primer amor, su ejemplo. No sé cuántas veces lloré esa noche, pero sí sé que cada lágrima era de felicidad pura.
Nuestros hijos no solo crecieron, florecieron. Y nosotros, Charles y yo, florecimos con ellos. Esa noche, mientras los observaba reír, bailar, abrazar a sus amigos, sentí que todo había valido la pena. Cada tratamiento, cada madrugada sin dormir, cada frustración y cada esperanza. Porque ellos son nuestra historia convertida en vida.
Seguiré leyendo
Gracias @Angel @azul