Capítulo 5

Andrew

Efectivamente, Cristopher se encontraba junto a mi auto. Apunte al auto con las llaves y le quite el seguro.

–Sube. – Le indiqué para que conversáramos dentro del auto.

–No pude dormir mucho anoche pensando en esta reunión.

–Lucie me tiene arto. –Cristopher me mira y cierra la puerta del auto.

–Te he dicho que la ignores, es una niña.

–Ahora salió con que si no salgo con ella se suicidaría.

–¡¿Qué?!

–Ayer intenté asustarla para alejarla definitivamente, pero para ser sincero, el que se llevó una sorpresa fui yo. Tu hermana está mal de la cabeza Cristopher. Si no la detienes tú. Voy a tener que hacerlo yo, y sabes cómo terminara todo.

–Hablaré con ella.

–No entiendes lo que te estoy pidiendo. Llévala a un maldito psicólogo.

Cristopher se queda viéndome. Sabe que le estoy hablando muy en serio y que no estoy aconsejándole algo. Se lo estoy ordenando. Asiente y mira al frente.

–Solucionaré esto hoy mismo. –Sale del auto y yo me dirijo a casa.

Mis padres casi nunca están en casa, para ellos es más importante su trabajo que la familia, y a mí eso me sienta bastante bien, aprovecho los días que no me reúno con mis amigos para hacer lo que más me gusta. Me dirigí a la cocina y encontré a Francesca fregando unos platos.

–¿Y si ponemos esta cocina patas arriba? –Le hablo poniéndome a su lado para tomar una toalla y secar los platos que está dejando en el escurridor.

–Acabo de limpiar todo Andrew, ve a jugar en tu caja de arena.

–Vamos, –La muevo con un leve empujón con el hombro.

–Cuando pruebes esta nueva receta, querrás que desordene todos los días la cocina. – Le hice un puchero y la miré lo más tierno que pude, sé que ella no es capaz de decirme que no. –Prometo limpiar todo yo solito.

–Más te vale que sea algo dulce, o te daré un cepillo de dientes para que estregues de rodillas todo el piso.

Sonreí y besé su frente. Francesca era la ama de llaves de nuestra casa, ha sido como una madre para mí, más que mi propia madre, y es la única persona que sabe mi pasión por la cocina, mis padres jamás permitirían que me dedicara a esto. Creo que preferirían quitarme el apellido y sacarme de sus vidas para siempre, antes que yo me convierta en chef. Para mi padre, yo seré un futuro ingeniero civil que hará que su empresa pase al siguiente nivel. En pocas palabras, solo soy un activo más para su compañía.

–Hoy, mi querida Francesca, es tu día de suerte.

Terminamos de ordenar los platos y comenzamos a sacar los ingredientes de la despensa, cuando Francy vio lo que estaba comenzando a sacar se emocionó mucho.

–¿Milhojas Andrew?, ¿en serio?

–En serio, necesito perfeccionar esta receta Francy, y creo que esta vez lograré que quede perfecto. Además, voy a agregarle un ingrediente muy famoso en la gastronomía Argentina.

No has probado algo igual en tu vida, te lo aseguro.

Comencé a preparar todo, ya la cocina estaba llena de trastes. Francy me ayudaba a terminar la crema pastelera y yo comenzaba a armar mi plato. Este era de los momentos que más disfrutaba en la vida, mi amor por la cocina comenzó cuando tenía 10 años. Mi madre me tenía todo el día ocupado. Salía de la escuela y tenía que ir a clases de Karate en la tarde, luego tenía que llegar a recibir clases con un tutor para reforzar el francés e italiano. Tenía la infancia más aburrida del mundo. Solo podía escuchar a mis compañeros hablar de algún videojuego nuevo o que ese fin de semana habían ido juntos a la piscina o a jugar futbol. En cambio, yo, me pasaba la vida en cuatro paredes. Un día, escuché a Francy hablando en un perfecto italiano, mientras mantenía una conversación al teléfono. Me sorprendí tanto que le pedí a mi madre, que me dejara perfeccionar mi italiano con Francesca, así reduciría mi tiempo de estudio con el tutor y podría al menos hablar con otra persona. El problema era que, para poder estudiar con Francy, ella no podía dejar de hacer su trabajo, así que me sentaba en la barra de la cocina, mientras ella preparaba la cena y conversaba de cualquier cosa conmigo en italiano. Y así fue como aprendí un idioma y conocí la profesión a la que quería dedicarme el resto de mi vida.

Ella muy pacientemente me enseñó a cocinar mientras me explicaba todos los pasos en su idioma, y como mis padres nunca llegaban a casa hasta después de las 10 de la noche, tenía la libertad de aprender a cocinar. Cuando termine el Karate tenía 15 años, estaba a punto de ingresar a la preparatoria y acordamos en que dejarían que eligiera que hacer con mi tiempo, sin que me metiera en problemas. Lo primero que hice fue inscribirme a cursos de cocina. Y como no podía hacerlo sin un tutor, mi cómplice fue Francy. Ella me inscribió a cuanto curso de cocina quería hacer. Amaba a esta señora, y tenía claro que cuando me marchara de esta casa, la traería conmigo, pero no precisamente como mi ama de llaves. Dos horas después, estaba poniendo el toque final sobre mi obra maestra. Con un tamizador, espolvoreé un poco de azúcar glass y estaba listo para probar.

–Esto es un manjar de dioses Andrew, quedo perfecto. –Me alababa Francy mientras masticaba el postre.

–No lo hubiera logrado sin ti, y sin el toque especial que le da el dulce de leche. –Me acerque y pase un brazo encima de sus hombros y la estreche junto a mí.

Recogí todo el desorden y comencé a lavar los trastos que había ensuciado mientras Francy me ayudaba limpiando el mesón. Y tal como se lo prometí. Deje la cocina impecable. Me despedí de ella y subí a mi habitación. Hoy estaba inspirado, de eso no había ninguna duda. Me di una ducha y me acosté a dormir. Esa noche, soñé con dos hermosos ojos del color del mar.

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