Estúpida esperanza

Francisca

Entro al lobby del Hotel y camino hacia el encargado de recepción para pedirle que llame a Dante, pero no llego a hacerlo porque lo veo en el comedor cenando pasta.

Me acerco y me siento frente a él. Eleva una ceja antes de seguir comiendo, ignorándome por completo.

–Sé lo que hiciste –digo.

Me mira atentamente mientras bebe un trago de cerveza directamente desde el botellín.

Espero por su respuesta, pero no dice nada.

–¿No vas a decir nada?

–¿Qué quieres que diga? –pregunta mirándome como si fuera una molestia.

–¡Le cortaste la puta oreja!

–¿Preferías que le cortara la lengua o la polla quizá?

Me cruzo de brazos. –Me llamó un amigo que tenemos en común. Estuvo en el Hospital.

Se encoge de hombros. –Es un miedica –dice antes de seguir comiendo y volver la vista a su IPad.

–¿Por qué lo hiciste?

–Estaba aburrido –devuelve antes de volver a llenar su boca de comida.

–¿Podrías dejar de comer y ponerme atención?

–Nop –contesta con la boca llena.

Resignada me quedo sentada mirándolo mientras cena. Al parecer tratar de sacarle más que un par de palabras mientras está comiendo es un error.

Su brazo se tensa cuando lo levanta para beber y no puedo evitar recordar lo que sentí al tocar esos impresionantes músculos. Si no hubiese dejado que el miedo que siento a quedar atrapada nuevamente se apoderara de mí ese día, quizá en este momento podría estar disfrutando de sus besos y caricias, que consiguieron por un momento que me olvidara de todo, menos de él.

Come lo último que le queda en su plato y levanta la mano. De inmediato una mesera aparece.

–¿Qué puedo hacer por usted, señor? –pregunta la muchacha, quien se sonroja cuando Dante la mira intensamente.

–Un pastel de chocolate de postre –responde con una brillante sonrisa. La mesera se acerca a él, como si Dante fuera un puto imán.

–De inmediato. ¿Algo para su mujer?

Dante me mira a regañadientes. –No es mi mujer. Solo una socia. Soy soltero.

–¿Soltero? –pregunta la muchacha ilusionada.

Quisiera vomitar sobre la mesa. La mujer se ve tan esperanzada que es patético.

–Muy soltero. Quizá conozcas un buen lugar donde encontrar a una bella mujer como tú.

Pongo los ojos en blanco.

La mesera se ruboriza tanto que su rostro y cuello están de un color rosa chillón.

–Claro, me encantaría poder llevarte a buen bar. Sé que no te arrepentirás –dice acercándose cada vez más.

–A tu lado, preciosa, solo un idiota se arrepentiría.

–Oh, por favor –mascullo molesta.

–¿Perdón? –pregunta Dante sin dejar de mirar a la mesera.

–Cielo, hazte un favor y tráele su puto pastel. Hoy no estoy de humor –le digo molesta a la muchacha. Saco el arma dentro de mi bota y la coloco sobre la mesa–. Soy Francisca Guzmán –agrego y ella de inmediato se aleja de Dante.

–Voy… voy por su pastel –se apresura en añadir antes de salir corriendo.

Los ojos de Dante, que antes me miraban con indiferencia, ahora me miran con calor y un hambre tan grande que sé que nadie podrá saciar. Y, ciertamente, no lo saciará la mesera.

–¿Tengo tu atención? –pregunto sonriendo como si no acabara de amenazar a una muchacha unos pocos años mayor que mi hermana.

–¿Qué quieres?

–¿Por qué atacaste a Daniel?

–¿Lo vas a defender? –pregunta molesto.

–No. Quiero saber por qué.

–Ya te dije, estaba aburrido.

–No puedes ir cortando a la gente porque estás aburrido –le explico como si le estuviera enseñando a un niño que no debe pegarle a un gato.

–¿Quién lo dice? Puedo hacer lo que quiera, me he ganado ese derecho a pulso.

Cierro los ojos y toco mi nariz cuando siento que comienza a darme dolor de cabeza.

Hombres.

Estoy segura que Dante no atacó a Daniel por aburrimiento, algo pasó, pero imagino que no quiere compartirlo conmigo.

–Si no quieres hablar no tengo nada que hacer aquí –empiezo a decir.

–No te vayas. Tengo que hablar contigo.

–Oh, habla –molesto.

–Me ahorraste un viaje. Iba a pasar por tu hacienda hoy. Dijiste que querías formalizar el negocio.

–Quiero formalizar.

–Bien. Mañana viajaremos a Nueva York.

–¿Viajaremos?

Asiente. –Acabo de hablar con Gabriele.

–¿El Capo de La Camorra?

–El mismo. Invita a tu hermana y a ti a cenar a su casa para celebrar esta nueva sociedad.

–¿A Nueva York?

–Sí. Mañana saldremos en mi Jet a la una de la tarde.

–En tu Jet –repito tratando de entender.

Dante ríe. –Le corté la oreja a tu prometido y eres tú quién quedó sorda.

–¡No es mi prometido!

–Si tú lo dices –dice antes de recibir el pastel de chocolate que lo trae esta vez un mesero.

No puedo creer que mañana estaré frente a frente al Capo de La Camorra. Sé que ahora estoy frente a otro Capo, pero viendo a Dante llenándose los labios de chocolate mientras devora el enorme pastel lo hace ver más accesible, más humano.

Pero es un engaño. Este hombre, que se ve como un crio sonriendo mientras come, le cortó la oreja a Daniel.

Su puta oreja.

–Las pasaré a buscar. Nos vemos –dice a modo de despedida.

–Nos vemos mañana. Búsquense una habitación –le digo a Dante mientras lo apunto a él y al pastel a medio comer.

–Lo haremos –devuelve.

Me levanto y camino hacia la salida sin poder evitar voltear a verlo una vez más.

Una sonrisa rompe mi rostro cuando lo veo lamiendo el tenedor.

¡Pero que apetito!

*****

–¿Cómo está hoy? –le pregunto a la enfermera Carmen, quien es la principal cuidadora de mamá.

–Ha estado… distraída –responde con una sonrisa tensa antes de salir de la habitación.

Camino hacia la hermosa mujer sentada en un enorme sillón frente a la ventana con vista al hermoso jardín.

–Hola, mamá –saludo–. Te traje girasoles. Son tus favoritos, ¿recuerdas? –pregunto mientras saco las flores, que ya comienzan a marchitarse del florero, y coloco las flores frescas.

Mamá me ignora, como lo hace la mayoría de las veces. Suspiro. Odio cuando está así. Me gusta cuando conversa conmigo aunque no sepa quién soy. Diablos, prefiero hasta cuando está molesta con todo el mundo y tira todo al suelo. Prefiero cualquier cosa a esto.

Me acerco y acaricio su hermoso cabello castaño con vetas grises. Comienzo a hacerle una trenza, como ella lo hacía conmigo todos los días antes de que enfermara.

La primera vez que supe que algo estaba mal con mamá fue un día domingo. Inés dormía su siesta, papá estaba en su oficina haciendo llamadas. Me llamó a su lado y comenzó a trenzarme el cabello mientras tarareaba su canción favorita. Bruscamente dejó de tararear y quedó congelada, con mi cabello en su mano. Comenzó a mirar a su alrededor como si no reconociera nada, ni siquiera a mí. La llamé, pero no reaccionaba a mi voz.

Luego soltó mi cabello y comenzó a llamar a su madre, mi abuela, que había fallecido hace un par de años, llorando.

No supe qué hacer. Por suerte papá escuchó todo y se acercó a su esposa para contenerla. Me miró con una sonrisa tensa y me pidió que fuera a cuidar a Inés.

Después supe que papá ya sabía que había algo mal. Mamá ya había tenido otros episodios antes, pero no quería enfrentar la realidad de que estaba perdiendo a la mujer que amaba.

–Iremos a Nueva York hoy –le cuento–. Tengo un nuevo socio. Estamos haciendo realmente cosas grandes. Papá estaría orgulloso.

Mamá comienza a tararear, pero no su canción favorita, la canción favorita de papá.

Sonrío y beso la cima de su cabeza.

–Sé que nos recuerdas, mamá. Sé que lo haces.

Termino su trenza y me arrodillo frente a ella. Tomo sus manos y besos sus nudillos.

–Te amo, mamá, te amo y te extraño tanto.

Comienza a sonreírme y por un segundo todo en mi vida está bien. Todo el peso que tengo sobre mis hombros desaparece al ver su hermosa sonrisa.

Mamá toma el cepillo que dejé sobre su regazo y por un segundo creo que quiere peinarme, pero me equivoco.

Su sonrisa se pierde y me golpea con el cepillo en mi rostro con tanta fuerza que éste se parte en dos.

Comienza a gritar y a llamarme ladrona y muchas otras cosas más. Se acercan dos enfermeros e intentan contenerla, pero finalmente la inyectan con sedante y luego de unos segundos se queda dormida.

–¿Está bien? –me pregunta uno de ellos.

No respondo. Me levanto y beso la mejilla de mamá antes de que la acuesten.

Mientras salgo de la Clínica sé que el golpe no dolió ni por asomo tanto como ver rota la esperanza de que me haya reconocido.

Perder a mi padre fue muy doloroso, pero no se compara al saber que no tengo a mi mamá, a pesar de que puedo verla y tocarla. Se siente como si mamá hubiese muerto hace años y yo viniera a visitar cada semana su lápida. Incapaz de comprender que la esencia de quién era mi mamá ya se fue y que nunca volverá.

Y es esa esperanza que siento cada semana la que está acabando conmigo lentamente.

Llego a mi auto y me permito un momento de debilidad. Lloro sujetándome al volante. Lloro como no lo hacía desde que era una niña. Lloro hasta que ya no me quedan lágrimas.

Más populares

Comments

Tatys Maramotti Silva

Tatys Maramotti Silva

Debe ser horribleee tener a su madre con esa enfermedad tan fea 😭

2024-05-05

1

Anonymous

Anonymous

qué dolor tan grande para todos/Slight/

2024-04-20

2

anilegna araux

anilegna araux

jajajaja

2024-04-09

1

Total

descargar

¿Te gustó esta historia? Descarga la APP para mantener tu historial de lectura
descargar

Beneficios

Nuevos usuarios que descargaron la APP, pueden leer hasta 10 capítulos gratis

Recibir
NovelToon
Step Into A Different WORLD!
Download MangaToon APP on App Store and Google Play