Pies sobre la tierra Capitulo 8

Mientras sus amigos se entretenían con las jóvenes del pueblo, Ian sintió la necesidad de ir a la playa a aclarar sus pensamientos. Estaba agotado y dejó escapar un suspiro al notar la caricia del viento en su cabello. De repente, divisó una figura que flotaba cerca de la orilla.

Sin dudarlo, Ian se lanzó al agua para averiguar de quién se trataba. Era Acuá, una chica que yacía inconsciente. Ian la arrastró hasta la arena y le practicó reanimación cardiopulmonar para intentar salvarla. Estaba nervioso por lo que iba a hacer: acercó sus labios a los de ella y le insufló aire en los pulmones. Mientras tanto, admiraba cada detalle de Acuá. Ian la giró para comprobar si había recuperado el aliento. Le presionó el pecho, pero no hubo respuesta. Se angustió y supo que tenía que seguir dándole respiración boca a boca. Ian puso todo su empeño en hacerla revivir. Acuá, abriendo los ojos lentamente, se encontró con la mirada de Ian. Sus labios eran tan suaves que ella podía percibir su ternura a través de ellos. Acuá empezó a reaccionar y a respirar por sí misma. Ian, asustado pero aliviado, la estrechó entre sus brazos como si quisiera que ese instante fuera eterno. Acuá se sintió cobijada por su fuerte abrazo que le transmitía una tranquilidad que nunca había experimentado antes. Ian decidió llevarla a un lugar secreto, donde Carlos y Albert no pudieran dar con ellos. Resulta que Ian tenía una casa cerca de la playa, pero apenas la usaba. No le parecía apropiado llevarla al barco donde solo había hombres. No quería exponerla a esa situación. La acostó en su cama y la cubrió con unas mantas. Su celular empezó a vibrar: tenía veinte llamadas perdidas de Carlos y Albert.

Ian les envió un mensaje a sus amigos, explicándoles que había tenido un contratiempo. Llamó al médico mientras observaba a Acuá moverse entre las sábanas. Le rogó que viniera lo antes posible, que había encontrado a una chica inconsciente en la playa. No podía creer que tuviera tan cerca a la joven que parecía salida de un sueño. Acuá le apretó la mano y él se ruborizó y sintió su corazón acelerarse. Pero el timbre lo interrumpió: era el médico. Le abrió como si nada hubiera pasado.

Al ver a Acuá dormir plácidamente, el médico le preguntó a Ian:

—¿Dónde encontraste a la chica? ¿Estaba en la playa?

—Sí, estaba aquí. No sabía dónde más llevarla. La arropé con lo que pude para que no pasara frío -respondió Ian nervioso.

—¿Cómo está? ¿Sus signos vitales son normales? Si hubieras llegado un poco más tarde, quizás no habría resistido. Es un milagro que siga con vida. El mar es un lugar peligroso -dijo el médico examinando a Acuá.

—¿Se pondrá bien? ¿Se recuperará? -preguntó Ian preocupado.

—Necesita mucho reposo. Una semana como mínimo. Ingerió mucha agua salada. Tiene que descansar. Si notas alguna anomalía o que le cuesta respirar, llévala al hospital inmediatamente -dijo el médico mirando seriamente a Ian-. ¿Quieres que avise a las autoridades para averiguar de dónde es la chica?

—No, yo me encargaré de ella hasta que se recupere. Hablaré con las autoridades personalmente -respondió Ian dudando.

El médico asintió y le dio una receta médica por si acaso. Se despidió y se marchó. Ian se acostó al lado de Acuá. El sueño le nublaba la vista, hasta que se quedó profundamente dormido.

Al día siguiente, la joven se despertó y lo miró directamente a los ojos. Sin comprender qué había pasado. Algo nerviosa y torpemente, intentó ponerse de pie. Pero se cayó y el ruido hizo que se despertara Ian.

—¿Qué fue ese ruido? -dijo Ian mientras veía a Acuá tirada en el piso.

Ella no supo qué responder.

Acuá lo mira con sus ojos llenos de confusión.

—Lo siento, debes estar asustada. ¿Deja que te ayude? -Intentando levantar a Acuá, sus miradas se cruzan. Avergonzada, Acuá desvía la vista e intenta alejarse. Pero un mal movimiento hace que Acuá termine en brazos de Ian. Avergonzado, se le ponen rojas las orejas.

—Creo que debes tener hambre. ¿Te preparo algo de almorzar? -dijo Ian mirando hacia otro lado.

Acuá, pensativa, se pregunta cómo llegó allí y por qué ahora tenía piernas. Curiosa por su nueva apariencia, comienza a mover sus pies. Como si los viera por primera vez, sonríe inocentemente.

Sola en el cuarto, Acuá observa la habitación con mucha curiosidad. Ve los diferentes objetos que nunca se había imaginado que podría conocer y suelta un suspiro.

—¿Cómo se supone que camine ahora? -se dijo a sí misma. Sabía que se había metido en un gran lío.

De pronto, su estómago comienza a gruñir. Un aroma de sabores le llega desde el pasillo de la cocina hasta la habitación. Intenta ponerse de pie, pero es en vano. Se cae de nuevo. Se escucha el ruido desde la cocina.

—¿Te encuentras bien? ¿Te hiciste daño? -dijo Ian afligido mientras la observa.

Acuá niega con la cabeza. Después de estar un poco callada, decide armarse de valor y hablar.

—Lo siento, no sé cómo llegué aquí. Tengo que volver a casa, mi padre estará muy preocupado por mí -dijo Acuá confundida y angustiada.

Ian podía comprender el sentimiento de la joven. Toma su mano y le dice:

—Comprendo que te sientas así, Acuá. Pero no estás en condiciones de regresar, al menos no en este estado.

Avergonzada, Acuá se miró al espejo que estaba junto a la ventana. Sabía que su atuendo no era el adecuado.

—¿Qué puedo hacer entonces? -preguntó confundida Acuá.

Con mucha paciencia, Ian comenzó a explicarle:

—Primero necesitas una ropa nueva. Toma esta sudadera. Es mía, pero supongo que podría quedarte bien.

Algo confundida, Acuá comienza a quitarse la ropa e intenta ponérsela sin éxito.

—No sé cómo ponerme esto. Es muy complicado -dijo Acuá sintiéndose frustrada.

Ian la miró y comprendió que la joven había perdido la memoria. Que no recordaba ni lo más básico como caminar o cuidarse a sí misma.

—Primero debes darte un baño para estar limpia. Intentaré ayudarte lo más que pueda, pero no sé si confías en mí -dijo Ian algo nervioso.

—¿Confías en mí? -repitió.

Ella lo miró y pensó que él era muy amable. Asintió felizmente e intentó imitar su forma de caminar. Se tropezó. Ian la agarró tratando de mantenerla de pie, pero sus piernas temblaban incapaces de sostener el equilibrio. Entonces Ian decidió cargarla en sus brazos.

—Sostente de mi cuello y no me sueltes por nada del mundo -dijo Ian intentando sostenerla para que no se cayera.

Avergonzada, asintió evitando mirarlo a los ojos. Recordaba lo fácil que era la vida en el mar y que siempre había sido simple. Hasta llegar aquí, quizás en otro momento de su vida nunca hubiera permitido que ningún tritón se le acercara tan de cerca. Pero en los brazos de Ian ella se sentía protegida y frágil como un pez fuera del agua. Sentía que él podía percibir todo lo que estaba sintiendo Acuá en ese momento.

Ian trataba de contarle qué era cada cosa y cómo funcionaba. Pero Acuá se sentía confundida, ya que nunca había visto un baño.

—Esto es un baño. Es el lugar donde puedes limpiar tu cuerpo. Esta es una bañera. De aquí sale agua -dijo Ian abriendo el grifo.

Mientras el agua subía en la bañera, comenzó a echar jabón con pétalos de rosa al agua.

—Esto es jabón. Sirve para limpiar tu piel y tu cabello. Y estos son pétalos de rosa. Le dan un aroma agradable al agua -explicó Ian.

—Para bañarte solo tienes que desvestirte y sentarte en la bañera -añadió.

La joven comenzó a quitarse la sudadera que cubría su pecho y su cuerpo. Ian intentó esquivar la mirada de Acuá. La levantó y la llevó hacia la bañera. Sorprendida por las rosas y las burbujas, comenzó a jugar con ellas. Ian intentó lavarle el cabello con delicadeza sin mirar demasiado.

Acuá sentía que bañarse le recordaba a cuando estaba en el mar, aunque más pequeño. Cuando por fin terminaron, soltó un suspiro. Ian le enseñó cómo ponerse la ropa. Después de su arduo trabajo, le preguntó si recordaba algo de su pasado: su casa, alguna dirección… Pero Acuá se negaba a decir una palabra.

—Debe ser duro olvidar cómo hacer tu vida cotidiana -dijo Ian pensativo.

—¿Es como volver a nacer? -dijo Acuá.

Ambos sonrieron mientras disfrutaban de la comida. Aunque a Acuá no supiera como  agarrar un tenedor.

Ian pasaba su tiempo enseñándole. Sus tratos eran amables y cariñosos. Como una pareja de recién casados. Lo que no podía entender era por qué Ian se tomaba el tiempo para enseñarle.

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