Muchas veces creemos que el amor es condicionado, que debería ser, te amo si me complaces, te amo si me das, te amo si me haces feliz, pero Paul y Michelle nos enseñaran que el amor es una decisión que va por encima de todo y TODOS...
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Concepto erróneo..
Isabella...
Desde que tengo uso de razón, me enseñaron que para recibir amor, debo ganármelo. Mi madre me abandono y no le importó ni un poco que iba a ser de mi vida. Mi abuela materna me tuvo con ella aunque después de que el tiempo fue pasando, me enteré de que había sido meramente para recibir dinero de mi papi. Me daba palizas por el simple hecho de decir que tenía hambre, si le respondía a Regina era seguro y sin lugar a dudas, una bofetada. En ese tiempo yo le tenía tanto miedo, que muchas veces hasta sentía que me iba a hacer pipí del terror de equivocarme. Por lo que para poder recibir una palabra "dulce" debía sacar las puntuaciones más altas de la clase, debía hacerle las tareas a Regina, (porque yo no podía ser mejor que ella en nada. Siempre debía ser la segunda aunque en realidad la inteligencia siempre fue mía) y hacer lo que fuese que ellas (mi abuela, la tía Cresida y Regina) me pidiesen, y aún así, de un ¡hasta que por fin niña! no pasaba, pero para mí era más que delicioso escucharlo, recibir esas palabras de afirmación que hoy estoy plenamente convencida que son mi lenguaje del amor principal.
El abuelo cuando estaba sano, me libraba de eso y me internaba con él en su habitación. Él era un hombre de un carácter MUY duro con las demás, pero conmigo, era el ser más dulce del planeta. Me enseñó a jugar ajedrez, damas chinas, me enseñó a jugar billar, en fin... Fui su compañía en los momentos más duros de su enfermedad degenerativa. Poco a poco, todo en su cuerpo se fue volviendo de hueso y sufrió muchísimo al final, pero siempre que me veía, una sonrisa se asomaba en su rostro.
Mi papá... Que decir de ese hombre que no hay otra palabra más que EXTRAORDINARIO para describirlo. Aun cuando se enteró que él no era mi papá biológico, no le importó. Me amó y me demostró que los métodos de las mujeres de la familia Di'Giacomo eran perversos y malintencionados. Pero tristemente como la mayoría de cosas buenas en mi vida, lo perdí cuando apenas tenía 12.
Mi vida no ha sido fácil. Nunca lo ha sido y ahora tengo miedo. Un miedo paralizador de que Paul Alexander Volkov también me condicione su amor. Aunque me lo ha demostrado desde prácticamente el primer día en el que me conoció. Y digo que me lo ha demostrado porque más que palabras, han sido acciones. Unas que gritan muy fuerte en mi cabeza, pero aún siento que las garras y las cadenas de las Di'Giacomo, son bastante fuertes. Paul es hermoso y no solo lo digo por su aspecto, que por cierto es un mango asesino de lo súper bueno que está, no... Por dentro lo es aún más.
Me ha tenido una paciencia admirable. Y en esta historia, les voy a ir contando como él fue conquistando poco a poco, ladrillo a ladrillo, escalón a escalón las murallas que se habían construido a punta de mentiras en mi corazón. Palabras como ¿Y quién puede querer a una gorda asquerosa como tú?... ¿Quién en su sano juicio se acostaría contigo? No eres más que una inútil y egoísta que cree que todo lo que está heredando, se lo puede gozar a sus anchas sin compartir nada con las personas que se apiadaron de ella. ¡Eres una maldita egoísta! Deberías firmar un documento donde yo sea tu albacea y administre todo tu dinero. Es lo menos que deberías hacer por haberte criado.
Eso último me lo dijo mi abuela en un arranque de rabia porque se enteró de mi tío estaba pensando en dejarme como su heredera. El simple hecho de ver en mí a una persona poderosa les da urticaria. Yo no sé cuál fue mi pecado... No sé que fue lo que hice para merecer este trato tan inhumano. Yo pretendo que lo he superado, pero cada vez que me encuentro a Regina en algún evento o en algún lugar público, y me dice todas esas cosas hirientes y feas, cuando llego a mi casa, lloro, lloro amargamente por no poder ser el prototipo de mujer que ellas querían que yo fuese.
Lloro porque aun cuando hice todas las dietas habidas y por haber, hasta el punto de caer desmayada por solamente comer lechuga y tomar agua todo el día, nada de eso dio resultado y lo peor es que al despertar de esos desmayos, Regina estaba al pie de mi cama burlándose de mí por ser una vaca gorda que no aguanta ni una simple dieta. No era mi culpa, mi cuerpo era macizo, fuerte, fibroso y mi pancita siempre era un poquito flácida y en mis piernas y trasero tenía celulitis, pero había sido así desde que tengo uso de razón. Siempre en las pocas fotos que tengo de bebé, era gordita y blanca, muy blanca y con cabellos como color chocolate.
Durante mi adolescencia luché muchísimo con el peso, compré fajas moldeadoras, hice tratamientos tras tratamientos pero nada funcionaba. Cuando cumplí 17, definitivamente dejé de intentar satisfacer a todos y comencé a comer saludablemente, pero sin preocuparme por contar nada. 1 o 2 veces por semana me daba gustos culposos y salía con mi mejor amigo, mi Gio a comer lo que se nos antojara.
¿Gio? Preguntarán sí, es mi mejor amigo. Él es gay, pero es el hombre más detallista del universo. Cuando nos conocimos la secundaria, era mi amor platónico. Ese que te hace soñar despierta, por el que escribes tu inicial y la de él en la última hoja de tu cuaderno. Eso era Gio para mí, hasta que mi corazón se destrozó cuando lo encontré besándose con otro chico. Pero aún con todo eso que pasó, no dejé de admirarlo. Se convirtió en mi defensor. Gracias a él terminé con vida mi etapa escolar. La terminé temprano porque sin vida social e intentando hacer algo para no escuchar a mi mente que continuamente me recordaba las palabras que se sentían como latigazos de las mujeres Di'Giacomo.
Alguien quien también fue vital en mi vida, fue la tía Marcela. Ella fue la madre que nunca tuve, la única persona que me brindó amor cálido de madre. La única que me decía palabras bonitas, que me amaba a pesar de ser gorda, a pesar de usar brackets, a pesar de ser la rechazada de todos. Ella fue mi Oasis en medio del desierto. Fue ella quien me enseñó a cuidar mi cuerpo, me llevó a la óptica a utilizar lentes de contacto. Me llevaba al salón de belleza y de compras a tiendas en las que me ayudaban a realzar mi belleza.
Cuando le preguntaban si yo era su hija, decía que si y por esos segundos, disfrutaba tener una madre amorosa, tierna y dulce. Disfrutaba tener su calor y su abrigo. Los días con ella se me hacían tan cortos, que sentía que pasaba en 5 minutos. Una cosa que recuerdo siempre es que me decía... Quien te ame, debe amar TODO de ti. No debes cambiar para agradarle a nadie y ¿sabes por qué? -Yo miraba a esos hermosos ojos color chocolate y negaba- PORQUE ERES HERMOSA TAL CUAL ERES. La "hermosura" que la mayoría ve, envejece, se marchita con el tiempo mi niña, pero la hermosura interna... Esa se mantiene intacta sin importar los años ni el peso de un ser humano.
Recuerdo esa conversación como si hubiese sido ayer... Pero tristemente fue 2 meses antes de que le detectaran el cáncer tan agresivo que tenía. Eso fue devastador para mí. Otra persona más que me amaba y yo amaba profundamente se me iría. Era como si me hubiesen destinado a ser infeliz. Como si tuviese una pesada condena encima que diga que debo perder a quienes me amen. La visitaba todos los días que hacía todo a la perfección para qué las Di'Giacomo me dejarán ir. Ella también me visitaba los días que se sentía bien, pero cada vez eran menos.
Finalmente, cuando ya cumplí los 18 fui libre del yugo de los Di'Giacomo y nunca más regresé a ese lugar. Mi tío quién había quedado como mi albacea, me compro un departamento, pero no lo podía usar hasta que fuese mayor de edad. A las 12 de la noche del día en que cumplí mi mayoría de edad, Gio quien ya tenía 21 años pasó por mí y me llevo a mi departamento. Mi tío Marcos y mi tía Marcela le habían dado la dirección para que me llevase en la mañana de mi cumpleaños, pero yo no quería permanecer en esa casa ni un segundo más.
Por eso, mi Gio precioso me recogió a esa hora. Total, ya ellas no podrían decir nada. Ya era mayor de edad y me sentía valiente en ese momento. Al llegar al lugar, sonreí y sentí que estaba llegando a la gloria. Mis tíos lo habían decorado hermosamente para mí. Fotos de mi adorado abuelo y yo, fotos mías con André, mía con ellos, y en el centro de la sala de estar, tamaño casi de la pared, la última foto que me había tomado con papá. Sonreí con tristeza. Fue el día que me habían puesto los brackets.
Habíamos quedado en que yo me tomaría la foto solo si él también enseñaba los dientes llenos de chocolate en la foto y así fue. En mis ojos se ve la felicidad que sentía con él y en los suyos el derroche de amor que me daba. Me quedé parada allí, mirando la enorme foto hasta que Gio llegó a mi lado. Hermosa, ¿todo bien? Pregunto mientras me apretaba de lado y yo recostaba mi cabeza en su hombro. Lo sigo extrañando como si no hubiesen pasado 6 años ya Gio. Dije suspirando y dejando correr las lágrimas. Él siempre va a estar en tu corazón mi princesa. De allí ninguna de las arpías que tienes por familia lo puede sacar. Me respondió acariciando mi cabeza.
Historia de temas muy toco tocados. Y la describes de manera excelente.