Soy "Jessica Sinclair" , ese es mi nombre a diferencia de lo que todos creen, no soy la hija mimada , ni la princesa de papá , es todo lo contrario, a pesar de ser la hija biológica parezco más la adoptada y en esta trama no sólo soy yo, también está él, Edward Jones y no menos importante ,Sara Sinclair _mi pequeña hermana adoptada.
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El regreso inesperado
—¡Pero qué demonios! —solté, el grito ahogado por el escozor punzante que se extendía por mi mejilla. El impacto había sido brutal, un recibimiento cruelmente familiar que resonaba con el dolor sordo que ya sentía en el alma.
Estaba de vuelta, pero no de la forma que el cielo había decidido. Estaba de vuelta en mi propia pesadilla, y la mano que me había traído de vuelta al dolor no había terminado su sermón.
—Sarah es tu hermana, las criamos con el mismo amor, ambas han tenido la misma educación, y nunca les ha faltado nada, pero no entiendo por qué eres tan egoísta y mezquina con ella saber que no lleva tu sangre, te a vuelto realmente alguien desagradable, —la voz de Mary Ann, mi madre, era un taladro frío y justiciero que siempre me traspasaba.
Y ahí estaba yo, sobándome la mejilla enrojecida, con el pulso martilleando en las sienes, sin poder creer que este infierno se repetía.
¿Había vuelto a revivir este momento exacto?
Aun estaba algo confusa; el golpe físico de la bofetada y la onda expansiva de mi muerte reciente lo habían empeorado todo. Pero necesitaba claridad, necesitaba saber qué demonios estaba pasando.
Un velo de niebla se disipó y, con él, la realización amarga. No podía permitirme una escena. No podía desatar la furia que rugía dentro de mí. Si quería sobrevivir esta vez, si quería ganar, debía empezar a jugar el juego de ellos.
Así que hice lo que la "vieja yo" jamás habría hecho, lo que Mary Ann siempre había deseado oír, la única forma de conseguir un momento de paz forzada: disculparme
—Lo... lo siento, madre —murmuré, forzando una expresión de sumisión que me revolvía el estómago.
Tan grande fue su sorpresa al verme ceder que sus ojos se salieron visiblemente de sus órbitas, y por un instante fugaz, quise reír. Era ridículo el poder que tenía una simple palabra. A mi lado, Sarah me miraba con una sonrisa apenas contenida, la satisfacción asquerosa pintada en su rostro perfecto. Ella no sabía lo que le esperaba a ella. Ninguno de ellos lo sabía.
Mi madre, recuperándose de su asombro, me ordenó ir a mi habitación. No esperé a que lo repitiera. Subí las escaleras como un autómata y, al llegar al santuario forzoso de mi cuarto, mi mano tembló al coger mi móvil. Verifiqué la fecha. El número parpadeó, helándome la sangre: Había vuelto 10 años antes, de que finalizaran mi vida.
Diez años.
Diez años de vida que me habían sido robados, pero que ahora se me presentaban como un campo de batalla. Tenía que recordar, revivir y catalogar cada evento, cada traición, cada palabra dulce envenenada que me había llevado a la tumba.
Una profunda, casi paralizante, tristeza me invadió por un instante. No por ellos, sino por la inocente y estúpida Jess que fui. La que creyó, la que confió, la que murió por amor.
Cerré los ojos, respirando profundamente el aire de la habitación que se sentía extrañamente ajeno, a pesar de ser la mía. Necesitaba ordenar el caos. Necesitaba revivir el día que lo cambió todo para la antigua Jessica, el día que selló mi destino y el de la vida que llevaba dentro.
Recordé.
Me dirigía a la oficina de Edward. Iba con esa estúpida emoción de llevarle el almuerzo, la ilusión de la prometida que piensa que su vida es un cuento de hadas. Al llegar, la atmósfera era tensa. Los empleados, que me conocían bien, se pusieron visiblemente nerviosos, cruzando miradas furtivas. La asistente de Edward, una mujer eficiente y fría, me miró con una punzada de lástima que no entendí en ese momento. Me puso una serie de obstáculos patéticos para que no avanzara, pero yo la ignoré, una fuerza ciega de amor y obstinación me impulsaba hasta su puerta.
Llegué, mi mano agarró el pomo de la oficina, justo en el momento en que una voz, esa voz melosa, conocida y ahora repulsiva, flotó a través de la madera.
—Edi... —susurró Sarah.
Me tensé. Mi prometido y mi hermana. La mezcla era explosiva, pero la mente se aferraba a la negación. ¿Tal vez estaban hablando de algo familiar? ¿Un regalo sorpresa?
Lo que vino después fue el sonido más destructor que jamás había oído. No fue un grito, no fue una pelea. Fue la calma calculada de Edward.
—Sarah, cariño, no podemos estar haciendo esto, no en la oficina. No te verías bien y no quiero que nadie ataque tu reputación. Eres muy importante para mí. Además, sabes lo dramática que es Jess, y tus padres solo se darán cuenta de que ocurre algo entre nosotros.
Mi mano se apretó en el pomo hasta que mis nudillos se pusieron blancos. ¿Dramática? ¿Importante para él? La venda, que había estado apretada en mis ojos durante años, se aflojó. Estaba malinterpretando la situación, ¿verdad?
La respuesta fue un golpe directo al estómago, lo que finalmente hizo que esa venda se cayera con un ruido seco e hiriente.
—Sabes que mi abuelo adora a Jessica,
Sarah, por favor, entiéndelo, ¿acaso quieres que perdamos todo por lo que hemos luchado?
Luchado.
La palabra resonó en el silencio de mi mente como una carcajada cruel. Luchado. Él y esa zorra, esa actriz de segunda que siempre se hacía la víctima. Yo era la "dramática" porque no derramaba lágrimas falsas cuando se me rompía una uña. Yo era la mala de la historia de esos dos desgraciados.
La furia me elevó de mi asiento. Una oleada de náuseas me invadió al recordar mi muerte, la ironía de cómo ellos habían ganado.
Me la van a pagar.
Recordé el dolor sordo de la caída. El auto fuera de control, la certeza helada de que los frenos habían sido manipulados. Me llevé conmigo al niño que esperaba, el hijo que Edward solo quería para heredar, y pensé en su reacción. Sería demasiado tarde. El caos, la oscuridad profunda.
Pero en ese abismo, mientras caía, mi último aliento no fue de súplica por vivir, sino de una promesa. Si volvía, si se me concedía otra oportunidad...
Esta vez no dejaría que me engañen y me vengaría de cada uno de los que me hizo daño.
Y aquí estaba yo. La oportunidad había llegado, servida en una bofetada.
Estaba sumergida en mis ideas, en la planificación de esta venganza que sería mi única razón para existir, cuando un golpe seco en la puerta me sacó del trance.
Mi instinto ya sabía quién era. Asi que sin mas ,Abrí.
—Vaya, esta vez parece que has aprendido —dijo Sarah, con ese tono condescendiente que siempre usaba, esperando verme temblar, pálida y asustada, como antes.
La miré fijamente. Sin temor. Sin el miedo que ella esperaba. Ya había pasado por la muerte, por la traición total. Si no la ahorcaba ahora mismo, no era porque no quisiera, sino porque sería demasiado fácil, no sería divertido, esta vez me divertiría cazando a mis presas y Sarah era solo un pequeño ratón.
Mi mirada fue un pozo de calma helada que no le mostró ni una pizca de la antigua Jess. Ella se quedó helada por un segundo, la sonrisa condescendiente fallando en sus labios, incapaz de provocar mi reacción habitual. Al ver que no causaba nada en mí, solo forzó una sonrisa y se marchó, visiblemente frustrada.
Al poco rato, un sirviente llamó para informarme que Edward me esperaba en la sala.
Para este tiempo, ya estábamos comprometidos, pero nuestra relación no había avanzado realmente. Ahora entendía el porqué de sus rechazos; no quería "complicaciones" antes de asegurar la herencia.
Miré a la empleada que esperaba mi respuesta.
—Dile que espere por mí. Ya bajo a atenderlo.
La diferencia de esta vez no fue solo mi respuesta, sino mi actitud. Busqué en mi clóset. Nada de los atuendos recatados y aburridos que había usado para complacer a Mary Ann y a Edward, el puritano de fachada. Elegí un vestido colorido, con un escote sutil, un poco más revelador. Lavé mi rostro, apliqué un poco de maquillaje para acentuar mis ojos sin exagerar. Quería lucir diferente, atrevida.
Una vez lista, baje a la sala con una sonrisa radiante, pensando en el futuro que les deparará a estos dos.