Recuerdos de cómo la caída de Francia empezó #3

Esta vez pasaron semanas, tres por lo menos antes de que Antoine tuviese valor de escribir esos recuerdos que llegaron a él. Otra noche despejada, propicia para fomentar e impulsar su escritura, se sentó en el balcón y las observó, esta vez llevó una silla al balcón, unos cuantos papeles, la tinta y una pluma, ahora escribiría allí fuera.

—Hmm... aún queda algo pendiente...

Hundió la punta de la pluma en la tinta y la acercó al papel, respiró profundo y comenzó a escribir.

«Seguía teniendo sueños donde me hablaba, me habló de algo en particular "la piedra filosofal" no me dió mayor información de ella salvo que debía encontrarla como fuese, dijo que era importante para él, pero que yo solo no podría encontrarla. Así que debía buscar aliados... poderosos aliados, pensé en alguien de nuestro ejército pero luego... ¿Por qué no ver por fuera si yo puedo buscar aquí? Fue así como pensé de manera casi inmediata en el rey de Inglaterra. No fue sencillo pero le envié una carta a Enrique pidiendo una reunión entre él y yo argumentando que tenía una oferta irrechazable. Aproveché una misión dada por su majestad y crucé a tierras inglesas, donde pude reunirme con ese estúpido»

—¿Un soldado francés pisa mi tierra? Espero que luego la limpies, esta tierra es sagrada.

«Realmente no me gustaba el tono altanero con el que me hablaba, pero debía tragarme el disgusto»

—Vamos, anda. Habla... si tu oferta no se acerca a lo que yo pienso... morirás. Y créeme, pienso en grande.

—Propongo una alianza. Inglaterra y Francia.

—¡Ja, ja! Pero si estamos en guerra. Además, ¿quién se supone que eres tú? No eres más que una escoria salida del pozo más profundo, un soldado con delirios.

—¡Ascenderé al trono!

—Pero si nunca había oído de ti, no eres ningún familiar de ese idiota que tienes por rey. Creo que ya te he dado demasiado tiempo para hablar... ¡soldados! dispárenle a esta peste.

—¡Espera! Lo que tendrás a cambio de nuestra alianza será... será... ¡Una piedra!

—¿Una piedra? Pffft, ¡¡Ja, ja, ja!! Ya, por Dios, basta.

—Esta piedra transforma cualquier cosa en oro... lo que sea.

—¿Y cómo se que es real?

—Es real, está en algún lado. Lo sé

—Con supuestos no se conquista mi interés. Además, repito, no eres nadie como para hacer un trato.

El cuerpo de Antoine cayó al piso repentinamente, pareció desmayarse pero luego se levantó, estaba encorvado y con los brazos sueltos, sus ojos estaban blancos y las venas en su rostro se habían marcado bastante. Soltó un grito aterrador y de él salió una sombra gigante que atacó a todos y cada uno de los soldados de Enrique, asesinandolos dejándoles una marca parecida a una garra en sus cuerpos.

Enrique observó aterrado a esta sombra y se cubrió para "evitar" que le dañara. La sombra entró en Antoine al instante y este último recobró la conciencia.

—Uh... ¿qué pasó? —preguntó con una mano en la cabeza y sacudiendo esta con evidente confusión.

Enrique, que aún temblaba un poco recobró la postura y observó a Antoine— (¿¡Qué mierda es esto...!? Kgh... Parece no saber qué ha pasado aquí) decía que ya tenemos un trato, sin embargo, requiero de una prueba... una prueba de lealtad.

—¿Qué cosa?

—Debes matar a tu rey... y traerme su cabeza.

Algo dentro de Antoine se encontraba luchando, él y algo más. Quería creer que había otra forma pero su pensamiento acabó cediendo y, alguien que no fue él respondió— Así será.

—Jo... no puedo decir que me inspiras confianza sabiendo que estás dispuesto a matar a tu propio rey... pero me parece aceptable, estamos al contacto.

Ambos se retiraron, Antoine no sabía qué había dicho, pero algo más fuerte le impulsaba a seguir adelante.

«Con el pasar de los días fui pensando en cómo hacerlo... en el fondo, muy en el fondo no quería pero... pero... no sé cómo decirlo, solo fui débil. Luego de pasar días planeando algo, la ocasión perfecta se presentó pues su majestad iría a Lille. Le comuniqué a Enrique lo que haría, una emboscada. Yo era el encargado de guiar el camino, así que los llevaría por algún sitio idóneo para ello. Cuando llegó el día nos fuimos bastante bien equipados, éramos al menos 70 hombres... nos hice ir por una zona con bastantes árboles, allí se encargarían los ingleses de atacarnos y así fue... de imprevisto un montón de troncos cayeron desde los cerros, se llevaron a bastantes hombres en su andada, luego saltaron los ingleses a atacar, yo me metí en el papel y ayudé matando uno que otro inglés pero al final me dejé derrotar, los ingleses hicieron como que me capturaban a mí y a otros soldados que sobrevivieron al ataque, sacaron a su majestad del carruaje y le hicieron ver cómo mataban a los demás... eso le lastimó de verdad, cuando llegaron hasta a mi él... él cerró los ojos... no quería ver cómo moría. La verdad es que me soltaron, yo me puse de pié y agarré una espada. Me acerque lentamente a él y al notar que ahí había alguien abrió sus ojos, viéndome, yo ya estaba en lágrimas por lo que estaba a punto de hacer, él lo malinterpretó y pensó que lo liberaría... me sonrió, eso no hizo más que incrementar mis lágrimas "perdóname... padre" le dije entre sollozos, levanté la espada y con un fuerte y rápido movimiento en diagonal corté su cabeza... lo último que ví de el fue... felicidad, su sonrisa... la sonrisa de la única persona a la que pude considerar un padre, estaba muerto y por mi mano... del bosque salió Enrique aplaudiendo mientras se reía y venía acompañado de alguien que más tarde me dijo que era el rey de España, Alberto. Le dejé la cabeza en sus manos para que se deleitase con ella, pero la soltó inmediatamente con disgusto»

—Bueno... probaste de que sirves... me complace decir que este pacto hoy ve la luz... —los tres se estrecharon mano— hoy comienza el pacto del triángulo. Je, buen nombre, ¿no?

«Luego de eso ellos se fueron y me dejaron ahí, me clavé la espada en el muslo y luego un poco en el estómago, me senté a un lado del carruaje y esperé, los caminos eran bien recorridos pues se patrullaban bastante. Así que no tardó en llegar otra compañía y nos atendió y, otra vez, era el único sobreviviente. La noticia voló como es de esperar, todos lloraron la marcha del increíble rey, todos lo visitaron el día que lo enterraron, en París hubo lluvia durante una semana entera, sin duda, alguien más lloraba por él. Esta vez yo no fuí blanco de nada, creo que no había tiempo para ello... tiempo después Elodie asumiría como reina, pues era la única heredera, todo familiar del rey ya no vivía. La convencí de que yo era apropiado para tomar el trono, que le avisara a la ciudadanía. Ella de verdad me creyó y depositó toda su confianza en mí, al cabo de unos días fui nombrado rey frente a todos, el disgusto era evidente pero hice promesas... promesas que a día de hoy no se han cumplido...»

Ese día Antoine perdió gran parte de la humanidad que tenía, la misma ahora mismo pende de un hilo y su mayor estandarte para mantenerse en equilibrio es Elodie, la única que le mantiene cuerdo en realidad.

Este es, sin lugar a dudas, lo que abrió el paso a la desgracia.

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