Jaula

Francisca

Me acuesto en el suelo, al lado de Dante y vigilo con los binoculares mientras cargan la mercadería al enorme barco, que se encuentra a unos trescientos metros de la costa. Estamos usando barcos más pequeños para llevar los contenedores y cargarlo. No se ve ningún alma a varios kilómetros a la redonda, imagino que es uno de los motivos por los que eligieron cargar en este lugar.

No puedo evitar sonreír.

–¿Feliz? –pregunta Dante a mi lado.

Lo miro y asiento. –Es la primera vez que estoy en una entrega. Puedo sentir la adrenalina bombear la sangre a través de mis venas. Es una sensación maravillosa.

–Es un gran subidón –concuerda antes de volver a vigilar–. ¿Te ha vuelto a molestar?

No puedo evitar sonrojarme al recordar la vergüenza que me hizo pasar Daniel la semana pasada.

–No lo he visto.

–Debes avisarme si se acerca a ti.

–Sé cuidarme sola –devuelvo de inmediato. No quiero que crea que necesito su ayuda, porque no lo hago.

–Si se acerca acabaré con él.

–¡No puedes matarlo!

–Suenas igual que Gabriele. Me prohibió que acabara con tu prometido.

–¡Ya no es mi prometido! –exclamo indignada–. No es nada mío.

–Mi amigo no quiso escucharme, ni siquiera pude decirle que ya no están juntos. Su familia lo tiene abrumado en este momento.

Dejo los binoculares a un lado y me giro hacia a él. –No puedes matarlo, Dante. –Sonríe–. Hablo en serio. Puede ser un idiota, pero su familia no merece pasar por algo así.

–Estamos hablando de la misma familia por la que gastaste un dineral para recuperar ese anillo.

Respiro profundamente. –Sabía que no debía decirte. No debí pedir tu ayuda.

–Hiciste bien –dice tomando mi mano–. Además, ese idiota no iba a venderte el anillo si no lo presionábamos con algo.

Pongo los ojos en blanco. –Amenazar a su familia me parece que es algo más que presionar.

Se encoge de hombros. –Lo importante es que recuperaste el dichoso anillo y se lo devolviste a su dueña. Esperemos que su hijo no lo robe nuevamente.

–Ya han pasado dos meses desde que comenzamos a vender. ¿Haremos de este trato algo más formal?

Sus ojos grises se enfocan en los míos. –Por supuesto. Me encantaría amarrarme a ti de todas las formas posibles –susurra acercándose a mis labios.

Alejo mi rostro del suyo. –Dante…

–Lo sé, lo sé –dice antes de volver su vista a la costa–. Empecemos con formalizar el negocio.

Miro el hermoso acantilado y suspiro. Hoy debería estar casándome, debería sentirme triste, nostálgica… Debería sentir algo, pero no lo hago. Lo único que siento es que estoy dónde debo estar.

Vuelvo la mirada al hombre a mi lado y tengo que luchar contra el impulso de pasar mi mano por los músculos de su espalda. No me permito una mirada a su trasero porque sé que querré enterrar mis uñas en él.

Necesito sexo. Ha pasado mucho desde la última vez que me acosté con Daniel y creo que me está pasando la cuenta.

–¿Qué dijiste? –pregunta con una sonrisa.

–¿Ah?

–Dijiste que necesitabas sexo.

–No lo dije –digo insegura. Lo pensé, pero no lo dije, ¿verdad? –¿Lo dije?

Asiente. –Lo hiciste. Estoy aquí mismo, nena –agrega girándose y abriendo los brazos como una invitación.

Su enorme sonrisa revela unos preciosos hoyuelos que se marcan en sus mejillas, los cuales me atraen como una polilla a la luz.

Me acerco y paso mi mano por su vientre, sintiendo cada músculo bajo mi piel, y luego subo a su pecho donde su corazón late desbocado, como el mío lo está haciendo.

Dante acuna mi rostro en sus enormes manos y me besa.

Sé que estoy acostada en el suelo, al menos la parte racional de mí lo sabe. Pero ahora siento que estoy flotando sobre una nube. Tenía recuerdos de sus labios sobre los míos, pero estaba demasiado borracha como para hacerle justicia a ese maravilloso momento. Ahora no lo estoy. Ahora puedo apreciar todo.

Me subo sobre su cuerpo y Dante se incorpora, todavía con sus manos acunando mis mejillas. Quedo sentada a horcajadas sobre él.

–Sabes tan malditamente bien –masculla en mis labios.

–¿Qué sabor tengo?

Respira con fuerza. –Sabes a que eres mía, Fran.

Niego con mi cabeza antes de volver a besarlo, volver a beber su sabor como una flor bebe la primera gota de rocío. Sabe a peligro, a un toque de menta, imagino que por su dentífrico, y a mar.

Me empapo de él, de la caricia del crecimiento de su barba en mi mejilla, de sus manos perdiéndose en mi cabello. Suspiro cuando deja mi boca y acaricia mi cuello con sus labios antes de pasar su lengua y dientes.

Paso mis uñas por su cuero cabelludo y luego por los músculos de su espalda. Dante gruñe antes de besar la cima de mis pechos por sobre mi blusa.

Abre los botones de mi blusa y baja las copas de mi sujetador. Sus ojos queman sobre mi piel.

–Eres hermosa y mía –masculla antes de pasar sus labios sobre mis pechos hinchados y ansiosos.

Me pierdo en las sensaciones y en el calor que comienzo a sentir. Siento lo excitado que está contra la parte más caliente de mi cuerpo y no puedo evitar comenzar a moverme. Quisiera desaparecer su ropa y la mía. Desaparecer cada barrera que nos separa.

Succiona las puntas de mis pechos y mi cabeza cae hacia atrás. Nunca he sido una mujer a la que le guste los preliminares porque me cuesta mucho concentrarme lo suficiente para poder sentir placer con caricias y besos. Pero ahora podría caer un avión a mi lado y sé que no me detendría.

Estoy tan excitada que mis bragas y jeans se sienten muy incomodos en este momento. ¿Cómo es posible que este hombre pueda enloquecerme con apenas tocarme?

Comienzo a moverme sobre él con impaciencia. Necesito alcanzar el premio que diviso tras mis parpados. Necesito alcanzar la liberación porque ya no puedo soportar este fuego consumiendo mi piel, volviéndola ceniza.

Dante mete el lóbulo de mi oreja en su boca y succiona con fuerza.

–Déjate ir, nena –murmura con voz ronca en mi oído y lo hago.

Me libero sin poder evitar sollozar. Me alejo de este lugar y de este incendio que consume mi piel. Me alejo de la exquisita tensión y del dolor en mi centro. Me alejo de todo y no miro atrás.

–Eres maravillosa –gruñe en mi cuello mientras va dejando besos tiernos por toda mi piel–. Y tan mía.

Besa mi mentón y grito al sentir otra explosión en mi cuerpo que recorre mis venas con calor y electricidad. Marcando cada lugar, cada espacio en mi cuerpo. Dejándome sin ningún lugar donde esconderme de él y de lo que me provoca.

Abro los ojos y me encuentro frente a los suyos que están oscuros y hambrientos.

–Tú no…–Callo al sentirme egoísta.

–No te preocupes por mí, cariño, verte es mejor que cualquier puto orgasmo que haya alcanzado en mi vida.

Sonrío. –Quizá podemos tener una relación física –digo pasando mi mejilla por la suya, incapaz de alejarme de su calor, de su olor–. Sin mezclar sentimientos, sin dejar que esto se nos salga de las manos.

Puedo sentir como todo su cuerpo se tensa.

–No.

Es todo lo que dice.

–¿Qué?, ¿por qué? –pregunto sintiéndome desilusionada y apaleada.

–Te quiero a ti, no solo tu cuerpo, Fran. Quiero todo lo que eres –masculla mirándome con seriedad y con un hambre que sé que no puedo saciar, no ahora.

–No quiero una relación. No quiero salir de un compromiso para caer a otro. No quiero pasar de un hombre que eclipsaba todo mi mundo a otro que…–Callo al no encontrar las palabras.

–¿A otro que qué? –pregunta.

–A otro que puede acabar conmigo, con quien soy. Veo como me miras, Dante, y no puedo darte lo que necesitas. No quiero ser la sombra de otro hombre.

–No lo serás –masculla sujetando mi rostro en sus manos nuevamente–. No serás mi sombra, serás mi puto mundo. Te daré todo lo que quieras. Bajaría la puta luna si me lo pidieras, nena.

Intenso. Eso es lo que dijo Inés de Dante y creo que se quedó corta. Está más allá de la intensidad y no quiero verme envuelta en eso.

–Lo siento. No puedo ofrecerte nada más –digo y me levanto.

–Tienes miedo.

Miro sus ojos y asiento. Tengo miedo de él, y de lo que veo en sus ojos.

–No pensé que fueras una cobarde.

Me giro y me alejo de él sin contestar. ¿Qué podría decir? Tiene razón. Tengo miedo de quedar atrapada de nuevo.

Desde pequeña me he sentido como un pájaro encerrado en una jaula de oro, sentada frente a una gran selva. Mirando todo lo que podría alcanzar, pero sin tener la oportunidad de hacerlo. Con todo el mundo a mi alcance, pero sin poder tocarlo.

Al principio fue papá, quien me sobreprotegió desde que tengo recuerdos. Luego, cuando comenzaba a darme más libertad, mi hermana nació y mamá enfermó. Después me comprometí con Daniel, quien puso una nueva cerradura a esa jaula. Y ahora, Dante.

Y lo que más miedo me da es que sé que Dante no pondrá otra cerradura, abrirá la jaula y me dejará volar, haciéndome creer que tengo la libertad de hacerlo, pero luego me encerrará en otra jaula más irrompible que la anterior, y sé que de esa no podré salir nunca.

Dejarme probar la libertad para luego arrebatármela me parece la peor de las torturas, y no quiero vivirlo.

No ahora. No cuando estoy afuera de mi jaula y comienzo a probar mis alas. No cuando puedo ver la selva frente a mí, llamándome. No cuando quemé todos los candados que han puesto durante toda mi vida.

Ahora no. Y quizá nunca.

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Comments

Anonymous

Anonymous

talvez tiene razón aun teniendo todo siempre a sido sobreprotsgida no probado ser libre completamente muy pronto tuvo responsabilidades

2024-04-19

4

Edith Meraz

Edith Meraz

QUE RARA

2024-03-08

1

Cinzia Cantú

Cinzia Cantú

Ay Fran tu eres la responsable de los candados y las ataduras y no te permitis disfrutar de la vida con una verdadera pareja

2024-02-25

2

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