Prólogo

Estábamos sentados en una roca, admirando el hermoso atardecer. En absoluto silencio, no un silencio incómodo como el de siempre, sino uno agradable. Lo único que se escuchaba a nuestro alrededor era el canto de las aves y las hojas de los árboles que se movían con el viento.

Volteé para observar al chico de ojos grises que tengo al lado. Quería preguntarle algo que siempre me he estado preguntando desde que estuvimos juntos.

—¿Qué somos? – le pregunté al chico, un poco nerviosa por su respuesta.

El chico dejó de ver hacia el frente para mirarme con esos ojos fríos, típicos de él. Ya me estaba acostumbrando a su frialdad.

—Sinceramente, no lo sé — respondió normal, como si no le diera importancia a eso.

No sabía qué decir. Creí que diría que éramos algo más, ¿novios tal vez? Pero creo que él no siente lo mismo.

—Oye — volvió a hablar en un suspiro— Sinceramente, no tengo idea de lo que somos. Pero no dudes de que siento muchas cosas por ti que no sé cómo expresar.

Bajé la mirada sin saber cómo sentirme con lo que acaba de decir. ¿Era una confesión? ¿O solo lo decía porque me vio decepcionada de su respuesta?

—Bien — fue lo único que pude formular— Creo que ya tengo que irme.

Me levanté y empecé a caminar hacia la camioneta cuando sentí que alguien me tomaba del brazo.

—No quiero hacerte sentir mal, Ky — dijo el pelinegro— pero no sé exactamente lo que siento. Me gusta estar contigo aunque seas molesta e inmadura. Pero necesito tiempo.

Ok, este chico es un puto bipolar.

—¿Tiempo para qué? — pregunté zafándome de su agarre.

—Para asimilar todo esto — dijo. Ok, quiero dejarle el ojo morado —Necesito saber qué es lo que siento para poder tener algo serio contigo.

«¡¿Es en serio?!»

—Ok, entonces, ve, tómate tu tiempo, ignórame como lo hiciste, trátame de esa manera tan cruel que siempre me tratas, ve y besuquéate con ella, ve y acuéstate con ella que ya no te necesito y no quiero nada contigo — dije con la voz entrecortada. Sentía que mis ojos se llenaban de lágrimas, las cuales no dejé caer.

Trata de decir algo, pero no lo dejo hablar cuando me doy vuelta para irme lejos de ahí, lejos de él.

Salgo del bosque en el que estábamos observando el atardecer, para tomar paso por la acera de la calle cerca de mi casa. Agradezco que no me haya llevado a un lugar lejos, porque se me complicaría llegar a casa.

En el camino dejo salir las lágrimas. No puedo creer esto, siempre es así con él. Es un hijo de puta, un día estamos bien y al minuto estamos peleando. La que siempre termina mal soy yo y él, normal, como si nada hubiera pasado.

Así era él, ese chico frío, arrogante, pero atractivo. Me gustaba, lo admito, me gustaba y mucho, pero no puedo dejar que juegue conmigo. Una vez dejé que un chico jugara con mis sentimientos, hice muchas cosas estúpidas por él y nunca las tomó en cuenta. Ahora no voy a permitir que este hombre haga lo mismo.

Me lastimó, ahora me toca a mí jugar mis cartas.

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