—¿Qué sucede Leola? —pregunta la abuela Stela a su asistente de confianza, quien dudosa de entrar se queda a un lado de la puerta—. Entra de una vez… ¿Qué dijo la casamentera? ¿Estuvieron de acuerdo con juntar a los niños? —insiste ilusionada.
—Lo siento Señora, dejaron dicho con la encargada que era un honor para ellos ser elegidos por nuestro Clan, pero que…
—¿De nuevo no tienen idea de quién es nuestra niña? —interrumpe Stela, mientras va acomodando su mano alrededor de la taza vacía, está tan cansada de las excusas que no tiene deseos de escuchar otra más.
—Según pude averiguar, se apuraron en celebrar un supuesto compromiso previo con la hija de un comerciante. No les importó siquiera recibir la aprobación de los ancianos de su familia —le susurra con discreción, al mismo tiempo que le va sirviendo lentamente el té.
—Parece que los rumores son cada vez más fuertes, puede que…
—Señora, Señora —grita una de las asistentes más jóvenes, quien corre apurada hacia la sala donde se encuentran Stela y Leola.
—¿Esos son…
—Son los registros de la Señorita Ada —responde Leola sorprendida, quien al acercarse a la entrada alcanza a ver con claridad el contenido de la decena de papeles que la otra asistente regó por el piso al tropezar con la parte baja del umbral.
—¡¿En verdad creen que pueden tratar así a mi nieta?! —exclama Stela, arrojando con furia la porcelana que traía en sus manos contra el piso.
Ada, la única niña de la última generación de descendientes de Tobas, hace tiempo que entró en la edad casadera y aún no habría recibido ni una sola propuesta matrimonial, por su parte esto no le generaba ningún tipo de molestia o preocupación, sin embargo las ancianas del Clan comenzaron a sentirse ansiosas al respecto.
—¡Abuela! —grita el pequeño Clovis, corriendo hacia el regazo de Stela.
—Mi hermoso bebé, ¿a dónde fuiste toda la mañana que no pude encontrarte?
—Tengo cinco años abuela, ya no soy un bebé —responde Clovis, haciendo un tierno berrinche.
—Oh oh oh, lo siento. ¿A dónde fue hoy el pequeño señorito? —continúa Stela, siguiendo el juego de su nieto.
—Salí con el abuelo Duncan…
—¿Y esto? ¿Qué es todo este desorden? —pregunta Duncan desconcertado, apenas llega a la entrada—. ¿Qué sucede aquí Stela?
—¡¿Qué otra cosa puede pasar?! Todas las casamenteras de Tobelius se revelaron, eso sucede —le responde Stela, volviendo a enojarse.
—Ah…, eso. —Duncan pasa a la sala y se sienta a un lado de su esposa, luego le hace un gesto a Leola para que los dejen a solas.
—¿A qué esperas? Levanta rápido todo eso y vuelve a tus quehaceres —le ordena Leola a la asistente más joven, y tras dejar los registros en la pequeña mesada portátil entre Stela y Duncan, ella y los demás salen apurados.
—¿Te parece correcto todo esto? —le pregunta Stela a su esposo, señalando los papeles entre ellos—. Aquel año, de no haber sido por su madre no tendría la dicha de conocer a mi pequeño bebé —continúa, acariciando las mejillas regordetas de Clovis, rellenas de la fruta y pan que el niño se embutió de una sola vez—... ¿Y ahora? Gracias a estos cobardes no puedo siquiera cumplir con su último deseo.
Tiempo atrás la madre de Ada, quién aún estaba en reposo porque acababa de dar a luz a su segundo hijo, fue la única de la familia que se quedó en el hogar mientras los demás cumplían con sus deberes, y debido a ello fue quien terminó ayudando al débil y enfermizo hijo de Stela tras escuchar los gritos de auxilio de su esposa. El menor de los hijos de Duncan y Stela era el único sobreviviente de su linaje, sus hermanos mayores murieron uno a uno a lo largo de los continuos enfrentamientos que tuvo el ejército Aquila contra los invasores de Invidere, y gracias a que la madre de Ada lo salvó de ahogarse, el joven fue capaz de sobrevivir hasta engendrar a Clovis, el pequeño consuelo de sus sufridos abuelos.
—Me pregunto quién habrá tenido el suficiente coraje como para inventar esas atrocidades de Ada —balbucea Stela, rechinando los dientes de la ira.
—¿De qué hablas mujer? —insiste Duncan, casi sin entender lo que dijo.
—La niña siempre está en casa, o si sale lo hace con discreción y acompañada de sus hermanos, no sé quién se valió de eso para esparcir rumores sobre ella.
—¿Qué rumores? —pregunta Duncan.
—Cosas tontas como que se comporta más como un hombre que como una dama, o que no la dejamos salir de casa por que tiene una apariencia atroz que espanta, y que por ello cuando lo hace va cubierta de pies a cabeza. Pero de haberse detenido allí no hubiera pasado nada de esto —señala, apuntando nuevamente hacia los registros de Ada.
—¿Aún hay más? —susurra Duncan, inclinando su cuerpo hacia su esposa.
—Dicen que en realidad no hay niñas en nuestra familia —responde Stela, imitando la pose y el tono de voz de su esposo—, y que por ello decidimos disfrazar al más afeminado de nuestros niños por simple capricho.
—¡Tonterías! —exclama Duncan, dando una palmada fuerte sobre la mesa.
—Por supuesto que lo son, ¿por qué crees que estoy tan enojada y frustrada?
—¿Y ahora? ¿Qué harás con todo esto? —le pregunta su esposo, señalando hacia los registros devueltos por los casamenteros de Tobelius.
—Nada, ¿qué puedo hacer? Tengo que hallar la forma de derribar esos absurdos rumores sin lastimar la reputación de Ada. —Suspira—. Pero no es algo fácil de hacer…
—¿Y la fiesta? —pregunta Clovis de la nada, tomando por sorpresa a sus abuelos, quienes por la acalorada charla se habían olvidado de su presencia.
—¿Qué fiesta? —le pregunta su abuela.
—Justo eso estaba por comentar —dice Duncan al volver en sí—, aunque no es solo una fiesta. Nuestra ciudad será la sede para el encuentro de la Tercer Primavera de este año. Pienso que podrías llevar a la niña contigo para que…
—¡La escala de virtudes! —exclama Stela tras golpear la mesa.
—Yo pienso que sería mejor…
—¡Leola!
—Señora —responde su asistente rápidamente.
—¿Dónde están los niños ahora? Diles que vengan a presentar sus respetos más temprano.
—Sí —asiente antes de irse.
—Gracias esposo, me has quitado una gran carga de encima —le dice a Duncan, palmeando su mano—. Aún no sabemos qué categorías serán elegidas, hay mucho que preparar… —Ensimismada se va hablando consigo misma, mientras se dirige al patio en busca de los demás asistentes de su casa.
—Creo que seremos solos tú y yo jovencito —le dice Duncan a su pequeño nieto, quien se apura en hacer pasar por su garganta los alimentos masticados de su boca.
—Lo siento abuelo, ya hice cita con mis amigos para jugar en el patio de uno de ellos —le responde seriamente, luego bebe lo que queda en la taza de su abuela y se va a toda prisa dejando a su abuelo anonadado.
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