Tu indiferencia me hizo fuerte. Siempre te dije la verdad y no me creíste. Ahora que lo sabes es tarde, no vengas a pedir una oportunidad porque no la habrá. Los papeles se han invertido, ahora yo soy la indiferente, la poderosa. Ya no soy más LA HIJA DEL JARDINERO
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CAPÍTULO UNO
Está anocheciendo en esta montaña. Muy a la lejos se divisan las luces del poblado más cercano. Mis dos fieles perros están acá cerca de mí. Las gallinas, los gallos, los patos, ya están durmiendo.
Hace un poco de frío. Ya he bebido casi la mitad de la botella de whisky. Son casi dos años que llevo viviendo acá. Todo a mi alrededor está en silencio, solo se siente el zumbido de algunos insectos.
Como lo hago todas las noches, reflexiono y me pregunto cómo es que yo, David Taylor, médico cirujano, 32 años, lo perdí todo. Tenía una familia, una hermosa mansión, una clínica, una de las más prestigiosas de Londres, mis carros, dinero, prestigio, mis sueños, mi profesión, todo, todo, absolutamente todo lo perdí.
Sin ya más nada que perder, me refugié en esta cabaña que pude comprar con el poco dinero que me quedaba. También me compré una camioneta destartalada la cual me permite ir y venir al pueblo vecino. Aprendí a cultivar algunas hortalizas, criar animales y a sobrevivir como un ermitaño.
Para ganar algo de dinero, ayudo al viejo médico del pueblo. En realidad ahora soy yo quien recibe a la mayoría de los pacientes. Atiendo al de la bomba de gasolina y a su familia cuando se enferman, y así he obtenido gratis el combustible y otras reparaciones cuando me falla la camioneta.
Paso el tiempo leyendo libros, cultivando plantas, recorriendo el lugar en mi caballo. La casa tiene un viejo televisor, pero pocas veces lo enciendo pues la señal no es nítida. No tengo celular. No sé lo que está pasando en el mundo. A veces estoy tranquilo, conforme con mi actual situación, pero a veces, como hoy siento mucha tristeza, depresión y melancolía por como sucedieron las cosas.
Entre más lo pienso, más me doy cuenta que el culpable número uno de que yo hoy esté así, por supuesto que soy yo.
Hice mucho daño a una excelente y hermosa mujer. A la mujer que he amado desde los cinco años. A la mujer que no supe valorar.
Avergonzado por haberla hecho sufrir injustamente, por no haberla amado como ella lo merecía, le supliqué de rodillas su perdón, supliqué de rodillas su amor, pero ella me rechazó. El daño ya estaba hecho y ahora era irreparable.
Y era cierto, yo no la merecía. Yo ya no estaba a su altura, yo ahora era un don nadie, un inepto tanto en lo sentimental como en lo laboral. Un pelele del destino, un títere, un imbécil payaso de tres mujeres que malograron mi vida. El prejuicio, la envidia y el odio las cegó, no podían aceptar que yo llegara a amar tanto a mi Sabrina, LA HIJA DEL JARDINERO.
Toda mi vida estuvo ligada a ella. Nació en mi mansión. Sus padres dos personas trabajadoras, honradas, que vivían en una pequeña casa dentro del inmenso jardín. Allí eran tan felices, solo faltaba un hijo para completar su dicha, y entonces un día llego la feliz noticia: serían padres una hermosa niña.
Al mismo tiempo mi madre quedó encinta. Yo tenia cinco años y mi hermana 8. Ahí comenzó la incomodidad de mi madre. No soportaba ver a la jardinera embarazada. Casi siempre coincidían en las visitas médicas y entonces mi madre aprovechaba para humillarla.
Mi madre dio a luz a mi hermano Kevin. Y la jardinera a mi Sabrina. Mientras una recibía lujosos regalos, flores y felicitaciones hipócritas de las amistades, la jardinera era amada por la servidumbre de mi casa. Una felicidad genuina.
Lamentablemente, cuando mi Sabrina cumplió dos años, la jardinera murió. Pero a Sabrina no le faltaron abrazos, besos y cuidados. Todos, incluyendo su tierno padre, le daban tanto amor que ella siguió creciendo como una niña hermosa y feliz.