Capítulo 2

El Calvario de Sonia

Me llaman calle

“Me llaman calle, me llaman calle, calle sufrida, calle tristeza de tanto amar.

Me llaman calle… me llaman calle”

Artista: Manu Chao

Compositores: José-Manuel Tho Chai

Sonia observa a su esposo mirar y recordar el pasado, a través del amplio ventanal del dormitorio de la habitación matrimonial; mientras ella acostada, abrazaba a su hijo de tan solo siete años que fue producto de un amor de alquiler, que la Flaca sin quererlo, ni desearlo orquestó.

Le partía el corazón saber que Steven cargaba con el dolor de aquella mentira en la conciencia, de aquel engaño que se gestó para protegerla y, sin embargo, solo unos años después, el gran error cosecharía más heridas que sanación. Ella misma sufría recordando cuando ella comenzó su propia tragicomedia y de cómo conoció a la Flaca en una lluvia subtropical de balas, que tenían firma de traición y surcaban el camino con destino de muerte y olvido.

Salta, Cafayate, julio; muchos años atrás:

— ¿Me buscaba madre? —dijo Sonia, mirando a su madre.

—Si mi’ja. La mandé a llamar —contestó Lorena Marisol Loncopan, viuda de Stone.

— ¿Qué necesita, mi madre? —respondió la niña de ojos grises, y mirada de duende.

— Usted sabe que desde que falleció su padre en aquel accidente en la mina, las cosas se me han puesto muy difíciles y he tenido que tomar decisiones que me han dolido. Pero no me ha quedado otra. Y vos, al igual que tus hermanos más grandes, van a salir de este lugar. Yo ya no los puedo mantener —dijo con resignación y con mucha amargura Lorena.

—Pero má, ¿a dónde voy a ir? —la pregunta era compartida tanto por la niña como por la madre.

—Con tu tía Elisa. Ella te va a llevar a Buenos Aires, a trabajar, a una casa de familia, eso es lo que me dijo. —Esto le traía mala espina, pero “con hambre no se estudia y no se vive”.

—Pero madre, usted sabe que ella anda con ese tipo y él es malo. No confío en ellos. —Sostuvo con firmeza la niña.

—Yo tampoco mi´ja, pero no me queda más que, esta vez, confiar y que sea verdad sus palabras. —Lorena era reticente a entregar a su “chinita traviesa”.

—Madre, yo la amo y quiero que sepa que antes de humillarla me muero. Ha sido una mujer de honor, por eso, padre se enamoró de usted. Y si no fuera por el destino, serían muy felices. —Añadió, sosteniéndole la mirada y diciéndole en silencio “Te Quiero”.

—Yo también lo creo. —Le devolvió una sonrisa que iluminaba el patio trasero de su cómoda casita, pero escondiendo una mentira.

—Madre, la amo con todo mi corazón y espero que no la defraude nunca —dijo tomándola por los hombros, buscando su calor y cariño en un abrazo enorme.

—Yo sé que jamás lo harás. Podrás cometer errores, pero jamás defraudarme, solo a ti misma lo harás —dijo Lorena mientras le besaba su sien.