Diversión

Dante

Acelero a toda marcha con ningún destino en mente. Lo único que deseo en este momento es olvidar a cierta mujer con ojos color miel. Olvidar lo que me dijo y lo que sentí cuando estaba disfrutando de su calor y de su sabor.

Como me pone esa mujer.

Creo que ni siquiera estuve tan excitado la primera vez que me acosté con la novicia. Y en ese momento no solo sentía deseo sino también placer por poder corromper su filosofía de vida.

Pero Fran es más. Lo ha sido desde la primera vez que la vi y quedé encandilado con su belleza y su forma de moverse, y también por su veta sanguinaria, que creo es lo que más me atrae de ella.

Mi nona siempre ha querido que encuentre a una buena chica católica e italiana, que sea buena esposa y una buena madre, pero eso no es algo que busque en una mujer. Necesito más. Necesito a una mujer que pueda ser mi igual. Que pueda ver sangre sin desmayarse. Que pueda matar a sangre fría cuando la ocasión lo amerite.

Llegué a pensar que una mujer así no existía hasta que vi a Fran ese día en el Bar, matando a sus familiares por defender a su hermana. Matando sin piedad y sin arrepentimientos. Como lo hago yo a diario.

Giro a toda velocidad en la curva sin preocuparme si pierdo el control de la moto y me aplasto contra la roca. No me da miedo sentir que mi vida puede terminar, lo único que siento es emoción. Adrenalina pura.

Cuando era pequeño mis padres pensaban que había algo malo en mí porque nunca le tuve miedo a la muerte ni a hacer cosas peligrosas. Tenía tres años cuando me lancé de un risco al mar, a unos veinte metros de altura, y por ese entonces ni siquiera sabía nadar. Cuando finalmente me sacaron del agua estaba morado. Tuvieron que hacerme RCP y al recuperar la conciencia lo único que hice fue reír y levantar los brazos como si todavía estuviera cayendo.

Después de esa vez vinieron muchos otros episodios que alertaron a mis padres y me enviaron al psiquiatra de la ´Ndrangueta, quien diagnosticó entre otras muchas cosas a lo largo de mi niñez y juventud, rasgos sociópatas. Afortunadamente, como siempre me recuerda Gabriele, nací en la familia correcta y todo lo que me hace ser yo ha sido de gran valor para la ´Ndrangueta.

El deseo de romper las reglas siempre ha estado en mi sistema, así también como el deseo de matar, y creo que eso nunca se irá, y necesito a una mujer que pueda comprenderlo.

Fran es la mujer perfecta para mí, pero ella no quiere verlo.

Escucho un sonido seco pasar muy cerca de mi cabeza, y sé lo que es de inmediato. Una bala.

Sonrío y miro hacia atrás. Una Van me sigue a toda velocidad. Puedo ver un hombre, con la mitad de su cuerpo fuera de la ventana con un arma.

Idiota.

Acelero en la siguiente curva y salto de la moto, esperando que el golpe no la dañe demasiado. Sobre la moto estoy en una posición de desventaja. Mi cuerpo golpea el pavimento con fuerza. Por suerte la ropa de cuero ayuda. Me arrastro detrás de un matorral y espero con paciencia mientras tomo mi arma.

La Van llega a la curva y antes de que haga cualquier movimiento disparo a una de sus ruedas. El chofer pierde el control y el vehículo comienza a deslizarse en zigzag a alta velocidad. Después de unos quince segundos la VAN cae de lado sobre el pavimento.

El tipo que estaba disparando sale gateando del vehículo y gritando de dolor mientras su rostro sangra de manera incontrolable. Me acerco a él y clavo mi daga en su cuello.

–No preguntaré quién porque ya lo sé –digo antes de atravesar su garganta con el filo de mi daga.

Abro la Van y no hay nadie dentro a excepción del chofer que tiene el cuello roto. Una muerte rápida e indolora. Qué suerte tienen algunos.

Pensaba seguir lamentando el rechazo de Fran, pero ahora tengo algo mejor que hacer con mi tiempo.

*****

Entro a la casa por la parte de atrás con el bloqueador de señal encendido. Es decepcionantemente fácil. No hay perros, ni alarmas, ni cables con electricidad. Nada. Niente.

Camino por las sombras y entro por una enorme puerta de cristal, que está cerrada, pero la abro en cinco segundos con un pedazo de alambre que siempre tengo en mi bolsillo. Son muy útiles, sirven para sacarte la mierda de perro de tu zapato hasta para abrir puertas.

Sigo la música hacia la sala donde encuentro al artificie del atentado en mi contra fumando marihuana. El olor satura el pequeño lugar. Está tan ido que no me escucha avanzar hacia su posición.

Me detengo detrás de él y disfruto el momento mientras lanzo la cabeza del hombre que me disparó sobre su regazo.

Grita y se sacude haciendo que la cabeza caiga al suelo.

Lo tomo del hombro y lo inmovilizo colocando mi daga en su cuello.

–No es fácil deshacerse de mí, Daniel. Otros lo han intentado y han fallado, y créeme, no les han gustado las consecuencias–. Entierro más la daga y comienza a gemir como si se tratara de un cachorro abandonado bajo la lluvia. Realmente patético. No sé qué le vio Fran a este imbécil–. ¿No vas a decir nada?

–No perteneces a esta ciudad, gringo, ni le perteneces a ella.

–¡Recuperó el habla! –me burlo–. Pensaba cortarte la lengua ya que no la estabas usando. Pero ahora creo que sé lo que haré –digo y en un rápido movimiento corto su oreja derecha.

Grita como un poseído lo haría frente a un exorcista. Su umbral del dolor es vergonzosamente bajo.

–Sabes hablar muy bien, Daniel, pero no sabes escuchar. No creo que necesites esto –digo y le muestro su oreja mutilada. Trata de quitármela, pero le vuelvo a enterrar la daga en su cuello–. Quieto. Considera esto una advertencia. Fran es mía. Si sé que miras en su dirección volveré y cortaré algo más grande la próxima vez. No te metas con lo que es mío o vas a lamentarlo –digo y clavo la daga en su estómago. Una herida superficial, su vida no correrá peligro, pero espero que aprenda la lección–. Me llevaré esto como recuerdo –agrego y guardo su oreja en mi bolsillo.

Salgo de su casa más relajado. Realmente necesitaba algo de diversión hoy.

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