Solo la muerte

Stefano, al ver que Sol quedaría internada en la clínica, le envió un mensaje al chófer para que se devolviera con su felino. Y otro al grupo de sus amigos para que no se preocupen.

📨— Estamos en la clínica. Sol ha tenido un día difícil y está muy agotada, por lo tanto, me desconectaré, no quiero interrumpir su descanso. Gracias por todo. Los queremos M&M.

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Mientras tanto, en otro lugar del mundo.

Antón venera con amor y delicadeza a su esposa. Su piel suave, su lindo rostro angelical, sus largas piernas; ella es un manjar, su Princesa. La trata con tanta sutileza, dibuja líneas alrededor de sus senos tratando de controlar sus instintos salvajes.

La piel de la rubia se ha erizado y tiembla anhelando las caricias de su amado. Que se acerca y la besa en medio de sus piernas, haciéndola estremecer, vibrar y sintiendo la humedad que emana de su zona, ese cosquilleo que se desplaza por todo su cuerpo y llega a su mente, llenándola de placer. Sabe que ya no es dueña de su ser, ese hombre de casi dos metros, rubio, de ojos verdes, esmeralda. Se ha apoderado de su razón, de sus deseos, los cuales giran alrededor de él.

El grandote se deleita recibiendo los jugos de su Rubia, acariciando sus pequeños senos, sintiendo cómo se estremece con cada intromisión. Siente que ya no puede más y necesita hundirse dentro de su bella esposa, por lo tanto, en fracción de segundos se despoja de su ropa, se acomoda encima y se posiciona en su centro, ingresando muy despacio en su interior.

—Princesa, si sientes que te duele o te hago daño, dímelo y me detengo —le murmura con su voz entrecortada por la excitación, ella asiente.

Eylin siente sus avances, lo besa devorando su boca, invadiéndola, mientras aquella sensación de corrientazos emitidos desde su interior se desplaza incontrolablemente por todo su cuerpo, exigiendo más.

Antón siente la estreches de aquel lugar inexplorado, sus instintos claman por adentrarse cada vez más, pero va paso a paso.

—Te amo, Rubia, eres deliciosa —le susurro al oído.

Llega al lugar donde una barrera le impide su avance y sabe que perforarla le causará un pequeño dolor e incomodidad a su Rubia, pero la opción de detenerse no existe. Por lo tanto, empuja con sus caderas, sintiendo cómo rompe ese obstáculo. Deteniéndose por un instante y besando el rostro de su rubia, mientras acaricia sus senos, para que olvide la sensación de dolor.

La Princesa, al sentir un pequeño dolor en su interior, emana un pequeño alarido, el cual es calmado por los besos y caricias de su hombre, haciéndola sentir la necesidad de moverse, de sentirlo deslizar dentro.

—Muévete, no te tengas —súplica la Rubia con la voz acelerada.

Él hace caso, pendiente a cada una de sus expresiones. Ella se aferra al cuerpo de su amado, arruinándole la espalda, emitiendo pequeños sonidos de placer. Desbordando la humedad de su interior e invitando a su amado a que se libere, el cual no tarda.

—¡ahhh!... Te amo, Princesa, gracias. —le dice el hombre que daría su vida por ella. La Rubia trata de controlar su respiración después de tantas sensaciones desconocidas y maravillosas para poder responderle a su hombre.

—Te amo. Antón, eres el mejor regalo que la vida me ha dado; nunca te alejes de mí.

—Solo la muerte podrá hacer eso…

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Después de una noche apasionada y llena de promesas, el teléfono de la Rubia suena. Por el tono, sabe que es su padre, le preocupa que la llame a esa hora. Si donde está su padre son las 11 de la mañana, pero en Las Vegas son las 6:00 a. m.