El ritmo animal se volvió a apoderar de él. No podía ni quería parar. No veía más que su rostro lleno de placer. Y la tomó con más fuerza. Quería que gritara más fuerte y que de su boca saliera una súplica, la cual no se hizo esperar.
—Por favor, señor… todo. Ya no aguanto más. —Suplicó agónicamente desesperada por lo que su cuerpo le estaba haciendo sentir: el fuego que quema y pide a cambio que se le avive aún más, una presión en su centro como si fuera un tubo que se comprime apretando cada vez más y eso no le gustaba a la profesional, aunque la tenía caliente y desesperada al máximo a la mujer, que por primera vez en tantos años era libre.
—dame tu placer y lo consideraré —contestó mordiendo su labio inferior, castigándola por hacerle perder su fría calma y transformándolo en un animal que no estaba acostumbrado a ser. Él era un Dom y un Dom no pierde la calma jamás.
—Mal parido… señor —dijo cuándo el placer más destructivo que había vivido alguna vez se hizo presente, lo abrazó fuertemente para anclarse a algo, porque sentía que volaba y solo veía la luz cegadora del clímax.
—Gracias… ahora ¡vente ya! —exigió en español mientras ella soltaba un grito abrazador pidiendo clemencia y más a la vez.
Por todos los infiernos, cómo disfrutaba que su miembro fuera tragado por su secreto. No sabía cuánto más iba a aguantar. Aunque esa pequeña muerte había sido condenadamente buena él le sacaría uno más. Sí, solo uno más y después la comería a besos. Esa boca iba a ser su despedida de Argentina y esas piernas su descanso. Además, que bien sonaba en sus labios ese “Señor”, pensaba mientras volvía a morderla esta vez en el cuello dejando así su marca en aquel primer mordisco.
Estaba muerta. Sip, estaba muerta y había llegado derechito a San Pedro. Porque ella no estaba en su cuerpo. Y él no era un cliente más, era su fantasía; el Gringo más bonito y ella lo había llevado a sus muslos y él había jugado con ella y ganado. Ese devastador final había sido genial y estaba comenzando de nuevo ¿o todavía no se había terminado?, ya no lo sabía. Solo sabía que ambos gritaban y él seguía pivoteando contra su centro exigiéndole otro más. ¡Qué trabajase por ello!… Pero no pudo lograr que durara un poquito más. Apretándolo como queriendo llevárselo hasta el alma, llegaron a la vez con una fuerza atroz y que les hacía difícil llenar los pulmones de oxígeno.
Él jadeaba, ella gemía y sollozaba. No quería y tampoco podía soltarlo. Se formó entre ellos una unión muy rara que nunca le había sucedido a ninguno y que los asustó y calentó al mismo tiempo.
Ella sintió miedo por el calor líquido en su vientre.
Él se dio cuenta demasiado tarde que no había usado látex. ¡Qué mierda se había apoderado de su condenado cerebro! Pero no podía arrepentirse porque en su vida adulta jamás se había sentido tan bien.
Después de un rato ella atinó a dar un manotazo a su costado izquierdo, palpando como si buscara algo.
— ¿Qué buscas? —preguntó Steven entre jadeos, tratando de recuperar el aire.
—Mi cartera. Tengo que sacar algo —respondió Sonia jadeando igual que él, todavía con pequeños temblores, aunque ya no tan fuertes.
Justo ahora pensó Steven.
—Espera… —Mientras buscaba dónde había quedado esa puta cartera. La vio a un costado a punto de caer al suelo—. Aquí está —dijo pasándosela.
Tomándola aún con él enterrado en su concha sin la menor intención de salirse, ella abrió la cartera y sacó un papel que le dio para que leyera. Steven, con su cerebro apenas funcionando pudo leer lo que decía. El documento certificaba que ella estaba limpia de toda ETS, y tenía fecha de hacía dos días.
—Hace más de tres semanas que no trabajo y hoy estoy con vos. Como ves, los resultados no son falsos y podés corroborarlos en el hospital de la zona —dijo ella.
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