Trato

Dante

Le sonrío a Inés en cuánto dice que soy el nuevo mejor amigo de su hermana. Me encanta esta chica. De hecho, es gracias a ella que puedo estar en esta casa. Los guardias de la hacienda estaban a punto de comenzar a disparar, después que no creyeron en mi excusa de que tenía una reunión con Francisca. En realidad, no estuve en un verdadero peligro, hubiese eliminado la amenaza en pocos movimientos, pero eso hubiese hecho enojar a la hermosa mujer, que en este momento, me mira con odio destilando de sus preciosos ojos.

Por suerte apareció Inés y le dijo a sus guardias que su hermana me estaba esperando.

–¡¿Cómo te atreves a insinuar que el anillo de mi prometida no tiene valor?! –pregunta furioso, acercándose a mí, apuntándome con un arma.

Sonrío y alejo a Inés de mí. –Ve con tu hermana, cariño –le pido–. No insinúo nada, es la verdad.

–Ese anillo ha estado por muchos años en mi familia.

Me rio. –Bueno, uno de tus tatarabuelos engañó a su esposa con una baratija e imagino que las demás generaciones fueron muy estúpidas para darse cuenta del engaño.

–Dante –me llama Fran, usando mi nombre como advertencia.

Levanto mis manos. –Es él quien me está apuntando –digo y me acerco más a Daniel.

–Eres hombre muerto.

Sonrío. –Creo que es al revés –digo.

Cuando su arma toca mi frente me muevo rápido, haciendo que pierda el equilibrio y caiga hacia adelante. Le quito su arma y apunto contra su cabeza, a la vez que piso su espalda con mi pie, para evitar que pueda moverse.

Inés sonríe, pero Fran toma una especie de látigo que se usa para andar a caballo y golpea mi mano, lanzando la pistola al suelo.

–Ya basta –ordena–. Esta es mi casa y Daniel será mi esposo.

–¿En serio? –le pregunto sin poder creer que una mujer como ella pueda estar enamorada de un idiota como este–. Un movimiento y estará fuera de tu vida, cariño. Anda, dame ese regalo –le pido mientras mis manos toman el cuello del imbécil, que está congelado de miedo.

Lanza el látigo nuevamente, y esta vez se enreda en mis manos.

Levanto mi ceja. –Eres buena. Me encantaría saber qué más puedes hacer con ese látigo.

–Si no quieres perder un ojo, suéltalo –ordena furiosa.

Me encojo de hombros. –Le quitas toda la diversión al asunto –me quejo y lo suelto.

El imbécil se pone de pie y comienza a gritar con sus orejas y nariz roja. Trata de lanzarme un golpe, pero lo detengo con mi mano.

–¿En serio? –vuelvo a preguntar mirando a Francisca y a Inés.

Inés se encoge de hombros. –Para gustos, colores –dice y no puedo evitar reír.

–¡Todos fuera de aquí, menos tú! –grita apuntándome con su látigo.

–No te dejaré sola con este energúmeno –empieza a decir Daniel, pero me muevo un paso hacia a él y sale corriendo de la oficina, seguido por Inés, que parece que está viviendo el mejor día de su vida.

La puerta se cierra y quedamos solos.

Apunto a la puerta. –Ya, en serio, ¿te están obligando a casarte con él? –pregunto divertido.

–Con quién me case no es de tu incumbencia.

Me acerco a ella y comienzo a caminar en un círculo a su alrededor.

–En eso te equivocas, Fran, si será tu esposo será de mi incumbencia. No quiero idiotas cerca de mis negocios.

–Primero, no tenemos un trato y segundo, soy yo la encargada de los negocios, no él.

–¿Segura? –pregunto cerca de su cuello. Sin poder evitarlo tomo su trenza en mis dedos. Veo su cuello rojo, seguramente por los besos y mordidas del imbécil, y debo decir que parte del respeto que sentía por Fran desaparece–. ¿Cómo puedes dejar que un pelele como ese te marque como si fueras de su propiedad?

Se gira y se acerca tanto que nuestros pechos se tocan. Es una cabeza y media más baja que yo, pero eso no parece molestarle.

–No te metas en mis asuntos privados –dice golpeando mi pecho con su dedo índice–. Vete de mi casa y no vuelvas.

Sonrío. –No me iré de aquí hasta que hablemos de negocios.

–No estás en posición de ordenarme nada.

Me encojo de hombros. –No me iré.

–Si llamo a mis hombres estarás muerto en unos segundos.

–¿Segura? –pregunto–. Yo diría que en unos segundos podrías quedarte sin guardias. Solo quedará tu querido novio para protegerte y creo que tú y yo sabemos que él no podría defenderte ni siquiera de una cucaracha.

Pasa su mano por su rostro y camina hacia su sillón.

–Tú ganas. Siéntate –ordena y lo hago. Al fin estoy donde quiero estar–. Dime, por qué debería aceptar venderles a unos gringos y ganarme solo una comisión cuando podría vender directamente.

–Podrías intentarlo, pero no te dejaremos atravesar nuestras fronteras. La Camorra y la 'Ndrangheta nos unimos para proteger nuestro territorio y no dejaremos pasar a nadie.

–¿Seguro?

Dejo mi espalda descansar en el respaldo y sonrío. –Muy seguro, nena. Si no quieres recibir a tus soldados picados en pequeños trozos, no los dejes cruzar la frontera.

Fran se cruza de brazos. –Si lo que quieres es amenazarme esta conversación termina aquí.

–No, cariño, no es una amenaza, es una advertencia amistosa. Quiero que ambos conquistemos el puto mundo, no estoy ofreciéndote menos que eso.

–¿Cuánta mercancía necesitan?

–Digamos que unas veinte toneladas para empezar.

Se ríe. –¿Veinte toneladas al año? ¿Es un chiste? Muevo más que eso solo en México.

–No dije al año.

El cuerpo de Fran se inclina hacia mí, interesada.

–¿Semestral? –Niego con mi cabeza–. ¿Mensual?

–Para empezar.

–¿Qué precio están dispuestos a pagar? –pregunta.

–Solo pagaremos el costo de producción y traslado.

Ríe. –¿Estás loco?, ¿cuál es mi ganancia?

Me levanto, me acerco a su silla y me arrodillo frente a ella. –Las ganancias de las ventas las dividiremos.

–¿Cincuenta por ciento?

Golpeo la punta de su nariz. –No tan rápido, nena. Ochenta y veinte. Nosotros seremos quienes trasladaremos y venderemos la droga por todo Estados Unidos, Europa y Asia.

–No hay trato. No aceptaré menos que un cuarenta por ciento.

Sonrío. –Lo más que podría ofrecerte es un veinticinco por ciento de las ganancias. Estamos hablando de cientos de millones de dólares al año, piénsalo bien.

–Treinta –replica–. O no hay trato.

Gruño divertido. –Está bien. Acepto.

–Lo haremos por dos meses, y si no veo resultados no hay trato y tendrán que pagarme el valor completo de la mercancía, no solo el costo –se apresura en añadir–. Si todo sale bien, haremos un trato formal y nos comprometeremos por un periodo más largo.

Me levanto y asiento. Le tiendo mi mano. –Trato hecho –digo.

Francisca toma mi mano y de nuevo siento ese calor, que me hace soltarla de inmediato por la violenta sensación. Esta vez, sin embargo, no me llevo la baratija que tiene en su mano.

Respiro y cojo su mano, ahora preparado para sentir el violento calor, y paso mi dedo por el anillo. –Mereces algo mejor que esta mala imitación.

–No es una imitación.

–Oh, nena, ¿quieres apostar? –Llevo su mano a mi boca y paso mis labios por sus nudillos. Escucharla tragar saliva con dificultad aumenta mi libido. Tendré que buscarme una mujer para follar. Últimamente hasta el calor de una mano logra excitarme–. Si me equivoco respecto al anillo estoy dispuesto a darte un cuarenta por ciento de la utilidad.

Se ríe. –Estás loco.

–¿Tienes miedo de descubrir que tu prometido te está mintiendo?

–No le tengo miedo a nada –contradice–. Pero no puedes estar hablando en serio. ¿De verdad estás dispuesto a perder un diez por ciento de las utilidades?

–Ese es el punto, cariño, no perderé.

–Es tu dinero, supongo –dice encogiéndose de hombros.

Suelto su mano y camino de vuelta a mi silla, pero me detengo al ver polvo blanco en el escritorio y suelo.

Paso mi dedo sobre el polvo y lo llevo a mi boca.

Mierda. Es cocaína.

–Me equivoqué contigo –acepto a regañadientes–. No hago negocios con consumidores.

Su rostro enrojece. –No es mío, no consumo drogas.

Miro el polvo. –¿Crees que soy idiota? –pregunto en un siseo.

–Hay algo que tienes que aprender de mí, Dante, yo no miento –dice acercándose–. Mi prometido es quien consume.

Me rio sin diversión. –¿Y crees que eso es mejor?

–No lo hará más.

–Ambos sabemos que un consumidor no se detendrá porque alguien se lo diga.

–Él lo hará. Me ama y si se lo pido, lo hará.

Tomo su mentón en mi mano y alzo su hermoso rostro al mío. –No sé si intentas engañarme o realmente eres tan ilusa.

–No lo hará más. No permitiré que un hombre dañe mi negocio, ni siquiera mi prometido.

Miro en sus ojos, y no hay nada más que sinceridad en ellos. Pobre ilusa.

–Tienes dos meses para demostrarme que no habrá problemas con ese idiota o no hay trato, nena.

–No habrá ningún problema –devuelve con vehemencia.

Sin poder evitarlo beso su frente, incapaz de mantenerme alejado del exquisito olor a café y caramelo. –Buena suerte con eso. Nos veremos –digo antes de alejarme de ella.

Por lo menos hoy logre avanzar algo. Ahora debo llamar a Gabriele.

Más populares

Comments

Sael

Sael

un flechazooooo, así se habla

2024-04-02

2

Anonymous

Anonymous

mmmm ese pobre va a desaparecer /Grimace/

2024-03-25

2

Gloria Margarita Delgado Perez

Gloria Margarita Delgado Perez

buenisima

2024-02-29

1

Total

descargar

¿Te gustó esta historia? Descarga la APP para mantener tu historial de lectura
descargar

Beneficios

Nuevos usuarios que descargaron la APP, pueden leer hasta 10 capítulos gratis

Recibir
NovelToon
Step Into A Different WORLD!
Download MangaToon APP on App Store and Google Play