En la noche de ese mismo día:
En el balcón de su habitación en el rancho, El Gringo observaba el cielo hacia el sur, tratando de ver lo que sabía no estaba. Mejor dicho, buscaba a quien no estaba, mientras el suave viento del invierno le traía a su ventana las letras del tema de Alan Jackson, Remember When que sonaba de alguna fiesta cercana y se burlaba de toda esta tragicomedia que era más trágica que comedia. Aun tantos años después, recordaba su primer encuentro en el riacho Itapé, en la ciudad de Concepción del Uruguay; mientras trataban de cruzar y un calambre le hizo una mala jugada:
Era de noche, casi las 22.15 pm en el mes de enero, no había movimiento alguno en ese tramo, raro ya que era un lugar público y para la fecha la gente solía estar por allí. El equipo completo se disponía a pasar a la República Oriental del Uruguay desde este punto. Él trató de convencer a su comandante de que robaran la canoa, el riacho era de calado profundo y bastante largo de costa, además de que la corriente estaba bastante picada en sentido aguas arriba o como la Flaca le corregiría tiempo después; el río estaba en ayuso. Pero este no lo escuchó; le dijo que no fuera cobarde y se largara al río y así fue como a regañadientes lo hizo. En la mitad de su trayecto hacia la otra orilla, el calambre en su pierna derecha hizo su aparición y casi se ahoga, de no ser por dos pequeñas manos que de la profundidad lo sacaron. Ella le habló en inglés, le pregunto sorprendiéndolo:
— ¿Eres estúpido para estar a estas horas jugando al soldado? —dijo la niña que lo ayudaba a respirar y a flotar.
— ¿Qué? —Mierda, civiles no, pensó Steven.
—Es de noche, Gringo estúpido, ¿no te diste cuenta? Y pa’ colmo un calambre te dio —rezongó en spanglish la Flaquita, por tener que arrastrarlo hasta la orilla, aunque lo hacía sin problemas.
—Y una mierda de dolor. —En verdad le dolía mucho, maldita fuera.
—Mira Gringo, mi amiga y yo estábamos pasando una noche agradable, hasta que tú y esos estúpidos del frente, que se creen invisibles, la arruinaron. ¿Son tontos o se hacen?, tremendos… armatostes de testosterona. —Su noche fue arruinada por estas bestias y ahora tenía que hacer de enfermera, y eso por la voz de la niña era inaceptable.
—Claro, y ahora me vas a salvar sin pedir un precio —dijo queriendo sonar ofendido, pero no le salió y ella se le rio en la cara.
—Con el río no se juega, Gringo y a mí bromas no —sentenció La Flaca en español.
—No me digas —dijo en inglés y en tono burlón, aunque sabía de lo que ella hablaba.
—No te digo, te informo que no soy salvavidas. Solo soy una niña pescadora y no estoy para bromas. La canoa no es para jueguitos de guerra. Le uso para comer y estudiar, por ejemplo, tu idioma —dijo mientras recibía ayuda de otra “gurisita” que apareció de la nada.
—Tu amiga… ¿Para qué la usa? —Mientras era dejado en la orilla y lo arrastraban junto a la otra jovencita hacia suelo firme.
—Ídem. —Respondió mientras lo hacía desaparecer en la noche y la enramada, preocupando a los otros hombres en la orilla contraria que veían el rescate y no lo podían creer. Haciendo que él les enviara la señal, la cuerda para que pudieran pasar seguros y que él llevaba atada a su cintura, fue colocada alrededor de un cedrón del monte, y que ella colocara y fijara alrededor del tronco. El equipo cruzó a través del río gracias a las cuerdas.
Esa fue la conversación que selló su amistad. Ella impuso respeto y él tuvo que morder el polvo. Pero, la entonces Flaquita, no sabía que esa tendría que haber sido su última noche con vida.
La Flaca, cuando lo arrastró hasta la orilla, empezó a sonreír y se burlaba de los armatostes. Ellas los habían salvado de perderse en esa masa de árboles petisos y algún que otro eucalipto, roble y enramada de espinas que, según La Moro, eran venenosas.
Noel Luz Valsan, era La Moro, una morocha de 1,55 mts que, para catorce años ya cumplidos, y casi próximos a sus quince, prometía ser una belleza. Sus pechos en crecimiento no pasaban desapercibidos, parecían una talla noventa y sus caderas no bajaban de una cien. Su pelo era castaño oscuro, con betas coloradas que se reflejaban al fuego del fogón parecían un embrujo silencioso; sus ojos eran marrones y tenía unas cuantas pecas en el rostro. Ese pequeño cuerpo atrajo la mirada de uno de sus compañeros, al que llamaban “Mustang”.
En este grupo de Navy’s, dos se destacaban más que el resto y eran “Leopardo” y “Mustang”.
Joshua “Leopardo” Stanton y Kellian “Mustang” Gunn, ambos de veintidós años, eran los que más miraron a esas niñas y a ambos se le notaba la mirada de “soy un pervertido”.
Joshua tuvo un encontronazo con La Flaca, debido al sobrenombre que no se cansaba de repetir cada vez que le traducía una orden al grupo, ya que ella no quería que el resto supiera que hablaba su idioma, y tomándola de los brazos la sujetó y dijo en inglés:
—No le digas Gringo, me exaspera que nos llamen así. Termínala o te voy a zurrar. —Los ojos de la flaca no tenían miedo, sino rabia y se lo hizo saber. Dándole una patada certera en los testículos que lo hizo encoger y soltarla, ella aprovechó su caída y con un solo movimiento, él se vio de rodillas con la cabeza hacia atrás y con un feo cuchillo de caza dentado en su garganta, y declaró con firmeza detrás de una media mascara que cubría parte de su rostro.
—Ese de ahí es el Gringo, fin de la discusión. Si no les gusta, no escuchen. El Gringo es el Gringo” —dijo gritándole en la cara, a él y al resto del equipo que la miraba y le apuntaba con sus pistolas Glock 20. Y añadió con voz dura para una niña —Y al próximo que se haga el macho le informo que lo destripo como cordero para el asado, y no soy nadie manejando el cuchillo.
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