Liberadora verdad

Francisca

–¿Cristal? –pregunto al joyero.

–Sí, entre otras cosas. La argolla es de acero inoxidable y la piedra es una mala imitación de diamante. Se usa exactamente el mismo cristal que tenemos en nuestras copas. Estas baratijas generalmente se venden en las ferias.

–¿En las ferias?

–Por un par de dólares –agrega.

Miro a mi hermana, quien me mira con compasión. Maldita sea estoy harta de esa mirada.

–Muchas gracias –digo y salgo de la joyería.

Quisiera ir a gritarle a Daniel, pero por supuesto no puedo, porque el imbécil pasa todo el puto día drogado.

–¿Quieres hacer un viaje rápido? –le pregunto a Inés.

–Siempre –responde–. ¿Dónde vamos?

–Donde mi suegra. Quiero ver si ella sabía del engaño. O quizá es una joya familiar y ellos no saben que es falsa –agrego sonando asquerosamente esperanzada.

–Ay, Fran, ¿cuándo vas a aceptar que Dante tiene razón?

Me suelto de su mano, sintiéndome enfadada. No con ella, conmigo. Camino rápidamente al auto que espera por nosotras y le doy las indicaciones al chofer.

Me giro hacia la ventana y cierro los ojos. Quizá sea una idiota, pero no quiero que Dante tenga razón. No quiero.

*****

–Hola, querida –me saluda mi suegra–. Hace tanto tiempo que no nos vemos.

–Lo sé, debí venir antes. Supe que ha estado enferma.

–¿Enferma? –pregunta sin entender mientras nos guía a la enorme sala.

–Daniel me dijo que usted estaba enferma –le explico mientras me siento al lado de mi hermana en el sofá.

Catalina niega con su cabeza. –No sé cómo Daniel puede saber si estoy o no enferma, no lo he visto en meses. Ni siquiera responde mis llamadas –agrega claramente molesta.

–¿En meses? –pregunto–. ¿No estuvo aquí hace un mes?

–No, querida. No he visto a mi hijo desde la navidad pasada.

Otra puta mentira.

Saco la argolla de mi cartera, porque ya no se siente bien llevarla puesta.

–Daniel me dijo que la argolla de compromiso ha estado en su familia durante años.

–Sí, era de mi madre. Se la dio a Daniel antes de morir para que te la diera a ti, cariño. Mamá siempre te tuvo mucho cariño.

–Tiene un gran valor, ¿no?

Asiente. –Mucho. Mamá cuando estaba pasando por un mal momento intentó venderla, le ofrecieron doscientos mil dólares, pero no pudo aceptarlo, a pesar de que papá había muerto hace años. Creo que el valor emocional es más importante que el valor monetario, ¿no crees?

–No podría estar más de acuerdo, y no me parece quedarme con ella.

–Oh, no querida, mamá decidió dársela a Daniel y él te eligió a ti.

–Es suya –insisto y le entrego la argolla.

–No me parece correcto –empieza a decir, pero se calla cuando la tiene en su mano–. Esta no es la argolla de mi madre.

–Oh –exclama mi hermana.

–¿Está segura?

–Por supuesto que sí, esta es una burda imitación. ¿Dónde está la argolla de mamá?

–No lo sé, esta es la que me dio Daniel. Un socio me dijo que era una baratija y no quise creerle hasta hoy que fui a un joyero y me dijo que era una mala imitación.

–¿Mi Daniel te dio esto? –Asiento–. Pero… ¿qué hizo con la argolla de mi madre? Lo llamaré –agrega molesta.

–No se moleste. Lleva semanas encerrado en su casa, sin dejar de drogarse.

–¿Qué? –pregunta pálida.

–Le dije que no podría casarme con él si sigue consumiendo y no se lo tomó nada bien. Ni siquiera ha intentado detenerse.

–Me dijo que llevaba limpio por más de tres años.

Me rio sin humor. –Eso no es verdad. Lo lamento, y siento decirle que la boda se cancela.

Palidece más. –Su papá va a matarlo –se lamenta–. Nos juró que no volvería a consumir. –Comienza a llorar–. Tuvo que haber vendido la argolla de mi mamá por un poco de dinero. Ya lo hizo antes. Mi esposo y yo… –Su voz se quiebra–. Nos robó tantas cosas… Debimos haber hecho algo, debimos haberlo encerrado en un centro de rehabilitación.

Me acerco a su lado y tomo sus manos. –Daniel no lo hubiese permitido. Lo más probable es que hubiese huido. Voy a tratar de averiguar qué hizo con la argolla y recuperarla. Es una reliquia familiar y me parece que lo más justo es que vuelva a su casa.

Seca sus lágrimas. –Gracias, cariño. Lamento tanto todo… Daniel perdió a una excelente mujer.

Me despido y vuelvo al auto, seguida de mi hermana. La verdad es que siento que Daniel me perdió hace mucho tiempo, pero no fui lo suficientemente valiente para reconocerlo.

–¿Estás bien? –pregunta Inés tomando mi mano cuando el auto comienza a salir de la hacienda.

Sonrío. –Mejor que nunca.

Un peso que no sabía que tenía sobre mí abandona mi cuerpo, dejándome ligera y más feliz.

–Supongo que es verdad lo que dicen, la verdad os hará libre –dice mi hermana.

–Es verdad.

–Papazote tenía razón.

Gruño. –Sí, pero no lo admitiré ante él.

–Eres imposible –me acusa.

Acaricio la marca del anillo en mi dedo, que imagino demorará en desaparecer. Me juro que nunca dejaré que otro hombre me marque, de ninguna manera. No le daré ese poder a nadie.

–¿Y ahora?

–Ahora tengo que encontrar el anillo y devolvérselo a Catalina.

–No le debes nada. Lo sabes, ¿verdad?

–No importa, le di mi palabra y lo encontraré. Catalina siempre ha sido buena conmigo, no merece lo que le está pasando.

–Bueno, allá tú. ¿Qué harás respecto a Dante?

–¿Qué haré respecto a qué?

Mueve sus cejas de arriba hacia abajo, rápidamente haciéndome reír.

–Ese hombre te desea.

–No lo sabes.

–Lo sé –insiste–. Te mira como si fuera a detener una bala por ti, como si quisiera comerte, como si le pertenecieras. Es algo intenso.

Asiento. –Lo es, y ya no quiero más intensidad en mi vida respecto a hombres. Nunca he sido realmente libre, y creo que quiero disfrutar de ello.

Asiente y afirma su cabeza en mi hombro. –Quiero que seas feliz, Franny.

Beso la cima de su cabeza. –Gracias. Imagino que tengo que descubrir que es lo que quiero primero.

–Lo harás. Siempre has sido la más inteligente de las dos. Yo soy la más bonita –agrega y ambas reímos.

Me relajo el resto del camino. Sé que probablemente Daniel no se tomará nada bien lo de la cancelación de la boda, pero sinceramente no me importa.

Hoy nada me preocupa.

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