Gabriel Patel y Xavier Hudson son como hermanos desde siempre y cuando ambos hicieron una familia quisieron que sus hijos siguieran la misma línea.
Pero quizás esa no era una muy buena idea.
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Uno
Los declaro marido y mujer- escucharon la sentencia del cura que había estado oficiando la boda y y que a esta altura seguramente estaba preguntándose si hacía lo correcto casando a aquellos dos- Puedes besar a la novia.
Él se inclinó y aún sin quitar el velo que cubría su rostro le susurró con odio al oído.
- Debiste decir que no cuando te preguntaron, ahora es tarde, bienvenida a tu infierno personal, hasta que la muerte nos separe.
Y tomó el final de la fina tela blanca que los separaba para levantarla y volver a ver al fin el rostro de la mujer que le habían impuesto como esposa.
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Muchos, muchos años antes.
- Que me traigan los balances contables del último mes.- Xavier le habló con fuerza a la secretaria de la presidencia de la empresa Patel, por ayudar a su amigo se estaba cargando de trabajo llevando dos grandes multinacionales a la vez y para colmo había dado con la primera mujer que lo rechazó en toda su vida y lo hacía sentir que nada de lo que había alcanzado hasta ahora era suficiente si ella no volteaba a mirarlo.
- Ya se los alcanzo cuando la secretaria de economía me los entregue.- le respondió la mujer sumisa pues el nuevo jefe temporal llevaba unos días de espanto y en la empresa nadie sabía que le pasaba al siempre amable y risueño Xavier Hudson.
- No, que los traiga ella y que me los entregue y que dé las explicaciones que yo necesite, ese es su trabajo o si no que se vaya.
La mujer abrió los ojos como platos y sin contestar nada salió corriendo de la oficina de la presidencia hacia la de economía, lo mejor era no seguir delante de aquel hombre o corrías el riesgo de ser salpicado por su mal humor.
Xavier hasta el momento llevaba una vida tranquila y relajada, nunca tuvo que preocuparse por agradar a las mujeres, al contrario, a veces tenía que espantarlas de su lado, pero tuvo que aparecer esta, tuvo que cruzarse en su camino una mujer pequeña con el pelo rizado y de un color que parecia que llevaba fuego con ella y terminar con sus días de paz.
- Señor Hudson, la secretaria de economía está aquí.- recibió el aviso por el intercomunicador.
- Que pase y que no me molesten, no estoy de humor- gruñó más que hablar.
Y allí estaba ella entrando por la puerta, se veía tan frágil, tan hermosa, era como una muñeca de porcelana de esas que se guardan dentro de estanterías de cristal para que no se rompan, de las que traen rizos rojos alrededor de la cara y que sonríen con unos labios rosados que agradan solo de mirarlos.
- Dígame que quiere ahora señor Hudson.
Puf la magia se rompió cuando la escuchó reclamarle, era la tercera vez que la hacía venir a su despacho en la semana por algo que podía resolver con un simple mensaje de texto y aún era martes, eso sin contar que el jueves anterior se había llevado a su casa como premio los cinco dedos de la mano derecha de la chica en su cara por intentar besarla.
- Lo que yo desee señorita Leicy, y si no le gusta venir hasta aquí, la puerta es ancha, puede irse cuando quiera.
Le dijo sin miramientos, él era un Hudson y ella una simple secretaria y eso tenía que quedar claro.
La chica apretó las carpetas que traía en las manos aguantando las ganas de lanzárselas a la cabeza y respiró hondo.
- No sabe usted lo ancha que se me está haciendo esa puerta.
Le contestó con el mismo aparente odio que él le hablaba y sintió la mirada del hombre como cuchillos en sus carnes.
Ella era una chica cuya familia había trabajado mucho para que estudiara, su padre minero de toda la vida y su madre lavandera de gente acomodada.
Había recibido muchos desplantes en sus cortos veintidós años de parte de los que se consideraban superiores por tener dinero, incluso había escuchado a su primer novio burlarse de ella junto a sus amigos por no ser suficiente y había visto también muchas veces a su madre sufrir por lo mismo, pero eso no la convertía en una tonta sumisa de la riqueza de otros, y si por desgracia perdía su trabajo por no dejarse pisotear, pues ellos se lo perdían, se iría a otro lugar.
Pero lo que le estaba sucediendo con este niño rico era lo último que esperó, él quería convertirla en su jueguito del momento.
- Va a decir lo que quiere o me voy.- le dijo y no fue una pregunta, fue casi una orden.
- Usted sabe muy bien lo que quiero.- le contestó reclinándose en su asiento y mostrando una sonrisa ladina.
Zas, Xavier escuchó un sonido y sin tener tiempo a reaccionar sintió como las carpetas que ella traía hasta hace un momento en las manos dieron contra su cara.
- Si sabe lo que quiere búsquelo usted mismo, pero a mi no vuelva a molestarme.- le gritó después de su certero lanzamiento y salió de la presidencia dando un portazo que seguramente se escuchó hasta en el sótano del edificio.
- Ahhh- las cosas del escritorio del hombre volaron hacia todos lados, más de un objeto cayó hecho mil pedazos y las maldiciones llovieron dentro de aquel despacho.- Te odio, te odio, eres la mujer más petulante que he conocido en la vida, te odio.
Xavier montaba un berrinche como si todavía tuviera tres años y le negaron un juguete, él, el que siempre había tenido todo incluso si no lo quería se había encontrado con alguien que no estaba a sus pies.
- Carmela- gritó cuando ya no le quedó nada que tirar y la secretaria apareció corriendo.
La mujer miró a todos lados asustada, aquello parecía una zona de guerra después de un bombardeo.
- Encárgate de que todo vuelva a la normalidad, tengo otras cosas que hacer.- y salió de allí con ganas de no regresar nunca más, si la cosa seguía así en muy poco tiempo iba a tener una deuda muy grande con su amigo Gabriel por los destrozos de su oficina.
Leicy llegó hasta su puesto pero antes se pasó por el baño para con un poco de agua fría en la cara contener el remolino de emociones que llevaba, después de esto era muy posible que la despidieran, pero ese hombre ya la tenía cansada.
Ya la semana anterior le había dejado claro y sin ningún tipo de tapujos que era lo que quería de ella, tenerla en su cama, sin rodeos se lo había dicho, quería quitarse las ganas con ella, según sus propias palabras estaba deseando escucharla gemir.
Otro riquillo que no la había defraudado, nunca se equivocaba con ellos, y que este fuera extremadamente guapo y oliera como los dioses no lo hacía diferente, por el contrario, verlo era como ver un imán de malas decisiones o escuchar cantos de sirena para engañarte, a veces pensaba que Dios los hacía así para compensar delante de los demás la poca empatía que les había otorgado.
Pero igual, lo hecho hecho está y si la despedían se iría con gusto.
me quedo sin palabras
excelente la novela
un ejemplo para las mujeres
saber que pueden reconstruirse siempre. solo es querer hacerlo y tener amor propio
cada quien en su lugar
felicitaciones a la autora