En los pasillos del castillo, Griselda se alejaba sin mirar atrás. Sin darse cuenta, llegó al trono donde se encontró cara a cara con el mismísimo dios de los mares, Poseidón. Él la miraba en silencio, como si supiera quién era, pero mostraba una inexpresividad en su rostro. Ella no sabía si pensaba algo bueno o malo de ella.
—Veo que no hemos tenido la oportunidad de conocernos —dijo Poseidón mientras esperaba una respuesta de la joven sirena.
Algo intimidada por su presencia, intentó presentarse educadamente, tratando de disimular sus nervios.
—Es un placer conocerlo, mi rey, dios de las profundidades del océano y de Atlántida.
—Veo que al menos la etiqueta real te la aprendiste. Al menos mi hijo no eligió a una incompetente.
La chica, algo confundida, intentó comprender las palabras del dios, que parecía tranquilo en su trono como si nada lo inmutara.
—Seré directo. No quiero saber nada de tu relación con mi hijo. Quiero que te hagas a un lado.
—Mi dios, sé que soy una simple plebeya y que no importa cuánto intente esforzarme para demostrar mi valor. Sé que usted nunca me tomará en serio —dijo Griselda, quien trataba de contener sus ganas de llorar.
—Es espléndido que te des cuenta de que solo alguien de la realeza puede estar con mi único heredero. No dejaré que una simple plebeya de sangre impura sea parte de mi familia.
Imponiendo su autoridad, Poseidón sabía que había ganado y que ella no era una amenaza para su reino. Pero Griselda no se iba a ir sin luchar. El rey pensaba que era débil, pero incluso Tritón sabía de su valor y temperamento. Y fue una de esas razones por las que se enamoró de ella.
—No sé qué hice para que me odie tanto, pero el amor que siento por su hijo es real y va más allá de la corona o del mismísimo dios.
Poseidón comenzaba a impacientarse por el descaro de la joven. Su rostro, que parecía calmado, empezaba a cambiar.
—¿O sea que te atreves a desafiar la autoridad de tu dios? Sabes que puedo acabar contigo en este mismo instante y nadie lo sabría.
—Mi sangre puede ser la de una plebeya, pero eso no determina mi valor real ni el amor que le tengo a su hijo. No me rendiré, no como usted lo hizo.
Poseidón pudo comprender a qué se refería. Era la primera vez en muchos años que alguien se atrevía a desafiarlo.
—Te tomas demasiadas atribuciones, plebeya. No tienes permitido juzgar a tu dios.
—Usted se rindió con Anfitrite. Ella veía lo mejor en las personas. Incluso fue capaz de enamorarse de un ser tan despreciable que solo juzga a otros.
Determinada, desquitó su frustración en el dios que solo sabía juzgarla sin propósito aparente.
—No puede juzgarme por haberme enamorado. Usted también hizo lo mismo al enamorarse de una mortal. Usted no es mejor que yo o que nadie.
—Qué tenacidad. Valoro tu determinación, pero no es suficiente para convencerme. Mi hijo tiene una gran responsabilidad desde que nació.
El dios le contó lo que conllevaba ser parte de la realeza y sus reglas.
—Atlántida es uno de mis tantos reinos. No soy un dios por nombre. No tienes idea de la responsabilidad que conlleva tener buenos gobernantes. Sin mí, las aguas serían un caos. Las diferentes criaturas que se esconden en las profundidades podrían acabar con el océano entero si se lo propusieran. Soy el único que evita que eso suceda.
La joven estaba pensativa en las palabras del dios. Se sentía insignificante al lado de él.
—Elegir a mi próximo sucesor es darle el control total del tridente. Solo el rey puede tocar el tridente. Es el arma más poderosa del océano. Todas las criaturas se someten ante el tridente de Atlántida.
—Tritón no puede tener una esposa frágil con mal carácter. Eso solo traería conflicto con los demás reinos que anhelan el poder y el privilegio de contemplar el tridente.
—Es un semidiós. Él vivirá eternamente. Nunca envejecerá. Las sirenas normales solo pueden vivir hasta 150 años. El reino entero espera que su rey esté a la altura. No eres lo suficientemente buena para mi hijo. Cuanto más pronto lo aceptes, más fácil será todo.
Las palabras del dios comenzaron a alterarla. Nunca había pensado en tal posibilidad. Pensó que su existencia y su tiempo no iban a ser suficientes.
Satisfecho por dejar la incertidumbre y el temor en Griselda, le hizo un gesto para que se retirara. Tritón aún la seguía buscando por el palacio sin encontrar rastro de ella, hasta que la vio cruzar los muros del castillo.
—Griselda, ¿estás bien? Espero que no le hayas hecho caso a las palabras de Bentesicime. Siempre siembra el caos.
—Aléjate, Tritón. No estoy de humor para tus bromas —alterada, intentó alejarse de Tritón, quien solo quería animarla.
—¿Qué te sucede, Grisel? Estás muy rara. Ni me miras a la cara —preocupado, se acercó para que lo mirara a los ojos.
Griselda le dio vuelta al rostro. Sentía que no era digna de mirarlo a los ojos.
—Grisel, mírame por favor. ¿Qué sucedió cuando te fuiste?
—No pasó nada, Tritón. Solo que me di cuenta…
—¿Qué sucede contigo? Nunca me habías hablado así.
La joven lo miró con una cara de preocupación en su rostro.
—Algún día moriré, pero tú eres un semidiós. Vivirás mucho más tiempo que yo. No podré estar a tu lado cuando eso suceda.
—¿Acaso eso importa? Cuando me viste por primera vez no pensabas en eso.
—En ese momento no sabía quién eras. Simplemente es imposible estar a tu lado. No soy lo suficientemente buena para ti.
—Dime qué sucedió. ¿Quién te hizo pensar que no eres la indicada para mí? —con gesto de preocupación, el joven tocó el mentón de Griselda para verla directamente a los ojos.
Tritón era un joven alto, con unos ojos celestes y cabello oscuro como su padre. Pero aun así, cuando la miraba a los ojos no podía evitar decirle la verdad.
—Yo… vi al rey y, como supuse, él no me quiere a tu lado. Nunca pensé que hablaría en mi vida con un dios.
Asustada por recordar lo sucedido, comenzó a temblar de imaginar lo poderoso que era el dios. Y que ella, una simple sirena, se atrevió a desobedecer una orden del rey.
—Tranquila, siempre estaré a tu lado. No renunciaré a mi amor por ti nunca, incluso si mi padre se opone.
—¿Crees que podemos seguir adelante? ¿Qué pasará el día en que ya no pueda estar a tu lado, Tritón?
—No quiero ni pensar en ello. Solo quiero vivir en el presente. Cuando te veo mi mundo cambia por completo. Haces que quiera luchar por una vida diferente.
—No sabía que te provocaba esas emociones. Yo también te amo, Tritón.
En ese instante la pareja se besó apasionadamente para reafirmar el amor que se tenían el uno al otro.
En otra parte del océano, Bentesicime estaba planeando cómo tomar el poder supremo del océano.
La otra vez cuando entró a la cueva fue porque su madre la abrió voluntariamente. Pero aún le era difícil recordar dónde se encontraba.
Porque estaba oculta para cualquiera que quisiera acercarse. Era un hechizo muy poderoso y difícil de romper.
En ese momento se le ocurrió una gran idea: aliarse con las cecaelias, una rara especie de criatura mujer-pulpo con tentáculos.
Su existencia era tan antigua como la de las sirenas.
Habitaban en lo más profundo de la oscuridad. Su reino era mucho más grande. Eran aliados de las sirenas. Incluso estaban igual de avanzados. Sabían mucho sobre hechizos mágicos y pociones.
Bentesicime sentía una gran atracción por ese reino, por lo que decidió ir a investigar por su cuenta.
El viaje era largo y peligroso, por lo que tenía que pensar cuidadosamente.
Atlántida era un reino que en sus comienzos estaba sobre la tierra, pero los humanos anhelaban ser parte del mundo marino. Poseidón había tenido una mala experiencia con los humanos después de que Anfitrite se convirtiera en reina, por lo que decidió sumergir a su reino para proteger a sus habitantes del mundo.
Los años pasaron y el reino se volvió con una tecnología avanzada, muy diferente a la de los humanos que recién estaban comenzando a avanzar.
El corazón de Atlántida era el núcleo de toda la magia que hacía funcionar las diferentes linternas y artefactos. Tenían una forma única de funcionar. Por eso era importante saber magia y hechizos, pociones. Solo los nobles podían permitirse tal lujo. La reina Anfitrite, a través de los años, había facilitado la posibilidad de que algunos pocos estudiantes de clases bajas tuvieran una buena educación.
El reino de las cecaelias era un reino apartado de las sirenas. Aunque compartían similitudes y eran aliados, se mantenían neutrales. Compartían los mismos recursos que las sirenas. La alianza beneficiaba en tecnología, como su conocimiento antiguo sobre hechizos como la magia blanca y negra. Su gran conocimiento para la curación y regeneración era un raro don que tenían. Ya que podían regenerar su cuerpo, era la clave para curar heridas profundas.
Era por eso que Bentesicime sentía mucha curiosidad por aquellas jóvenes, ya que tenían una inteligencia y un atractivo físico. Era algo diferente, exótico, nuevo y fresco.
De la nada apareció Tritón en la biblioteca real.
—Es muy raro verte en la biblioteca. No es propio de ti, Bess (apodo que Tritón le decía cuando eran niños).
—Sabes que odio que me digas de ese modo —respondió mostrando desagrado con su mirada.
—Sigues siempre siendo demasiado cascarrabias. Solíamos llevarnos bien de niños antes de que papá lo arruinara todo —respondió Tritón con un suspiro de agotamiento.
—Eso era mucho antes de querer ganar el cariño de papá. Siempre has sido su favorito.
—Sabes que eso no es cierto, Bess. Siempre he querido ser un buen hermano para ti. Siempre he querido ayudarte, pero tú me apartas.
—Me harías un favor al apartarte de mi camino. Algún día te haré saber lo que se siente ser el segundo en todo.
Con desprecio empujó a su hermano mientras se llevaba su libro.
—Flashback
Los hermanos se encontraban jugando a correr y atraparse. Era un juego en el que Bess no era muy bueno, ya que siempre ganaba Tritón.
En ese instante que jugaban, tocaba atrapar a Bess.
—Tritón, ve más despacio. Harás que me caiga.
—No es mi culpa que seas tan lento —respondió Tritón riéndose de su hermanito.
En ese momento se cruzaron con unos pasillos rocosos. Bess intentó cruzarlos, pero Tritón lo empujó sin querer para agarrarlo.
Su brazo se hizo daño y comenzó a sangrar.
—Tritón, sé más amable con tu hermano. ¿No ves que es más pequeño que tú? —respondió Anfitrite con un gesto acusador.
—Es una broma, Bess. ¿Por qué siempre eres tan lento en todo? Vamos, no le digas a mamá que te lastimaste o me echará la culpa.
—Pero por qué siempre tengo que ocultar lo que haces.
Bentesicime se había lastimado en el brazo al correr por los pasillos de palacio.
—Es por eso que nadie te toma en serio, hermanito. Tienes que ser más rápido y ágil. Ver por dónde caminas.
—Algún día Tritón será un gran rey. Mira lo determinado que es. Sí que es un hijo listo —respondió Poseidón con orgullo de su hijo mayor.
—¿Te parece bien que jueguen así? Bentesicime siempre es quien sufre. ¿Acaso te preocupa tu otro hijo?
—Anfitrite, no vengas con tu sobreprotección a Bess. Por eso es débil. Mira a Tritón. Él es fuerte y carismático. Todo lo que un buen líder debe tener.
—Deja de malcriar a Tritón. No ves que provocas que se enfrenten algún día.
Bentesicime escuchaba a escondidas la conversación, quien miraba a su padre a lo lejos. Era como si no le importara si se lastimaba o si se hacía daño.
El niño comenzó a llorar.
—Papá, no me quieres…
Tritón observaba con culpa.
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