El Secreto del Corazón del Mar y Origen de Todo Capitulo 11 parte 6

La tormenta había comenzado a amenazar las profundidades. Sabían que el dios estaba desquitando su disgusto por las aguas.

—Veo que nuestro dios está de buen humor. No había una tormenta así en años —dijo Delfina.

—Así que Poseidón está enojado. Por eso mandó una tormenta así —respondió Meredith pensativa.

Arthur notó la inquietud en su mirada, por lo que tomó su mano para mostrarle su apoyo.

—No pienses demasiado, Meredith. Solo te angustiarás aún más.

—Lo sé. Gracias por tu apoyo, Arthur. ¿Ya no estás más enfadado conmigo?

—Aún sigo enfadado por haberte ido de ese modo —respondió Arthur fingiendo estar enojado.

Meredith comenzaba a entender un poco más a Arthur, por lo que le dedicó una sonrisa.

Ambos se miraron sin darse cuenta de que Delfina aún seguía parada ahí mirándolos con una sonrisa cómplice.

—Qué tiernos son. Ven, sígueme, Meredith. Siempre he querido una hermana menor —dijo mientras pellizcaba la mejilla de la chica bromeando.

—¿Te gustaría que te maquillara? Haré que seas la más linda, bueno, después de mí obviamente.

—¿Estás segura? No querrás volverla un pez de burbuja —dijo sarcásticamente Arthur, quien parecía divertirse por la reacción de su amiga.

—Te parece divertido. Yo me reiré de ti cuando la convierta en una diosa. Ya verás —contestó sacándole la lengua a su amigo.

La tormenta había comenzado a amenazar las profundidades. Sabían que el dios estaba desquitando su disgusto por las aguas. —Veo que nuestro dios está de buen humor. No había una tormenta así en años —dijo Delfina.—Así que Poseidón está enojado. Por eso mandó una tormenta así —respondió Meredith pensativa. Arthur notó la inquietud en su mirada, por lo que tomó su mano para mostrarle su apoyo.—No pienses demasiado, Meredith. Solo te angustiarás aún más. —Lo sé. Gracias por tu apoyo, Arthur. ¿Ya no estás más enfadado conmigo? ---Aún sigo enfadado por haberte ido de ese modo —respondió Arthur fingiendo estar enojado. Meredith comenzaba a entender un poco más a Arthur, por lo que le dedicó una sonrisa. Ambos se miraron sin darse cuenta de que Delfina aún seguía parada ahí mirándolos con una sonrisa cómplice. —Qué tiernos son. Ven, sígueme, Meredith. Siempre he querido una hermana menor —dijo mientras pellizcaba la mejilla de la chica bromeando.—¿Te gustaría que te maquillara? Haré que seas la más linda, bueno, después de mí obviamente. ---¿Estás segura? No querrás volverla un pez de burbuja —dijo sarcásticamente Arthur, quien parecía divertirse por la reacción de su amiga. —Te parece divertido. Yo me reiré de ti cuando la convierta en una diosa. Ya verás —contestó sacándole la lengua a su amigo.

Ambas se dirigieron al cuarto. Parecía sacado de un cuento de hadas.

—Te gusta mi cuarto. Veo que te impresionaste. ¿Nunca has estado en el cuarto de tu mejor amiga? —preguntó curiosamente Delfina.

—Creo que es la primera vez que tengo una amiga y que entro a un cuarto que no sea el de mi antiguo hogar.

Al notar las palabras, Delfina comprendió que nunca había tenido amigos, pero le hacía ilusión tenerla como amiga.

—A partir de ahora eres mi mejor amiga. Sé que Arthur puede ser algo serio a veces y no sabe de cosas de chica. ¿Qué opinas?

—Me hace muy feliz saber que tengo una amiga como tú, Delfina.

—Llámame solo Delfina. No seas tan formal. Ahora somos amigas, puedes contar conmigo.

Las chicas se tomaban su tiempo peinándose y maquillándose.

Arthur pensaba lo afortunado que era de tenerlas en su vida. Sus problemas le parecían insignificantes cuando se lo ponía a pensar.

De pronto apareció el padre de Delfina, que parecía resguardarse con una manta.

—Veo que tenemos visitas. Me alegra verte por aquí, Arthur.

—Es un placer volverlo a ver, señor Kai. Parece que le agarró la tormenta.

—Suele pasar cuando eres miembro de la corte. Tienes que ir de un lado a otro.

—Por cierto, ¿has visto a mi hija? Tengo que hablar algo importante con ella.

—Está arriba con una amiga. Parece que se están divirtiendo. Ya sabe, cosas de sirenas.

—Te entiendo, Arthur. Me lo pude imaginar. Mi hija es experta en cosas de sirenas —respondió alegremente.

Mientras tanto, en la habitación, Delfina le mostraba los diferentes conjuntos de ropa.

—¿Qué opinas de este? Siento que resaltará tus ojos. Es celeste. Creo que se te vería muy lindo con tu piel pálida.

—Todos se ven muy lindos. Gracias por tener tanta consideración conmigo.

—Ahora somos amigas. Es obvio que necesitas alguien que te apoye y te guíe.

—Me recuerdas a mi madre. Ella siempre estaba apoyándome. Me pregunto si estará bien.

—Cierto, no me has dicho quién es tu familia y de dónde vienes.

—Es mejor si no lo sabes. Solo puedo decirte que Arthur me rescató. No sé dónde estaría en este momento sin su ayuda.

—Comprendo. Aún es muy pronto. Sabes que puedes tomarte tu tiempo. No te juzgaré.

—Gracias por comprenderme, Delfina. Me hace feliz tener una amiga como tú.

—Ni lo menciones. Creo que te quedaría súper lindo esta corona de estrellas.

—¿Puedo preguntarte algo, Delfina? —dijo algo dudosa de la pregunta que le haría.

—Claro, ¿es importante? Pareces algo nerviosa —dijo mientras arreglaba su hermoso cabello.

—¿Se conocen hace mucho tú y Arthur? Parecen muy amigos.

Delfina comenzaba a entender hacia dónde iba la pregunta curiosa de Meredith.

—Sí, somos amigos desde que tengo uso de razón. ¿Por qué lo preguntas?

—Solo tenía curiosidad. Es que se ven muy unidos. Me siento una extraña en el medio.

—Pero qué dices, Meredith. Él y yo solo somos amigos. No tenemos ese tipo de relación —contestó Delfina con una sonrisa sospechosa. Luego preguntó:

—¿No será que sientes algo por Arthur? ¿No me digas que te gusta?

Sorprendida por su pregunta, Meredith comenzaba a sonrojarse. Y no era por el maquillaje en su cara, sino porque podía ser cierto.

Arthur era alto, muy varonil. Tenía unos ojos plateados y un cabello verde marino que lo hacían destacar demasiado.

—Claro que no. Solo siento agradecimiento por él. Solo es eso —respondió mientras ocultaba su cara con sus manos.

—¿Te sonrojaste? ¡Lo sabía, te gusta! Mi intuición femenina nunca falla. Se puede ver a kilómetros de distancia.

—Tan evidente es. Pensé que nadie se daría cuenta.

—Quizás Arthur no, pero yo sí. Es obvio que como se miran pasa algo entre ustedes.

—¿Prometes no decirle nada a él?

—Jamás te expondría. Somos amigas, recuerdas.

Ambas se abrazaron reafirmando la dulce amistad que habían formado. De pronto se abrió la puerta y apareció el padre de Delfina.

—Delfincita, tenemos que hablar en privado. No podemos postergarlo por mucho tiempo.

La joven miró a su padre preocupada, sabiendo a qué se referían sus palabras. Como si no quisiera hablar del tema, miró a su amiga.

—Debo irme. Regresaré en un rato. Puedes arreglarte mientras tanto.

—¿Estás bien? No luces muy feliz —preguntó Meredith, preocupada, mientras veía a Delfina alejarse por el pasillo.

—No quiero hablar de ese tema, padre. No pienso casarme con alguien a quien no amo.

—Puedes dejar de ser tan imprudente. Te he dado lujos, todo lo que has deseado. Nunca nada te ha faltado.

—Sabes que no quiero casarme con Héctor. No me gusta, es súper desagradable y es un maldito mujeriego.

—Este matrimonio ya ha sido planeado desde hace muchos años. Puedes dejar de comportarte como una malcriada.

—¿Por qué me obligas? ¿Acaso no te importa mi felicidad? Puedes dejar de pensar como un miembro de la corte.

—Siempre he sido muy paciente contigo. Incluso postergamos tu compromiso por muchos años.

—¿Acaso importa? No pienso casarme y menos con él. No tenemos nada en común.

—Es hora de asumir tu deber como hija. Solo así te dejaré en buenas manos. ¿No ves que pienso en tu futuro?

—¿Alguna vez te has preguntado lo que yo quiero? Estoy harta de que definas mi futuro.

—Está decidido, Delfina. Eres una noble y quiero que actúes como tal. Mañana mismo iremos a hablar con los padres de Héctor.

Los ruidos llegaron hasta el cuarto. Meredith se preguntaba si debía seguir en la casa. La puerta se abrió y entró Delfina, quien trató de disimular lo que sucedía.

—Lo siento, ¿te hice esperar mucho? Veo que quedaste hermosa. Pareces realmente una diosa —dijo Delfina mientras trataba de disimular su disgusto.

—¿Estás realmente bien? Pareces algo triste —preguntó Meredith, mirando a su amiga, quien parecía perdida en sus pensamientos.

—Mi padre quiere que me case con Héctor, un noble de la corte.

—¿Es tan malo? ¿No lo amas? —preguntó confundida.

—Claro que no. Es solo un egocéntrico bueno para nada. No quiero casarme. No estoy lista para abandonar a mi padre, mis amigos. Aún soy joven para casarme.

—Leí que las hijas de familia noble su destino era casarse muy jóvenes. Pensé que era un mito.

—Ojalá fuera un mito, Meredith. Es horrible ser mujer si simplemente tienes que casarte sin amor.

En ese instante, Meredith abrazó a su amiga, que se sentía desconsolada. Comenzó a llorar.

—Lo siento, escuché el alboroto sin querer. ¿Están bien? —dijo Arthur, quien se encontraba en la puerta.

—Estoy bien, Arthur. Es solo que no quiero casarme.

—¿No hay alguna forma de convencer a tu padre?

—Claro, podríamos pensar en algún modo de convencerlo de que no quieres.

—No sé, Meredith. Lo he intentado un millón de veces, pero no me escucha.

—Está difícil, pero no imposible. A menos que renuncies a tu estatus social o que te vuelvas independiente, no encuentro otra forma —respondió Arthur pensativo.

—Gracias, chicos, por animarme. No debo rendirme. Aún puedo luchar. Aún no me he casado, lo que es bueno —dijo Delfina mientras se motivaba a salir.

En el castillo, Tritón estaba entrenando una y otra vez sin descansar. Adquiriendo fuerza y músculo en el proceso. Sabía que para vencer a su hermano también necesitaba tener un buen cuerpo.

—Ahí está el hombre que tanto admiro —dijo Griselda, que lo observaba a lo lejos.

—Ahí estás, cariño. No te vi. Estuve entrenando. No es fácil ser un buen rey. Tienes que estar preparado para todo.

—Yo sé que podrás. Eres muy fuerte y decidido. Algún día serás un gran rey.

—Lo seré si tengo a mi reina a mi lado. No quiero a ninguna otra mujer en mi vida que no seas tú, Griselda.

—Deja de decir tonterías. En serio, ¿yo reina? Tu padre se llenaría de un disgusto si una plebeya como yo fuese reina.

—Me da igual lo que piense mi padre. Mientras te tenga a ti a mi lado soy capaz de soportar cualquier cosa.

—¿Estás seguro? Porque yo no sé si estoy lista para dar ese gran paso. Sabes que mi sueño es ser la mejor profesora de hechicería.

—Podrás ser ambas cosas: mi reina y una gran hechicera. Serás la mejor reina de todas. No todas son capaces de llenar de polvo mágico una biblioteca.

—Sabes que no me gusta recordar ese momento, Tritón —le respondió mientras se sujetaba de sus fuertes brazos.

—Ten confianza. Algún día mi padre tendrá que aceptar que eres el amor de mi vida. No puede separarnos.

—Yo quiero creer en eso, amado mío. Quiero ser tu esposa.

En ese instante entró Bentesicime, quien parecía algo asqueado por el comportamiento de la dulce pareja.

—Vaya, veo que no pierdes el tiempo. Lástima que eso no te servirá para ser rey.

—Bentesicime, siempre sabes cómo arruinar cualquier momento. Estoy harto de que siempre pienses en una competencia. Somos hermanos.

—¿Es en serio, Tritón? ¿Me vendrás con tu sermón de que somos una familia, de que no debemos pelear?

—Es que este conflicto entre los dos solo trajo una disputa familiar. Por eso madre se fue, por nuestra culpa. Mira lo que la ambición nos llevó a hacer.

—Creo que es justo lo que necesitamos: poder y gloria. Es por eso que papá siempre te subestima. No tienes determinación, te dejas cegar por tus emociones.

Griselda, quien estaba observando a los hermanos pelear, se sentía un poco abatida por lo que decidió alejarse lentamente.

—Oh, parece que asusté a tu novia. Es débil como tú. ¿En serio dices que será una reina? No me hagas reír.

—No metas a ella en todo esto, Bentesicime, o sabrás de lo que soy capaz —enfadado, Tritón se acerca a su hermano intimidándolo.

—Ah, parece que tienes valor si ella está de por medio. No entiendes, ella ya es parte de este problema. ¿O crees que padre la aceptará?

—¿Qué quieres decir con eso? ¿Sabes algo más que yo no sepa, Bentesicime?

—Padre traerá a Atenea al reino submarino. Ella es la candidata al trono de Atlántida.

—¿Qué dices, Bentesicime? ¿Cómo la diosa Atenea?

—Veo que no sabías nada y dices que quieres ser rey —contestó Bentesicime, quien empujó a Tritón lejos.

Griselda, quien parecía haber escuchado todo, salió nadando al escuchar esa noticia.

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