DODICI - El Renacer del Diablo

Sucedió hace muchos años...

Federico y yo ibamos conduciendo por la carretera, justo regresabamos del funeral de mis padres. Todo iba bien, hasta que me di cuenta de una camioneta nos seguía, y suponía la razón, mis padres se dedicaban a la mafia desde tiempos memoriales y tenían varios enemigos, y yo había nacido con la mala suerte de portar su estúpido apellido.

Le comuniqué a Federico de mi sospecha, y por instinto saqué un arma que usaba para defenderme y el aceleró...

—Espera, espera... —Interrumpió Leo. —¿Federico sabía que pertenecías a la mafia?

—Si. Él me aceptó tal y como era, por eso lo amaba. —Alessandra tuvo un nudo en la garganta. —Prosigo.

Tu tío aceleró la camioneta, y los de atrás no dudaron en hacer lo mismo. No sabíamos que hacer exactamente, hasta que ví por el retrovisor como un hombre sacó de la camioneta comenzó a dispararnos. Yo decidí hacer lo mismo con tal de defender a Federico. Les disparé pero no tuvo mucho caso, ya que lograron dispararle a una llanta de nuestro auto y nos volcamos.

Federico y yo sobrevivimos a duras penas, cuando despertamos seguíamos en la carretera, pero no dentro de nuestro auto. Ambos estábamos atados en el interior de la camioneta que nos seguía.

Cuando hice un escándalo se abrieron las puertas de la camioneta y me arrastraron hacia afuera.

Ahí fue cuando lo vi.

—Vaya, vaya... así que ustedes son la descendencia de los Vindobi, ¿Eh? —Frente a mi, Alonso se comenzó a burlar mientras jugaba con su arma. —No pensé que serías tan atractiva...

—¡Suéltala, no te atrevas a lastimarla! —Federico despertó, y también elaboraba un escándalo.

Alonso le hizo una señal a sus compañeros, quienes sacaron a Federico de la camioneta y lo arrodillaron junto a Sasha en la carretera.

—¿Quién eres? —Pregunté.

—Soy Alonso Logni, y mi jefe el señor Lindroich les manda saludos.

Alonso dejó de jugar con su arma y sin razón le disparó a Federico en la pierna, el mismo grito de dolor y cuando comencé a preocuparme Alonso me apuntó en la cabeza.

—Van a hacer todo lo que les diga o si no... —Alonso le quitó el seguro al arma. —Les pasará algo peor, ¿Está claro?

Lo miré con odio, pero para evitar desgracias asentí con la cabeza dejándome ceder. Alonso retiró el arma y se alejó a hacer una llamada. Fuera de la carretera divisé mi auto accidentado y en llamas, junto a otros dos tipos más cuidándonos.

—¡Nos vamos de aquí! —Exclamó Alonso, no muy contento. Miró a Federico. —Y detengan la hemorragia de este gil. Aun me eres útil, no puedes morir todavía.

Nos volvieron a meter al auto y arrancaron. A pesar de la situación, estaba agradecida de que tanto yo como Federico siguiesemos con vida, pues nos encontrábamos en una cuerda floja.

Para mi sorpresa Alonso nos envió a nuestra casa y nos mantuvo como rehenes. Alonso le ordenó a sus acompañantes que revisaran la casa, dejándonos solos a los tres, fue ahí cuando se acercó a mí con un teléfono.

—En unos minutos recibirás una llamada de tu hermana, yo atenderé y tu le dirás que traiga a su hijo con nosotros ¿Está claro? —Demandó Alonso apuntándome con su arma.

—¡S—Si! —Exclamé nerviosa. —Hagan lo que quieran, pero déjenos en paz... ¡Yo me salí de este negocio!

—Aww... mi querida Alessandra. —Alonso me acarició la mejilla con una falsa ternura. —¿No sabes que solo hay un modo de salir de aquí? Y es con la muerte.

En efecto, el teléfonó sonó y cuando Alonso contestó era mi hermana, quien me rogaba que cuidara a su hijo por un tiempo. Respondí lo que Alonso me ordenó, y luego de unas horas ya habías llegado a nuestros brazos.

—Yo no había vuelto a ver a mi hermana después de que me fui, y me sorprendió mucho saber que se casó y que tenía un hijo. Pero a pesar de todo lo que pasó, de presenciar como acabaron con el amor de su vida, ella siguió echándole leña al fuego...

—Un minuto. —Volvió a interrumpir Leo. —¿Por qué no le pediste ayuda a mi madre para acabar con Alonso? Suponiendo que representaba un peligro para las dos.

—Ella nunca supo que Alonso era un fraude, además de que podría haber empeorado las cosas. Lindroich nos mostró misericordia con Alonso, el mismo ha hecho cosas mucho peores, hasta con su propia sangre...

—¿Vale? Puedes continúar.

—Como decía...

Luego de que tu madre se fue te encerramos en una habitación y Alonso habló con nosotros.

—Bien, el está aquí. ¿Ahora que vas a hacer? —Dudó Federico.

—Darle un buen uso a ese niño, lo convertiré en alguien que sirva, sufrirá mucho pero valdrá la pena. —Contestó Alonso mientras bebía whisky. —Y si un día descubre la verdad, lo tendré que matar.

—¡Espera un minuto! —Exclamó Leo interrumpiendo la historia. Otra vez. —¿Si Lindroich es mi enemigo a muerte, por qué no me mató desde el principio? Suponiendo que estuve a su disposición todo este tiempo.

—Ese era el plan, pero después no sé que fue lo que ocurrió. Al parecer, Lindroich reflexionó y llegó a la conclusión de que serías útil y quería usarte para su beneficio. Todo el dinero que ganabas, era para Lindroich.

—Oh... continúa.

Luego de eso, nos tocó vivir dos años como marionetas de Alonso. El muy descarado hacía lo que quería en la casa mientras tu tío y yo te cuidabamos. Algunas veces, Alonso nos maltrataba a ambos para su satisfacción personal, pero con el tiempo noté que comenzó a tenerme piedad y a halagarme por mi buen comportamiento, pues Federico todavía se abstenía a obedecerlo.

Pero todo cambio cuando comenzaste los primeros días de tu entrenamiento. Alonso fue muy cruel contigo, considerando que apenas sabías caminar. Tu tío se interpuso y comenzó una discusión que terminó en combate, yo al ver que las cosas fueron demasiado lejos me acerque a detenerlos. De repente me quedé estática cuando Alonso sacó una navaja con la cual amenazaba a Federico.

Sin embargo a Federico no le importó que Alonso estuviese armado y se abalanzó sobre el para continuar con una pelea muy reñida, que a pesar de la desventaja parecía ser que Federico ganaría a pesar de tener varios cortes y apuñaladas en el cuerpo.

Federico no era un hombre violento, menos algún amante de las peleas, por lo que me sorprendí cuando Federico le arrebató la navaja a Alonso y lo apuñaló en una pierna, dejándolo en el suelo. Al verlo moribundo, Federico tiró la navaja y me miró.

—Recoge al niño, nos vamos de aquí.

Sonreí pensando que todo acabaría. Y no me equivoqué.

Todo se acabó, pero para Federico.

Alonso se había arrastrado hasta la mesa donde había un arma, y el maldito no dudó en dispararle en la cabeza a Federico matándolo al instante. Mi rostro se había manchado de su sangre, y pude reaccionar cuando el cuerpo sin vida colapsó contra el suelo.

—Federico... ¡¡NO, FEDERICOOO!!

Lloré desconsoladamente en su regazo, colocando mi palma en su pecho y sacudiendolo con la esperanza de de su corazón siguiese latiendo. Todo en vano, su cuerpo estaba vacío, el me había abandonado. Todo por mi culpa.

Involucré al amor de mi vida en este mundo de mierda y no fui capaz de protegerlo. Había muerto por mi culpa, y solo por mi culpa.

Con las pocas fuerzas que tenia, Alonso se levantó cojeando con el arma en mano.

—La paz en esta casa... se ha terminado.

Y desde ese día, las cosas malas comenzaron a llegar.

—Yo no quería que esto pasara, Leo. —Culminó Alessandra, con lágrimas que ya no pudo evitar guardar bajo la atenta vista de Leo. —Yo solo quería vivir una vida normal, tener un hogar, una familia... pero me di cuenta de que tal vez no lo merezco, por mi culpa tu tío está muerto...

Leo no dijo nada, solo se levantó de su asiento y abrazó su tía. A Sasha le sorprendió la muestra de afecto, más no le tomó tantas vueltas y se dejó caer en los brazos de su sobrino para continuar llorando.

—No fue tu culpa. —Habló Leo. Alessandra trato de controlar su llanto para prestarle mejor atención al joven. —No sabías que eso iba a pasar. Y aunque no lo creas, estoy agradecido de que hayas tomado la decisión de quedarte.

Alessandra frunció el ceño desconcertada. Se separó del abrazo y miró a Leo a los ojos.

—¿Por qué?

—Porque... si te hubieses ido, me habría quedado solo con Alonso y quien sabe que cosas despreciables pudiesen pasar por su cabeza. —Dijo Leo, tratando de subirle un poco el ánimo.

—Aun así, nunca hice nada para protegerte. —Argumentó ella decaída.

—Hiciste todo lo que estaba en tus manos, y no te guardo rencor por eso. El pasado quedó atrás y no podemos cambiarlo, pero lo que si podemos cambiar es el futuro. Y todo esto quedara como una lección, tanto para ti como para mi...

《"¿De dónde diablos saque eso?"》 pensó Leo al escucharse, verdaderamente no sabía que era capaz de decir algo así.

—Tienes razón, gracias Leo. —Añadió Alessandra, dedicándole una sonrisa que lo hizo sentir bien. De repente, Sasha carraspeó la garganta tomando la compostura. —Creo que ya fueron muchas emociones por hoy, jeje... vamos, debemos ir a Rostov del Don cuanto antes mejor...

—Claro, pero necesito que me esperes. Debo hacer una cosa primero.

Leo salió de la cabina, dejando a su tía sola.

Antes de llegar al puerto donde tomarían un avión privado hacia Rostov del Don Leo quería ocuparse de cumplir un deseo, por decirlo así, que creció a través de los años. Ese era darle a Alonso una cucharada de su propia medicina. Una lección que no olvidaría ni cuando estuviese en el mismísimo inferno.

Después de tantos golpes Alonso finalmente despertó, quien al recapacitar se dio cuenta de que estaba amarrado a una silla de pies a cabeza con alambre de púas. Había mucho viento, y cuando su vista se enfocó notó que estaba en un yate.

El hombre no recordaba nada, ni sabía en qué momento había llegado a tal situación. De improvisto escuchó unos pasos detrás de el. Se tensó en su sitio.

—¿Qui—Quién es? ¿Dónde estamos?

La persona misteriosa no respondió, al menos no con palabras. Los pasos se acercaron más, hasta que ambos hombres se quedaron mirando frente a frente.

Alonso al ver a Leo todos sus momentos juntos impactaron en su mente como un disparo. Alonso intentó forcejear, pero era inútil. No tuvo que haber subestimado los alambres de púas desde un principio.

—T—Tu... ¿¡Para qué me trajiste aquí?! ¡Sueltame, te lo ordeno! —Exigió Alonso.

—Lo sé todo. —Leo se agachó a la altura del mayor y lo tomó bruscamente de la barba para que lo mirara. —Alonso Logni.

Alonso expresó cierta impresión, para luego sonreír y recostar la cabeza en la silla.

—Así que la perra de tu madre te fue con los lloriqueos... ¡Oh, perdón! Tu tía. —Corrigió con descaro, sin borrar su sonrisa.

—Es irónico ¿No? El plan era que apenas yo supiese la verdad, debía morir. —Leo se inclinó, imponiéndose ante su cautivo. —Pero al parecer se intercambiaron los papeles "padre".

—Ahorrate los discursos, mocoso. Cada minuto que siga vivo, es una ventaja para mi. —Argumentó Alonso, seguro. —Cantas victoria, pero te conozco muy bien y no serás capaz de matarme...

—En una historia siempre hay más de dos versiones. —Intervino Leo, dándole a entender a Alonso la razón por la que aún no estaba muerto.

—¿Qué quieres que te diga? ¿Qué tú eres un hombre maldito? Todos a tu alrededor terminan mal, solo traes desgracias, por eso tu madre te abandonó... jeje... A este paso ¡Vas a terminar solo!

—No tengo todo el día, pierdes el tiempo intentando manipularme. —Leo tenía un semblante frío, difícil de quebrantar. —Dices conocerme, pero olvidas el hecho de que yo también te conozco, Alonso. Analizar a mis víctimas fue algo que me enseñaste bien.

Alonso rió.

—¿Verdad que si? Por eso deberías tenerme respeto. Pero como siempre, tan malagradecido me tienes aqui amarrado. Quien debería estar aquí es tu madre, la verdadera, ¿Dónde está ella ahora? Han pasado veinte años y ni se ha inmutado en saber cómo estás...

—Yo no traigo las desgracias Logni, esas las trae otra persona. —Interrumpió Leo. —¿Dónde esta Lindroich?

—¿Y yo por qué sabría eso?

—Trabajabas para el.

—Exacto, trabajaba. Dejé de hacerlo cuando se apretó con las pagas. —Confesó, aunque Leo no le creía del todo. —Si te preguntas porque seguía con ustedes a pesar de eso, fue porque de cierta forma tenía poder. Con ustedes, tenía el control de una organización, de una casa, de una región entera. Y sobre todo, tenía el control sobre ti y tu tía.

Alonso comenzó a reírse, totalmente feliz y sin remordimientos. Esta acción no frustraría a Leo de no ser por que perdería un avión.

Leo lo golpeó tan fuerte que casi dislocó el mandíbula de Alonso, haciéndolo sangrar por la nariz.

—¡Que te jodan, debí matarte cuando pude! —Chilló Alonso, adolorido. —¡Acabar contigo hubiese sido la satisfacción más grande de mi vida!

Leo deseaba que ojalá tuviesen más tiempo, pero no lo había, debía acabar de una vez con la sombra principal de su miserable pasado, porque lo conocía muy bien y sabía que si lo dejaba vivir esa sombra crecería con más fuerza y no descansaría hasta acabarlo, convirtiéndolo en un obstáculo.

A pesar de todo el sufrimiento y el infierno que lo hizo vivir, Leo siempre tendría el recuerdo vigente de Alonso, pues el había sido la única figura paterna que tuvo. Gracias a él, Leo era El Diablo.

Leo arrastró la silla de Alonso hasta el borde de la lancha. En una esquina se encontraba una pesada bola de metal con una cadena, la cual procedió a atarla a los pies de Alonso. Luego se coloco detrás de él afincando el pie en la silla, donde un movimiento en falso marcaría el fin de Alonso.

—El asunto es simple, te tiraré al mar y con el peso de la bola de metal te hundirás, y si intentas mover para escapar te harás daño con los alambres de púas, y hacerte heridas en el agua salado... ya sabes, hay muchas posibles maneras de morir. Desangrado, ahogado, comido por los tiburones, pero morirás al fin y y cabo.

Alonso miraba el mar a sus pies, tragó saliva imaginándose las mil formas en que moriría en el orden que Leo las numeraba. No obstante, se mantuvo con la frente en alto, sin intenciones de revelarle el más mínimo temor a Leo. No le daría ese privilegio.

—¿Unas últimas palabras? —Cuestionó Leo, decidido a que su padre no hablaría más.

—Te espero en el infierno.

Leo decidió cumplir con la decisión de Alonso, y sin más lo empujó al mar junto a la bola de metal. Se quedó un largo rato observando las diversas burbujas que salían a la superficie, hasta que estas de repente dejaron de salir, y en su lugar el mar abandonó el tono azulado para poco a poco volverse rojo.

Leo se fue de ahí, sin remordimientos por su acto. Estaría complacido de haber acabado con esa sombra maquiavélica, una sombra que siempre recordaría.

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Jamerlin Leon

Jamerlin Leon

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2023-11-14

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