El Horizonte de Nosotros es una cautivadora historia que explora las complejidades del amor y la identidad. Chris, un joven profesor de cosmología, vive atrapado en un conflicto interno: su homosexualidad reprimida choca con los rígidos prejuicios impuestos por sus creencias religiosas. Su vida dará un giro inesperado cuando conozca a Adrián, un hombre carismático y extrovertido que, a pesar de ser padre de un niño pequeño, descubre en Chris algo que lo atrae profundamente.
En este encuentro de mundos opuestos, ambos se verán enfrentados a sus propios miedos y deseos. ¿Podrá Chris superar sus barreras internas y abrirse al amor que le ofrece Adrián, o será consumido por la culpa y la autonegación, conduciendo a su autodestrucción?
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Muros invisibles
Chris . desde joven, ha aprendido a esconder su verdadera identidad, a callar sus sentimientos y deseos por temor a ser rechazado y ridiculizado por su comunidad. Esto ha moldeado su carácter tímido, aislado con tendencia a la melancolía.
En una de las reuniones semanales del grupo, mientras los miembros conversan sobre la importancia de tener una familia en el sentido tradicional, Chris se siente atrapado. Es un tema recurrente y uno de los más difíciles de manejar para él. Algunos de los chicos del grupo sugieren, con una sonrisa:
"¡Chris, es hora que encuentres una novia, con tu porte y tus estudios no debería ser problema para ti!" le dice uno de los amigos con entusiasmo.
A Chris le cuesta dar una respuesta que no sea una excusa, algo que lo permita salir de esa situación sin levantar sospechas. Una y otra vez, repite que está enfocado en sus estudios o que no encuentra a nadie que cumpla con las expectativas. De esta forma, busca evitar el escrutinio sobre su vida personal, mientras se siente atrapado en la red de expectativas que los demás imponen sobre él.
Mientras escucha los comentarios de sus amigos sobre la importancia de tener una novia dentro de los planes de Dios para "ser un buen hombre" dentro de la comunidad, un sentimiento de incomodidad lo invade. Aunque ellos no lo saben, para Chris, esas preguntas son una fuente de angustia. El miedo a ser juzgado es tan grande que no sabe cómo explicarles que no busca pareja porque tiene miedo de que la gente descubra su atracción por los hombres.
En la conversación con sus amigos, todos parecen tan seguros de sí mismos y de su rol en el mundo, que él se siente como un extranjero emocional. Sus respuestas son vagas y se ve obligado a cambiar de tema.
Más tarde, mientras se encuentra en su habitación, recordando las palabras de la reunión, Chris se siente aplastado por la contradicción. En la universidad puede ser él mismo, o al menos puede esconderse en su papel de profesor competente, pero en su grupo religioso, no sabe cómo ser honesto consigo mismo sin perder su lugar. Sabe que no puede mostrar ninguna debilidad, y mucho menos exponer lo que siente, especialmente porque teme que su fe sea cuestionada. La presión para conformarse con las expectativas sociales es constante y le ha pasado factura a su salud mental, frecuentemente sueña con que su mundo se cae a pedazos o un camino largo en el que debe decidir su destino.
Esa misma tarde, cuando se encuentra en el aula, Chris está más atento que nunca a su comportamiento, preocupado por las reacciones de sus compañeros y amigos. Durante un descanso, uno de los chicos, David, le menciona de manera casual que conoce a una chica en la iglesia que "sería perfecta" para él. Chris sonríe, un tanto incómodo, y le agradece, diciéndose a sí mismo que tendrá que averiguar más sobre esta chica para no quedar mal.
La idea de salir con alguien de la iglesia lo pone más tenso, pero la necesidad de mantener las apariencias lo obliga a aceptar la sugerencia, a pesar de que en el fondo no siente ningún interés. David, sin saberlo, solo refuerza ese muro invisible que Chris se ha construido alrededor de sí mismo, un muro hecho de expectativas ajenas, miedo al rechazo y un deseo profundo de pertenecer sin ser descubierto.
A medida que pasa el día, Chris empieza a sentirse agotado emocionalmente. Ya no sabe si las excusas que da para evitar hablar de su vida amorosa son creíbles, o si está comenzando a perder el control sobre su propia identidad. Esa noche, al irse a dormir, siente el peso del estrés en su espalda. La cama dura y la sensación de vacío lo acompañan. Mientras se arropa, no puede evitar pensar en la mirada de Adrián. Es un pensamiento fugaz, pero con una intensidad que no le es familiar. ¿Cómo sería poder ser honesto con alguien?
Mientras tanto, en su mente resuena una última conversación con su madre, quien le había preguntado hace unos días sobre las chicas que conocía en la universidad.
“Chris, cariño, ya va siendo hora de pensar en el futuro. En la iglesia nos enseñan que es lo mejor, que es lo natural…” le había dicho ella con una sonrisa preocupada, como si él no tuviera el derecho de cuestionar lo que le decían.
Chris cierra los ojos, su mente se llena de dudas, de miedos,sus pensamientos negativos no le permite obtener el descanso que su cuerpo merece para reponer su energía.
El lunes por la mañana, Chris se encuentra delante del espejo ajustando su camisa cuidadosamente. Aunque viste su acostumbrado estilo sencillo, se asegura de que todo esté en orden. Cada detalle, desde su cabello bien peinado hasta su bolso organizado, refleja su naturaleza perfeccionista. Es su segundo día frente a una nueva clase, y aunque su carácter tímido lo traiciona, su perfeccionismo y amor por la enseñanza lo impulsan a dar lo mejor.
Chris respira hondo antes de entrar en el aula. La puerta se abre y todas las miradas caen sobre él. Entre ellas, los ojos oscuros y curiosos de Adrián. Aunque Chris no lo reconoce de inmediato, Adrián sí lo recuerda: el joven rubio de la mirada melancólica que había visto días antes en el autobús.
"Buenos días, chicos. Soy el profesor Christopher… pero pueden llamarme Chris," dice con su voz suave y calmada.
Mientras Chris comienza a escribir en el pizarrón con trazos precisos y firmes, Adrián no puede evitar seguir observándolo. El contraste entre su figura delicada, casi frágil, y su autoridad al explicar conceptos complejos de cosmología le llama profundamente la atención. Adrián, acostumbrado a profesores mayores o distantes, queda sorprendido por la claridad y pasión con la que Chris enseña.
Chris se sumerge en su lección con una naturalidad que contrasta con su introversión habitual. A través de su interés especial en la cosmología, logra que los estudiantes se involucren con ejemplos y preguntas interesantes. La atmósfera es dinámica, algo poco común para un profesor nuevo.
En medio de su explicación, Chris percibe el silencio atento de Adrián, quien, sin querer, lo observa más allá del contenido académico. Sin embargo, Chris no reacciona, años de esconder su verdadera identidad le han enseñado a ignorar cualquier señal que pueda exponerlo.
En un momento de interacción con los alumnos, Chris nota que Adrián tiene una expresión más seria de lo normal, casi cansada. Cuando pregunta si alguien tiene dudas, Adrián levanta la mano.
“Profe… ¿cómo se supone que funciona esto en la realidad?” pregunta, señalando un esquema en el pizarrón.
Chris le sonríe con paciencia y explica el concepto paso a paso, adaptándolo con ejemplos que él pueda entender. Sin darse cuenta, su empatía y atención especial con Adrián comienzan a notarse entre los compañeros, lo que hace que algunos cuchicheen discretamente.
Chris, consciente de las miradas ajenas, se tensa por dentro. Le preocupa que sus buenas intenciones se malinterpreten. “Límites,” se dice a sí mismo mentalmente. “No puedo permitirme crear lazos cercanos con nadie.”
Al finalizar la sesión, los estudiantes comienzan a salir del aula. Adrián se queda rezagado, guardando sus cosas lentamente. Aunque Chris intenta no notarlo, una parte de él siente curiosidad. Sin embargo, prefiere ignorar ese impulso. Adrián se acerca tímidamente al escritorio.
“Gracias, profe. Se nota que le gusta lo que enseña,” dice Adrián con una sonrisa genuina.
Chris se sonroja levemente, sorprendido por la observación.
“Gracias. La física tiene mucho de belleza… solo hay que saber dónde mirar,” responde con suavidad.
Mientras Adrián se despide y sale, Chris se queda solo en el aula. La sonrisa se borra de su rostro y su expresión vuelve a ser melancólica. Se sienta en el borde del escritorio y pasa una mano por su cabello, agotado emocionalmente. La interacción con Adrián fue breve, pero suficiente para recordarle lo frágil que es el control que tiene sobre sí mismo.
Mira hacia la ventana, donde el sol de la tarde proyecta una luz dorada en las paredes del aula. En su mente, se repite como un mantra:
“No debo cruzar esos límites. Nunca.”
El regreso a casa y las dudas silenciosas:
De regreso en el autobús, el mismo donde días atrás Adrián lo había visto por primera vez, Chris se sienta en su lugar de siempre, junto a la ventana. Los paisajes urbanos pasan de largo mientras él se queda absorto en sus pensamientos.
Por un momento, permite que sus emociones salgan a la superficie. ¿Por qué le afectó tanto la sonrisa de Adrián? ¿Por qué sintió que bajaba la guardia con él? Tal vez porque, al verlo, no percibió ninguna amenaza ni juicio, solo un estudiante agotado que buscaba aprender. Pero Chris también sabe que no puede permitirse pensar así. Su mundo, lleno de reglas estrictas y paredes invisibles, no tiene espacio para la vulnerabilidad.
Esa noche, mientras descansa en su cama dura, siente nuevamente el peso de la soledad. Su espalda le duele y su mente no puede olvidar los ojos de Adrián, tan vivos y atentos, tan vivaces, diferentes a los suyos, rebosantes de vida. Por un instante, se permite fantasear con la idea de ser alguien diferente: alguien sin miedo, alguien libre. Pero pronto, su propia voz lo reprende.
“Límites, Chris. Esos límites te mantienen a salvo.”
Chris se gira en la cama, mirando el techo con una mezcla de melancolía y frustración. Afuera, la ciudad sigue su curso, pero para él, cada día es una batalla silenciosa contra sus propios sentimientos.
Adrián, por su parte, regresa a su pequeño hogar con su hijo, sin imaginar que su vida está a punto de cambiar.
Ame.