A Judit le encantaba el patio trasero y corría por él, Mariângela nunca había visto a su perro tan feliz y saltando.
No solo la casa de Gilberto es acogedora, toda la casa es acogedora porque Gilberto la dejó así, cuidando mucho a su hijo con mucho amor, esmero y dedicación.
Bryan a veces corría con Judit, otras le lanzaba una pelota a Baltho, pero lo que más le gustaba era sentarse junto a Mariângela y recostar su cabeza en su regazo.
Baltho se quedó quieto en un rincón del patio mirando a su madre correr de aquí para allá, pero lo que llamó la atención del perro fue el cariño que Mariângela le mostraba al niño y por eso el perro no les quitaba los ojos de encima.
- ¿Mira a Baltho mirándonos Mariângela?
- Sí, querido, hasta Baltho comprende el inmenso cariño que te tengo, querida.
- ¡Mi padre dijo una vez que no debemos confiar en una persona que no le agrada al perro! ¿Es esta la verdadera Mariângela?
- Sí, querido, los animales tienen un sentido de percepción muy fuerte del mal de un ser humano, son sensibles y muchas veces saben si la persona es buena o mala por el olfato.
- ¿Baltho también será así con este sentido de percepción?
- Sí, amor, todos los perros lo tienen, la naturaleza los hizo así para que puedan proteger a sus dueños y la casa donde viven, de cualquier daño.
- Mariângela, tú Baltho y Judit me protegeréis, ¿verdad?
- Siempre querido, si se lo dejas a tu padre, lo protegeremos.
Mariângela no se dio cuenta de lo que acababa de decir, pero Bryan se dio cuenta de que era con el corazón abierto.
"Sería bueno que mi padre saliera y se casara con Mariângela, volvería a tener madre".
Bryan se encontró pensando en esto y tiene la intención de ayudar a su padre a ver a Mariângela como la nueva mujer y una nueva madre para él.
Baltho se levanta de donde está y va a lamerle la cara al niño.
- ¿Me vas a ayudar, verdad Baltho?
El perro ladra en respuesta y Mariângela tiene la pulga detrás de la oreja.
"¿De qué está hablando Bryan? Bueno, es un buen chico, debe ser algo bueno".
Baltho comienza a lamer la cara de Bryan y a mover su cola y este comienza a reír y a patear el suelo y con sus manos intenta alejar al perro que está todo emocionado y juguetón:
- Por Baltho, me vas a dejar babeando.
Después de que el perro se cansó de lamer, la cara de su dueño se dirigió hacia su madre para correr y jugar, una escena muy hermosa ver a la madre corriendo y jugando con su cachorro y a Baltho tratando de derribarla, una misión casi imposible ya de por sí. Judit es más grande que él. Pero toda madre también se cansa y cuando Judit se cansó de correr se tumbó en el pasto y su cachorro se subió a su lomo para morderle las orejas. Todos los niños son traviesos y no es diferente con los perros.
Mariângela mira su reloj, no esperaba que fueran las diez de la mañana, estaba tan acogedor sobre el césped del patio trasero que ni siquiera vio pasar el tiempo.
El sol cada vez calentaba más y ella le sugirió a Bryan:
- Pequeño, entremos ahora que el sol cada vez calienta más y hasta las cuatro de la tarde estará así. Entremos y preparemos el menú para el almuerzo, pasadas las cuatro de la tarde podemos volver aquí de nuevo y tal vez pasar la primera hora de la tarde sentados en el césped, ¿qué os parece?
- Buena idea Mariângela, y quién sabe, tal vez papá se quede con nosotros.
- Cierto, querido, ahora vámonos.
Bryan se levanta y ayuda a Mariângela a levantarse extendiéndole una de sus manos.
Aunque no necesitaba ayuda, aceptó y le dio la mano al pequeño. Ella se levanta y llama a Judit con un silbido, el perro responde y va hacia su dueño y Baltho va hacia Bryan cuando este lo llama por su nombre.
- Fue un placer quedarnos en el patio trasero y lo volveremos a hacer este verano.
- Vamos querido, ahora preparemos el menú del almuerzo.
Entran, los perros van juntos a la sala y Mariângela se queda en la cocina con Bryan, decidiendo qué preparar para el almuerzo:
- Me encanta la ensalada de patatas hervidas Mariângela y tenemos mucha.
- Gran elección Bryan, ¡hagámoslo!
- ¡Pienso en arroz con frijoles y filete de cebolla! No tienes problemas con las cebollas, ¿verdad?
- No, me gustan las cebollas, incluso las comeré crudas si las dejo, dijo Brian, mirando las cebollas en el frutero.
- ¿Y qué jugo?
- ¿Qué tal las manzanas? También nos sobran Mariângela, si no se consumen se echan a perder.
- Me encantó, comencemos.
Mariângela calienta el arroz y los frijoles en la estufa mientras pela las papas para cocinarlas y hacer la ensalada, bate y sazona los filetes para prepararlos para freír.
En diez minutos se cuecen las patatas y las pone a escurrir y enfriar en el colador.
Caliente arroz y frijoles, pone a sofreír los filetes cuando estén bien fritos, toma la cebolla ya cortada en rodajas y la vierte en la sartén, deja sofreír y los filetes están listos. Finalmente, se licua el jugo en una licuadora y se cuela. Ponlo en el frasco Mariângela vierte unos cubitos de hielo y tapa el frasco, listo para el almuerzo. Bryan tomó la parte de la mesa que arregló con precisión, la comida colocada en la rejilla para ollas sobre la mesa. Mira el reloj cuando faltan dos minutos para el mediodía, ella y Bryan escuchan la bocina de un auto.
- ¡El auto de papá! Él va a almorzar con nosotros.
Gilberto mete el auto en el garaje y se dirige hacia la puerta principal. Cuando lo abre percibe un olor maravilloso que proviene de la cocina y este olor a comida le abre el apetito.
- Grita papá, Brian corriendo y tirándose en su regazo.
- Hijo, ¿qué alegría viste un pajarito verde?
- No, papi, vi un ángel y estaba sentado ahí en el sofá.
Gilberto mira a Mariângela quien se sonroja ante las palabras de Bryan.
- Bueno, aparentemente el almuerzo está listo, felicidades Mariângela, el olor es delicioso, estoy feliz de haber llegado a tiempo para almorzar contigo.
Gilberto se acerca a Mariângela, le tiende la mano y los tres van a la cocina de la mano, una verdadera familia.
La mesa está hermosa y llena y Gilberto acerca la silla para que Mariângela se siente, Bryan, que ya estaba sentado, se dio cuenta de que su padre estaba siendo un caballero. Se sienta a la mesa y toma la iniciativa de servir, le sirve un plato a Bryan, otro a Mariângela y el último a él.
Cuando nota que las patatas están en el colador.
- Voy a sazonar las papas para la ensalada, se lava las manos y las sazona en un plato, se sienta a la mesa y agradece a Dios por la salud de su hijo y por el ángel que Dios puso en su camino.
- ¡Vamos a comer!
Almuerzan en silencio, simplemente intercambian miradas y las miradas que Mariângela se lanza son más que una simple mirada de respeto.
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