Cristian de la Fuente y Mía Ferrer se conocieron desde niños gracias a la relación cercana de sus familias. Mía es la ahijada de Victoria, la madre de Cristian, lo que los hacía pasar mucho tiempo juntos. Desde el primer día, Cristian se convirtió en el niño más popular de la clase: atlético, carismático y siempre rodeado de amigos. Mía, en cambio, era una niña tímida y reservada, con una gran pasión por la lectura y el arte, pero con sobrepeso, lo que la convirtió en el blanco fácil de las burlas de los demás niños, incluido Cristian.A pesar de su conexión familiar, Cristian se unió a los demás en hacer comentarios hirientes y bromas pesadas sobre el peso de Mía, sin darse cuenta del profundo impacto que sus palabras tenían en ella. Mía siempre se sintió dolida, especialmente porque esos comentarios venían de Cristian, a quien admiraba secretamente.
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Capítulo 2: El Regreso
No veía la hora de llegar y sorprender a mi madrina. Habían pasado tantos años desde la última vez que nos vimos en persona, y aunque manteníamos contacto a través de llamadas y cartas, no era lo mismo que poder abrazarla y compartir una taza de té en su cocina. Tenía tantas ganas de ver su expresión al verme, y me emocionaba la idea de escuchar su risa y sentir su calidez una vez más.El camino hacia su casa estaba cargado de nostalgia. A medida que recorría las calles del pueblo, los recuerdos de mi infancia volvían a mi mente como si fuera ayer. La pequeña tienda de la esquina donde comprábamos dulces, el parque con los columpios oxidados donde pasábamos las tardes jugando, y finalmente, la casa de mi madrina, con su jardín florido y la cerca blanca que lo rodeaba. Me detuve frente a la puerta, sintiendo un torbellino de emociones. Respiré hondo y me armé de valor para tocar el timbre."¡Ojalá me abra ella!", pensé con un nudo en el estómago. No quería que nadie más arruinara la sorpresa. Escuché pasos acercándose desde el otro lado de la puerta y sentí que el corazón me latía con fuerza. La puerta se abrió lentamente, y mi sonrisa desapareció al instante."Hola, sí, ¿a quién busca?", preguntó una voz masculina que no reconocí de inmediato. Era un joven alto, de cabello oscuro y expresión seria. "A la señora Victoria, por favor", respondí tratando de mantener la compostura."Claro, pase, tome asiento que la busco", dijo señalando el sofá del salón. Agradecí con un leve asentimiento y entré en la casa. Me senté en el sofá, tratando de calmar los nervios. No podía creer que justo este joven tuviera que abrirme la puerta. Me sentía un poco desilusionada, ya que esperaba que mi madrina me recibiera con los brazos abiertos desde el primer momento.Miré a mi alrededor, notando que la casa había cambiado muy poco. Las mismas fotografías en las paredes, los mismos muebles acogedores, y ese olor familiar a galletas recién horneadas que me hacía sentir como en casa. Cerré los ojos por un momento, permitiéndome recordar todas las veces que había corrido por esas habitaciones, siguiendo a Cris o ayudando a mi madrina en la cocina."Madrina, Mia está aquí", escuché la voz del joven desde la cocina. Mi corazón dio un vuelco al oír mi nombre, y me puse de pie nerviosamente. De repente, la voz cálida y llena de amor de mi madrina llenó el espacio. "¡Mía, mi amor! ¡No puedo creer que estés aquí!"Victoria apareció en el umbral de la puerta, con los ojos llenos de lágrimas y una sonrisa radiante. Me lancé hacia ella, abrazándola con todas mis fuerzas. "¡Te he echado tanto de menos, madrina!", exclamé, sintiendo la familiaridad de su abrazo, la calidez que solo ella podía ofrecer."Yo también te he extrañado, mi niña", dijo mientras acariciaba mi cabello. "Cuéntame, ¿cómo ha sido todo? ¿Cómo te ha ido en la ciudad? ¡Mira cuánto has crecido y cambiado!" Nos sentamos en el sofá, y ella no dejaba de mirarme con admiración y amor. "Tienes que contarme todo. Quiero saber cada detalle de tu vida".Mientras hablábamos, el joven que me había recibido en la puerta se acercó con una bandeja de té y galletas. "Mía, él es Javier, mi sobrino. Ha estado viviendo conmigo desde hace un tiempo", explicó Victoria al notar mi curiosidad. Javier me sonrió tímidamente y me ofreció una taza de té. "Encantado de conocerte, Mía. Mi tía me ha hablado mucho de ti", dijo con amabilidad."Gracias, Javier", respondí, aceptando la taza y sintiéndome un poco más a gusto. Mientras tomábamos el té, le conté a Victoria sobre mi vida en la ciudad, mis estudios de arte y la exposición que había venido a presentar. Sus ojos brillaban con orgullo mientras me escuchaba."Sabía que harías cosas increíbles, Mía", dijo con una sonrisa. "Siempre has tenido un talento especial y una determinación inquebrantable". Sus palabras me llenaron de gratitud y me hicieron sentir más conectada a mi hogar.Después de ponernos al día, Victoria insistió en mostrarme algunas de las cosas que había hecho recientemente en la casa. "He estado redecorando un poco", dijo mientras me guiaba por las habitaciones. "Quería que te sintieras cómoda cuando vinieras a visitarme". Sus esfuerzos por hacerme sentir bienvenida me conmovieron profundamente.Mientras recorríamos la casa, Javier nos seguía a una distancia respetuosa, escuchando nuestras conversaciones y sonriendo ocasionalmente. Me di cuenta de que él también era parte de este nuevo capítulo en la vida de mi madrina, y me alegraba ver que ella tenía compañía y apoyo en mi ausencia.Finalmente, nos sentamos en el jardín, bajo el cálido sol de la tarde. Las flores estaban en plena floración, llenando el aire con sus fragancias. "Siempre he amado este jardín", comenté, recordando las muchas tardes que pasé aquí, jugando y soñando despierta."Es un lugar especial", coincidió Victoria. "Y ahora, con tu regreso, es aún más especial". Nos quedamos en silencio por un momento, disfrutando de la tranquilidad y la compañía mutua.Mientras nos sentábamos allí, una parte de mí no podía dejar de pensar en Cris. Me preguntaba si él también había cambiado tanto como yo. ¿Habría madurado? ¿Sería capaz de ver más allá de las apariencias esta vez? No sabía si estaba preparada para enfrentarlo, pero sabía que eventualmente tendría que hacerlo."Victoria, ¿y Cristian? ¿Sigue viviendo aquí?", pregunté, tratando de sonar casual. Mi madrina me miró con una mezcla de sorpresa y comprensión. "Sí, Cris sigue en el pueblo. Está trabajando en la tienda local y ayudando con algunas cosas en casa. Estoy segura de que se alegrará de verte", respondió con una sonrisa.Sentí un nudo en el estómago al pensar en nuestro reencuentro. Habían pasado tantos años desde la última vez que nos vimos, y aunque los recuerdos de su trato hacia mí aún dolían, no podía evitar sentir una chispa de esperanza. Tal vez, solo tal vez, las cosas podrían ser diferentes esta vez.La tarde pasó rápidamente, llena de risas y recuerdos compartidos. Antes de darme cuenta, el sol comenzaba a ponerse, pintando el cielo de colores anaranjados y rosados. "Ha sido un día maravilloso, madrina. Gracias por todo", le dije mientras nos dirigíamos de nuevo a la casa."El placer ha sido mío, Mía. Estoy tan feliz de tenerte aquí", respondió con ternura. "Pero ahora, descansemos un poco. Mañana será un día ocupado con tu exposición, y quiero que estés fresca y lista para sorprender a todos con tu arte".Asentí, sintiéndome agradecida por su amor y apoyo. Subí las escaleras hacia la habitación que siempre había sido mía, sintiendo una mezcla de emoción y nerviosismo por lo que el mañana traería. Mientras me acostaba en la cama, no podía dejar de pensar en Cris y en cómo nuestro reencuentro podría cambiar nuestras vidas.Finalmente, cerré los ojos, dejando que la familiaridad y el amor de mi hogar me envolvieran. Estaba lista para enfrentar lo que viniera, sabiendo que tenía a mi madrina a mi lado. Y así, con el corazón lleno de esperanza y un poco de temor, me dejé llevar por el sueño, soñando con un futuro donde las apariencias no fueran lo más importante y donde el verdadero valor del corazón prevaleciera.