Segundo libro de- UNA MUJER EN LA MAFIA. Aclarando solo dudas del primer libro. No es que es una historia larga. Solo hice esta breve historia para aclarar algunas dudas.
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Una mujer en la mafia
El sol se colaba por las ventanas de mi habitación, iluminando las paredes de tonos claros mientras yo me desperezaba lentamente. Había dormido poco, pero no era algo nuevo para mí. La reunión estaba programada temprano en otro lugar, pero siendo realista, no me preocupaba llegar tarde.
Me levanté de la cama y me dirigí al armario, buscando algo apropiado para la ocasión. Cuando bajé a la cocina, el olor a café recién hecho me tocó de golpe.
—Buenos días, dormilona —dijo Flora con una sonrisa burlona, tomando un sorbo
—Buenos días —respondí, abriendo el refrigerador para sacar un vaso de jugo—. ¿Dónde está Simón?
—Se fue hace rato —respondió sin mucho interés, dejando la taza sobre la barra.
—¿Y no me avisó? —dije, más sorprendida
—Dijo algo sobre adelantarse para organizar algo antes.
Suspiré y saqué mi teléfono, marcando el número de Simón. El tono de llamada sonó varias veces antes de que Simón tomara la llamada.
—¿Qué pasa, Adeline? —dijo, con su tono práctico de siempre.
— ¿Qué pasa contigo? ¿Por qué te fuiste?
—Eh, no puedes venir a esta reunión, quédate, hablamos luego. — Me colgó así sin más.
*
La adrenalina me recorría el cuerpo mientras llegaba a la entrada del gran salón, el eco de mis pasos retumbaba por el pasillo. La llamada de Simón seguía resonando en mi cabeza, advirtiéndome de no presentarme en la reunión. “Sera mejor que no vengas a la reunión”, había dicho, pero no pensaba echarme atrás. Sabía que algo estaba ocurriendo y no soportaba quedarme al margen mientras se decidían asuntos importantes. Nadie podría detenerme.
Respiré profundamente al ver la puerta frente a mí. Apenas alcancé a estirar la mano para abrirla cuando Simón salió al pasillo, su rostro pálido y lleno de preocupación. Se plantó frente a mí, y su expresión dejaba claro que iba a hacer cualquier cosa para detenerme.
—Adeline, te dije que no vinieras —dijo, con voz firme, su tono cargado de advertencia.
—Y te dije que no iba a detenerme —contesté, sintiendo la determinación en mi propia voz.
Intentó sujetarme por los hombros, casi desesperado, como si realmente pensara que podría cambiar mi decisión. Al ver su expresión de ansiedad, me asaltó la duda de que tal vez estaba a punto de enfrentarme a algo que no había anticipado. Pero rechacé la duda de inmediato.
—Quítate del medio, Simón. Te juro que si no lo haces, voy a meterte un tiro entre las bolas. —Le lancé una mirada severa, dejando claro que no bromeaba.
Él me devolvió la mirada, y por un instante, vi en sus ojos una mezcla de resignación y comprensión. Dio un paso al lado, pero antes de dejarme pasar murmuró:
—Después no digas que no te advertí, Adeline.
Ignoré sus palabras, pero me quedó un mal presentimiento. No obstante, empujé la puerta y entré en la sala, dejando atrás el pasillo y a Simón con su advertencia.
Al entrar, el ambiente cambió por completo. Todos los hombres alrededor de la mesa levantaron la vista y me observaron con interés, algunos con una sonrisa en los labios, como si me estuvieran esperando. Sentí un peso extraño en el ambiente, una mezcla de aprobación y desprecio. Me mantuve firme, sin demostrar que su presencia me intimidaba en lo más mínimo.
Mis ojos recorrieron el salón hasta detenerse en una figura que jamás pensé ver ahí. James. Estaba sentado entre ellos, con el rostro serio, mirándome con una intensidad que me hizo contener la respiración. La frialdad en su mirada me atravesó, y su expresión me decía todo lo que necesitaba saber: esta reunión no era solo sobre negocios.
James estaba frente a mí, y por un segundo, no pude evitar notar lo increíblemente guapo que se veía. Cada rasgo de su rostro parecía esculpido en tensión; sus labios apretados, su mandíbula firme, y esos ojos… esos ojos que me miraban con una intensidad arrolladora. Me sentí atrapada bajo esa mirada, incapaz de moverme, mientras mi corazón aceleraba sin remedio. Jamás había sentido tanta electricidad en el aire.
Era como si cada emoción que intentaba esconder, cada palabra no dicha, estuviera expuesta entre nosotros en ese momento. Él no apartaba la mirada, sus ojos oscuros examinaban cada expresión en mi rostro, buscando algo, exigiendo respuestas. Sentí una mezcla de temor y atracción.
Aun en medio de esa atmósfera de reproches y heridas, era imposible ignorar el magnetismo que ejercía sobre mí, cómo con una sola mirada lograba desarmarme.
La atmósfera en la sala de reuniones estaba cargada de expectación, aunque todos intentaban disimularlo con expresiones neutrales. Caminé con paso firme, como si la tensión no me afectara en lo más mínimo, aunque por dentro sentía que cada mirada me perforaba. Los hombres, algunos conocidos y otros no tanto, levantaron la vista al verme, sus ojos evaluándome.
Observe el lugar con rapidez, buscando el mejor asiento. En un espacio como este, incluso los pequeños detalles, como dónde te sientas, podría cambiar el tono de una reunión. Opté por la silla al centro de la mesa, un lugar que demostraba mi autoridad y mi disposición a ser el centro de atención. Me acomodé con calma, cruzando las piernas, mientras mi expresión seguía siendo indescifrable.
Cuando me senté, noté el sonido de pasos firmes acercándose. Giré un poco la cabeza y vi a Simón. Por alguna razón que no pude definir, él decidió sentarse a mi lado. Me lanzó una mirada que intentaba ser tranquilizadora, aunque no funcionó del todo. Mis ojos se movieron instintivamente hacia el frente de la mesa.
Allí estaba él, sentado como si estuviera completamente cómodo en este ambiente, aunque yo sabía que no lo estaba. Su presencia era como una bomba de tiempo, una que no podía predecir cuándo explotaría. Llevaba un traje oscuro perfectamente ajustado, y su cabello, cuidadosamente peinado, hacía que sus facciones parecieran aún más marcadas. Pero lo que realmente me tocó fueron sus ojos, esos ojos tan intensos que parecían capaces de atravesarme.
Por un momento, me quedé paralizada, atrapada solo en el mundo que el estaba creando solo para nosotros dos.
Simón, al notar mi reacción, se inclinó un poco hacia mí y susurró:
—No dejes que te desconcentres. No te hará nada.
Simón, a mi lado, parecía notar mi incomodidad, porque en un momento me rozó la mano de manera discreta, intentando calmarme.
La reunión continuó, pero para mí, todo era un ruido de fondo. La verdadera tensión estaba en el aire, en esa guerra silenciosa entre nosotros dos. La conversación en la mesa se había tornado seria. Todos hablaban de la reunión que tendríamos con los inversores la próxima semana, lanzando ideas, argumentos, ya veces hasta bromas para aligerar el ambiente. Me sentí como si estuviera atrapada en medio de un desastre.
—Y tú qué opinas? —preguntó un hombre, girándose hacia mí con una sonrisa que no alcanzaba a ser del todo amable.
Tomé aire, tratando de ordenar mis pensamientos. Sabía que mi opinión no podía ser la más popular, pero decidí hablar.
—Creo que sería bueno.
— No lo creo. —Contesto James.
—¿No? —Pregunté un poco frustrada.
—Si
—Perdón, necesito un momento —dije, empujando mi silla hacia atrás mientras me ponía de pie rápidamente.
Sin esperar una respuesta, salí del salón y fui al baño. Cuando cerré la puerta detrás de mí, déjé escapar un suspiro profundo. Me miré en el espejo, intentando calmarme. Mi rostro estaba rojo, y mis manos temblaban ligeramente.
"Relájate", me dije a mí misma. "No va hacerte nada"
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