SEI - L'INIZIO

Esa noche, Leo soñó algo extraño.

Se encontraba en una habitación oscura atado a una silla, la única luz que existía era de un foco que colgaba sobre el. Él estaba tranquilo, pero sentía la pequeña angustia de sentirse como rehén, la misma sensación que tuvo cuando fue secuestrado por Volker pero esta vez más desesperante, pues no estaba seguro de que alguien lo salvaría.

Escuchó como unos pasos se acercaban, pero debido a la oscuridad no podía ver nada. Justo antes de que la persona se acercara lo suficiente para poder divisarla, unas manos taparon sus ojos y sintiendo una respiración en su oído, una voz femenina le diría:

—El mal no se ve, se siente...

Leo despertó repentinamente. Sudando se levantó y tomó aire tratando de controlar su pulso ajetreado. Todavía era de noche. A pesar de sus intentos por calmarse seguía estando inquieto, por lo que se colocó un pantalón largo y bajó a la cocina a beber agua esperando que lo ayudará a relajarse.

Mientras bebía del agua, aquella pesadilla seguía dando vueltas en su cabeza y no entendía el porqué. Era simple oscuridad inundando su visión, más sin embargo la sensación de desesperación y el descontrol de la situación le dieron un mal sabor de boca...

"—Me pagaran muy bien por tu cabeza, y acabaré finalmente con el calvario de mi socio para dartelo a ti, ¡Que bien te lo mereces, sucio mocoso!"

Mmm... ¿Su socio?

Algo que sin duda generaba dudas era sobre quien podría ser el socio de Volker que sufría gracias a Leo. Era difícil descifrarlo, pues a lo largo de los años Leo se ha tenido que involucrar con demasiada gente y no todos terminaron en una buena relación.

Todo el silencio de la noche se vio interrumpido cuando escuchó la puerta principal de su casa abrirse inesperadamente. Leo no se fiaba de nada, así que se acercó con sigilo a ver de quien se trataba. No fue grande su sorpresa. Eran sus padres, quienes entraron a la casa en medio de una discusión, como siempre.

—¡Ya estoy harto de ver a esa mujer! —Exclamó su padre, Alonso Vindobi.

—¡Lo sé! ¿Tú mente no puede procesar más ideas? ¡Siempre te quejas de lo mismo! —Recriminó su madre, Alessandra Vindobi. Ambos seguian discutiendo sin notar la presencia de Leo. —Por mucho que te moleste tenemos que verla si no queremos que enloquezca.

—¿Y en cada reunión tiene que preguntar por ese estupido mocoso? Debería de estar agradecida de que logré convertirlo en algo útil. Porque sino, su existencia no tendría porque estorbar.

Leo comenzó a comprender que estaban hablando de él al final; carraspeó su garganta haciendo notar su presencia, sus padre al mirarlo se exhaltaron.

—¿Leo? ¿Por qué estás despierto? —Preguntó su madre.

—Vine a buscar un vaso de agua. —Contestó con una voz apagada.

—Hazlo y vete a dormir, mañana tienes entrenamiento desde la primera hora, así que no vas a salir. —Avisó su padre, serio.

—¿Qué? Pero acordamos que retornariamos el entrenamiento la próxima semana...

—Lo adelanté.

—¿Por qué?

—Porque yo lo digo, y punto. —Decretó Alonso, dando por finalizada la discusión.

Leo sintió rabia por esto, pero al final no podía hacer nada. Era su padre de todos modos, y gracias a él Leo era lo que es ahora.

Alonso se retiró subiendo las escaleras sin dirigirle la mirada a nadie. Leo se quedó ahí con su madre Alessandra, quien sólo se limitó a mirarlo con lástima para luego subir las escaleras detrás de su esposo.

Leo no sabía mucho sobre sus padres, se le hacía muy extraño saber poco o nada sobre ellos. Había muy poca información sobre ellos en foros informativos, y tampoco era posible que ellos personalmente abrieran la boca cuando se trataba sobre el pasado de ambos.

Su madre, Alessandra Vindobi, era una nativa italiana que rondaba los 50 años. De la mujer más peligrosa de Italia se conocía muy poco, solo que cuando cumplió los 20 se casó con Alonso, y ocho años después llegó Leo a sus vidas. Era una maestra de la estafa y el engaño y nada más, pero la mayoría sabía que ha estado involucrada en algunos asesinatos. Ella se limitaba a trabajar dentro del país, las razones del porqué no trabajaba internacionalmente como su padre u como hicieron otros miembros de la familia Vindobi eran desconocidas.

Todo lo contrario a su padre, Alonso Vindobi, un hombre de 53 años originario de Bélgica. En su juventud como criminal hizo todos los desastres posibles a su alcance en toda Europa, hasta que al ser un poco mayor detuvo su camino en Italia donde conoció a su esposa. Desde la muerte de los abuelos de Leo, Alonso ha tomado el cargo como la cabeza de la familia Vindobi y de toda la organización de sicariato a nivel nacional y muy pocas a nivel internacional.

Sus abuelos fueron los fundadores de la organización criminal y de poner el nombre Vindobi en el mapa. En base a sus conocimientos sus abuelos fueron muy buenos en lo que hacían y al final murieron de causas naturales. Alessandra quedó como heredera, pero no tuvo problemas con ofrecerle el mando a Alonso. Además de todos estos miembros mencionados, Leo no sabía de otros miembros que hayan pertenecido a la familia. Aunque los sicarios y demás trabajadores de los Vindobi se hacían llamar como tal, ellos son los oficiales hasta el momento.

Leo había vuelto a la cama, tratando de conciliar el sueño. Pensaba en como se las ingeniaría para salir mañana y ver a Alessia sin que su padre se enterara. Mientras pensaba vió de casualidad en su mesa de noche el reloj que le había obsequiado Toreno, y así fue como un plan conciso llegó a su mente.

A la mañana siguiente, a primera hora del día Alonso pasó por la habitación de su hijo con la intención de despertarlo y comenzar el entrenamiento. Antes de abrir la puerta sin permiso, notó una nota pegada en la puerta.

"Fui a un vender un reloj de alto valor, vuelvo en unas horas.

-Leo"

Alonso sospechó por un momento, pero no le dio importancia y lo dejó pasar. Para él, si se trataba de dinero todo podía pasar a segundo plano.

Leo en cambio, acababa de llegar a la cafetería para encontrarse con Alessia. Cuando entró al local se encontró con el resto de clientes, pero Alessia al parecer no había llegado. Se sentó en una mesa, y Lía apareció para servirle sin espera el café negro que siempre pedía.

—Que raro, no te sentaste en la barra... ¿Acaso piensas sentarte con alguien esta vez, pillo? —Preguntó Lía soriente, alzando las cejas en señal de travesura. —¿No será la muchacha con la que estviste el otro día?

La mesera soltó una risa leve para si misma. Leo tomó un sorbo a la taza de café, y cuando la bajó respondió:

—No.

Lía borró su sonrisa, y se quedó mirando a Leo con curiosidad.

—Que extraño, tu nunca respondes ese tipo de preguntas. Y si lo hubieses hecho sería para mandarme al Diablo. —Comentó Lía, pero el chico solo desvío la mirada.

Finalmente la mesera no le vio caso seguir con la conversación, así que se marchó para seguir con su trabajo.

Leo estuvo esperando un largo rato, y comenzó a pensar que Alessia lo dejaría plantado. Estaba distrayendose con un jueguito del celular, hasta que alguien le tocó la espalda, se volteó rápidamente para ver a Alessia con el rostro sudado y con la respiración descontrolada.

—¿Qué te sucedió? ¿Por qué estás así? —Preguntó Leo preocupado. El rostro de Alessia también transmitía haber pasado por un gran susto.

—E-Es que m-me seguía un... pe-perro. —Tartamudeó Alessia entre respiración y respiración.

—¿Un perro? ¿Por qué te seguía un perro? —Cuestionó Leo con confusion, levantando una ceja.

—¡Y-Yo que sé, estaba loco! -Exclamó la chica mientras tomaba aire.

A Leo la situación le pareció absurda, pero a la vez le daba ternura.

—Hey, si quieres puedes irte y...

—¡No, no! No hay problema, estoy bien. —Interrumpió Alessia, sentándose en la mesa que Leo había apartado para los dos.

—¡Lía! —Leo llamó a la mesera, quien acató de inmediato. —Traele una bebida fría a Alessia, por favor.

—De inmediato, tengo una recién llegada de Alemania que la refrescará en un instante. —Lía se retiró a toda velocidad en busca del pedido.

—Gracias, Lía. —Dijo Leo antes de que ella se fuera, dedicándole una pequeña sonrisa.

—Hey... —Alessia apuntó a la boca de Leo.-—Sonreíste. Estás diferente en comparación a la última vez que nos vimos, que andabas cascarrabias.

Leo no respondió. Sinceramente, su comportamiento era una sorpresa para él también.

—¡Jiji! Eres raro, Leo... me gusta eso. —Se sinceró la muchacha.

—¡Listo! —Lía llegó con un frapuccino repentinamente. Lo dejó en la mesa. —Espero que lo disfru... Ah caray, ¿Leo, qué te paso?

—¿De qué hablas? —Preguntó Leo.

—¡Pues que estás todo rojo, muchacho! Y eso que no hace tanta calor, ¡Juro que apagué el arroz esta vez! —Lía le dió un vistazo a la cocina. No salía humo de ahí, era buena señal. —No, no es el arroz. Sin duda eres tú quien está actuando extraño últimamente...

—Lo mismo dije yo. —Intervino Alessia.

—¡Ya! ¡Cállense! —Exclamó Leo harto. —Soy el mismo de siempre, ¿Está claro? ¡Dejen de decir tonterías!

—Pues discuuulpame príncipe. Diría que no es mi intención perturbar su tranquilidad, pero estaría mintiendo con mucho descaro. —Se burlaba Lía aguantando las ganas de reír. Miró a Alessia con complicidad. —Deberían reunirse más seguido, con tu presencia deja de ser tan gruñón.

Antes de ser reprendida nuevamente Lía se retiró de prisa con una sonrisa traviesa en la cara, y Leo solamente la fulminó con la mirada.

—Ya verá esa sinvergüenza... —Refunfuñó el chico.

—¡Jajá! —Alessia rió a carcajadas, debido a lo graciosa de la situación. Leo y Lía parecían autenticos perros y gatos. —Eh, Leo... ¿Puedo hacerte una pregunta? ¿Cómo la conociste a ella? Lo digo porque se ve que son muy amigos.

—¿Amigos? no sé si llamarlo así. He venido a esta cafetería desde hace mucho tiempo, y por desgracia ella siempre es la que me atiende... Por cierto, nunca te vi por aquí, ¿de dónde eres? —Cuestionó Leo.

—¿Y-Yo? Pues... vengo de un pequeño pueblo a las afueras de Sorrento. Vi-vine aquí a estudiar medicina en la universidad, nada importante en realidad. —Respondió Alessia, titubeante en algunas cosas. Por el cansancio, tal vez.

—Oh, que bueno. —Leo dudó un poco de esa respuesta.

Alessia no parecía ser una chica de pueblo. Además, se preguntaba como alguien podía venir a estudiar a un lugar tan peligroso como Nápoles. Aunque bueno, a comparación de un pueblo no había tantas oportunidades educativas como en una ciudad grande.

—No te creas, mi vida no es tan interesante como me gustaría, jeje...

Y así ambos se extendierom hablando de cualquier cosa, más que todo en la opinión de los dos en diferentes temas. Leo nunca sintió que se había desahogado tanto hasta ese momento. Alessia desprendía cierta calidez que lograba abrigar su frío corazón. Con ella sintió la seguridad de abrirse, de poder hacer y decir lo que fuera sin miedo a caer, porque estaba seguro de que Alessia estaría ahí para atraparlo.

Llegaron las doce del mediodía y Alessia se tenía que ir, según ella a esa hora iniciaba una de sus clases.

—Me la pase muy bien contigo, espero se repita pronto. —Alessia se despidió con un abrazo y un beso en la mejilla. Leo no se inmutó, solo se quedó quieto sin saber como reaccionar. —¡Adiós, Leo!

Alessia se fue de la cafetería con la mirada de Leo sobre ella. De alguna manera Leo seguía en shock por lo del abrazo y el beso en la mejilla, no procesaba lo que acababa de pasar y tampoco el comportamiento extraño por parte de él.

—¿Y bien? —La voz indagadora de Lía apareció de repente. —¿En qué avanzaron los tórtolos?

Leo la miró con una ceja alzada, sin ninguna expresión relevante en su rostro.

—Y... ya volvió el Leo de siempre. —Comentó Lía con decepción.

—Esto es lo que soy. —Dijo Leo, con intenciones de irse.

—¿Y no quieres ser más que eso?

Leo se quedó atónito unos segundos pensando en esa incógnita. Se fue sin responder, dejando a Lía con la duda encima.

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