Lea lloraba desconsoladamente en los jardines del palacio. Su padre no había escuchado sus sabias palabras y la había condenado a una vida de prisión en una jaula de oro. Se sentía sola, incomprendida y sin esperanzas.
Una risa siniestra resonó en el jardín.
—Oh, miren a quién tenemos aquí. ¿Pero si es mi querida hermana? —dijo Marcus con sarcasmo, disfrutando del sufrimiento de Lea.
—¿Qué quieres, Marcus? ¿Te divierte verme sufrir? —replicó Lea con rabia contenida.
—¿No es obvio? —respondió Marcus con una sonrisa maliciosa—. Me encanta ver cómo intentas convencer a nuestro padre en vano. Soy el primogénito, algún día tú serás olvidada por todos. Solo espero que pronto llegue el día en que me supliques que te deje ser parte de mi consejo.
—Las mujeres no pueden gobernar el mar. Es obvio que una princesa nunca tendrá autoridad ni apoyo de los ciudadanos —añadió Marcus con desprecio, menospreciando a las mujeres.
—¡Sigue soñando, hermano! ¡Nunca permitiré que te salgas con la tuya! —exclamó Lea indignada.
—Ya veremos, Lea —dijo Marcus con voz amenazante—. Cuando sea rey, dejarás ese estúpido orgullo tuyo que tienes. —Se alejó sin mirar atrás, dejando a Lea sola y triste.
Sin darse cuenta, llegó al valle de las flores. Este valle tenía la particularidad de que las flores marinas tenían propiedades curativas. Eran muy extravagantes y tenían vida propia. Incluso tenían un polen que hacía sentir relajados a los que lo respiraban.
No muy lejos, se encontraba Acua alimentando a las plantas.
—Mi nombre es Acuá, como los arrecifes de coral de las corrientes. ¿Y tú? —preguntó la joven sirena con curiosidad.
—Me llamo Lea. Tienes un hermoso nombre, Acuá —respondió la princesa con una sonrisa amable.
—¿Te llamas igual que la princesa? —exclamó Acuá sorprendida, mirando a la joven con más atención.
—Bueno, así parece —dijo Lea sin querer revelar su identidad.
Acuá se quedó pensativa. La joven tenía mucho parecido con la princesa, pero no podía ser ella. ¿Qué haría la princesa en el valle de las flores?
—Espera un minuto… ¿Eres la princesa? —preguntó Acuá de repente, haciendo una reverencia.
—Su alteza… —dijo Acuá mientras se inclinaba.
Lea se acercó a Acuá y le susurró:
—Puedes llamarme Lea solamente. No me gustaría que todo el valle se enterara de que soy la princesa.
Lea estaba pensativa. A veces le gustaría ser una simple sirena sin título, para ser libre como las demás.
De pronto, comenzó a contarle a Acuá su vida.
—Nadie me ve por lo que soy en verdad. Para ellos soy solo un título sin importancia —dijo Lea con tristeza, recordando las palabras severas de su padre.
Acuá se sintió sorprendida de conocer a la realeza, pero también comprendió lo que sentía Lea. Ella también quería ser libre y diferente.
—Creo que puedo entender lo que sientes. Sentir que eres diferente y que no encajas con el resto de las sirenas. A mi parecer, creo que la princesa es querida por todos. Es más, me parece que serías una excelente reina —dijo Acuá intentando animar a Lea.
El optimismo de Acuá hizo que Lea se sintiera más segura de sí misma. Si había alguien que creía en ella y no por su título de nobleza sino por su personalidad, sentía que podía superar cualquier adversidad que se le presentara. Al parecer, ellas no se habían dado cuenta de que compartían los mismos deseos de superarse a sí mismas.
Su complicidad hizo que su tiempo pasara demasiado rápido. Lea se dio cuenta de que no solo se había vuelto a encontrar consigo misma, sino que por primera vez había encontrado una amiga que la comprendía de verdad.
Emocionadas por su encuentro, Lea le ofreció a Acuá una invitación al baile real del eclipse lunar.
—¿Me acompañarías al baile? —le preguntó Lea con ilusión.
—¿Yo? ¿Al baile real? —se sorprendió Acuá sin saber qué hacer—. ¿Puedo pensarlo?
La princesa asintió y prometieron encontrarse siempre al atardecer en el valle. Lea regresó más feliz a su casa. Pero la alegría no duró para siempre. Vio a su hermano a escondidas buscando un libro de hechizos en la sala prohibida. Lea decidió seguirlo a la biblioteca prohibida y le preguntó con un gesto acusador:
—¿Qué estás haciendo, querido hermano?
Marcus se puso nervioso pero enojado y salió sin decir nada a Lea.
—¿A dónde vas? ¿Padre sabe que tomaste ese libro? —insistió Lea.
—Puedes dejar de seguirme. Esto no es asunto tuyo —respondió Marcus con furia.
Los dos hermanos comenzaron a discutir por el pasillo.
—Es asunto mío si tratas de hacerle daño a padre o al reino. Te las verás conmigo —dijo Lea enojada.
—¿Tú y cuántos más, Lea? ¿No te das cuenta de que no tienes a nadie de tu lado? —dijo Marcus aprovechando la debilidad de Lea.
—No necesito tu aprobación. Los ciudadanos confían en mí —dijo Lea segura de sí misma.
—Los ciudadanos de Atlántida nunca te harán caso. Aquí lo que importa es la corona. ¿Qué me importa lo que unos idiotas piensen sobre mí? —dijo Marcus con arrogancia mientras se escabullía por los pasillos y se dirigía a la ciudadela donde Olivia lo estaba esperando.
Lea pensó que su hermano estaba actuando muy raro últimamente, pero sola no podría averiguar lo que sucedía. En ese momento decidió ir a la biblioteca prohibida del castillo. Vio que faltaba el libro de hechizos prohibidos de las cecaelias y se preguntó por qué su hermano querría tal libro.
—En este momento es cuando más necesito aliados —se dijo a sí misma.
Decidió ir a buscar a su hermano Víctor. Era su hermano favorito, siempre la estaba protegiendo de Marcus y siempre pensaba en el porvenir del reino. Su hermana Amelia, que no estaba muy lejos, le preguntó a Lea qué hacía en la sala prohibida. Lea le contó sobre lo que estaba haciendo su hermano. Amelia era la hermana más sensata y precavida y le sugirió que no dijera nada a padre hasta tener la evidencia de que Marcus estaba tramando algo. Amelia sabía que cuando se trataba de Marcus, Lea era impulsiva. Pero decidió apoyar a Lea, siempre se habían llevado bien. Después de todo era su hermana mayor y la apreciaba mucho.
—Vamos, Lea. Mamá nos está llamando —dijo Amelia un poco nerviosa por llegar tarde.
Atenea estaba preocupada por Lea, ya que nunca había salido sin guardias del castillo. Cuando vio a Amelia y Lea juntas, su corazón se calmó.
—Lea, ¿dónde estuviste? ¿Por qué no saliste con los guardias? —le preguntó Atenea.
Lea abrazó a su madre y con un gesto tranquilizador le respondió:
—Lo siento, madre. No fue mi intención asustar a nadie. Solo que discutí con Marcus.
Afligida por la disputa de sus dos hijos, Atenea le dijo:
—Siempre eres imprudente cuando se trata de tu hermano. ¿Cuántas veces te he dicho que no fueras impulsiva?
—Lo siento, madre. No volverá a ocurrir —dijo Lea.
—¿Entonces no me dirás dónde estuviste? —preguntó Atenea con severidad.
Lea comenzó a contarle a su madre:
—Conocí a una joven. Se llama Acuá. Fue muy amable conmigo. Incluso me trajo de vuelta al palacio.
Lea estaba alegre mientras les contaba a su hermana y madre.
Más calmada, Atenea dijo:
—Eso es bueno. Qué joven tan amable de su parte. Me imagino que la invitarás al baile. Me gustaría conocerla en persona a esa joven tan peculiar.
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Comments
badboys
Jajaja parece cada cual sé que es una princesa rebelde cada capítulo que escribiste🤣🤣🤣👍👍👍👍😆😆😆😆 realmente me encantó/Joyful//Joyful//Joyful//Joyful/ como dicen las buenas obras son las que se escriben con el corazón
2024-05-26
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Brayan Motta
vas muy bien pero veo que hay punto que no le deja el espacio por decir punto seguido espacio y sigue con el texto y también vi donde tiene corchete cerraste pero seguiste con el texto pegado a corchete debería también colocarlw tu espacio y sus coma eso te ayudará a subir de nivel como autoe
2023-03-31
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