—Voy a creerte, si tú me crees a mí que es la primera vez en quince años, que tengo sexo sin usar preservativo. —Eso no era una mentira.
Ella entornó los ojos como buscando la trampa en los ojos azules, pero le decían la verdad en un fondo más claro que el agua y optó por creer. Asintió con la cabeza y besó su nariz en señal de paz. Él mordió suavemente su labio y lo lamió después para calmarlo. Tomando por última vez su boca, salió de ella dirigiéndose al baño. Cogió una toalla y la humedeció para limpiar su simiente. Después volvió a la cama para pasar la toalla lentamente por sus pliegues aún brillosos por ambos líquidos. Ella suspiró y cerró los ojos.
—Tomó la píldora, así que estoy protegida también del embarazo —le dijo ella, dándole la palabra de que no sucedería.
—Ok. Te creo… Mira, me tengo que ir. Mis amigos me esperan y hoy es mi último día en Argentina. — ¿Por qué mierda daba tantas explicaciones?, se preguntó a sí mismo. —Espero que te vaya bien. De verdad. —Eso era de corazón.
—Tranqui. Si Dios quiere, este es mi último año prostituyéndome. Cuídate vos también —dijo Sonia mirándolo a los ojos con agradecimiento por esas palabras.
—Eh… ¿Cuánto te debo? —Ella se rio con ganas, mientras él la miraba un poco desconcertado — ¿Qué te causa gracia? —Terminó mirándola enojado.
—Nada… solo que ella me pagó para que vinieras conmigo. Para ser exacta sus palabras fueron “Solo se mi amiga, distrae a un Gringo y su prole de bastardos llenos de testosterona. Solo baila. Caliéntales el bocho y llévate a la cama al que llaman Clark” —respondió ahora sí destornillándose de la risa.
—Será HDP esa Flaca despreciable —dijo con una media sonrisa.
—Lo mismo le dije —respondió ella aun riendo.
— ¿Y qué contestó? —preguntó con sus manos detrás del cuello para no volver a tocarla porque su risa era hermosa y lo había puesto duro devuelta.
—“Ya lo sabía y me encanta” —dijo a carcajadas— Lo siento. —Sonia se tapó la boca para no seguir riendo.
—Lo siento por ella cuando la agarre —dijo mientras se subía los pantalones y metía su camisa en ellos.
Le tendió la mano y ella la sujetó. La agarró con fuerza y de un único tirón, la levantó hasta tenerla frente a frente. Tomó su pelo con la mano libre e inmovilizó su cabeza hacia atrás dándole un último besó. Ella apoyó como pudo sus pies en el suelo. Aun desnuda, lo abrazó por la cintura. Él la liberó de su agarre y la dejó vestirse. Si no lo hacía y se iba, llegaría al encuentro con sus hombres con dos polvos bajo el brazo y su alma arrastrando.
Ella sonrió mientras se vestía para luego dejar la habitación y el hotel. Él la llevó hasta unas calles más arriba en una de las camionetas que habían estado utilizando. Y allí se bajó. Sin mediar palabra, cerró la puerta y desapareció sin mirar atrás.
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