Una luz se desprendió hacia la superficie del agua, viajando como polvo hacia la montaña de la isla. Allí había un cráter que se había formado hacía muchos años. Estaba conectado con el mar, donde se escondía la joven ninfa.
Todo el mundo había sentido un enorme terremoto en la montaña. Tenían el presentimiento de que la diosa del mar había llegado a su tierra.
Anfitrite sentía un vacío en su corazón al dejar a su hijo mayor en manos de su esposo. Ella sabía que tenía un cierto favoritismo por su primer hijo. También sabía que Tritón era como ella: justo y empático. Que a pesar de no estar siempre de acuerdo con su esposo, él podía ser un gran líder, amado por su pueblo y temido por otros.
Pero heredar el trono podía costarle su felicidad. Ser rey simbolizaba poner al reino por encima de su propia felicidad. El amor por la joven sirena podría costarle el trono al joven Tritón.
Poseidón no estaba de acuerdo con que saliera con una sirena sin estatus. Pensaba que su hijo solo se merecía lo mejor. Por lo que pensó en casarlo con una diosa de otro reino: Atenea. Ella poseía una belleza como ninguna otra, era inteligente y amorosa. Todo lo que el reino esperaba de un rey y una reina. Además, no eran unos completos extraños. Se habían conocido durante su infancia y el dios le tenía un aprecio a la joven princesa.
Ya que era muy amada y querida por todos. El único defecto era que era la diosa de la sabiduría y la justicia, mientras que Tritón solo era un semidiós. No sabía si lo aceptaría como su futura pareja.
Unificar estos dos reinos tan diferentes requería convencer a Atenea de renunciar a su forma humana para aceptar pertenecer al reino marino.
A Poseidón le resultaba demasiado fácil manipular a su hijo. Ya que una vez que se convirtiera en rey, solo le quedaba manejar a Tritón a su antojo, poniendo de por medio la corona como excusa.
La ninfa Anfitrite convirtió la cueva en un lugar preciado y mágico. Donde muchos aldeanos pedían por prosperidad en la tierra y protección contra las fuertes tormentas del mar, los vientos y las lluvias que parecían amenazar la prosperidad de la isla.
El dios del océano parecía furioso por la reciente desaparición de la ninfa y el hecho de haber ocultado a su hija por muchos años. O al menos eso creía hasta que no se demostrara lo contrario. Podría ser parte de la familia real.
Con el tiempo, el corazón del dios comenzó a oscurecerse. Sin Anfitrite a su lado, el comportamiento de Poseidón era más autoritario y severo que de costumbre. Bentesicime había infundido la discordia en la familia. Le hizo creer que la ninfa lo había engañado y que había traicionado su confianza engañándolo con otro dios.
“En la mesa solo habitaba el silencio”.
—¡No puedo creer que nuestra madre nos haya ocultado tal secreto! ¿Tenemos una hermana? Tuvo que tener una gran razón para hacer esto. Ella siempre fue fiel a nuestro padre —dijo Tritón mientras mostraba su descontento y sus pocas ganas de cenar en familia.
—¿Tú por qué eres ingenuo, Tritón? ¿No ves lo descarada que es nuestra madre? —contestó Bentesicime burlándose de la situación.
—¡Pueden dejar de hablar del tema! ¡No quiero volver a saber nada que tenga que ver con su madre! —dijo Poseidón mostrando su enfado. Recordando los momentos más importantes en su vida, la sonrisa de su esposa le provocaba disgusto. El haberle ocultado su hija y saber que podría haberse ido con otro dios hacía que su corazón se endureciera y sus emociones humanas que había aprendido se desvanecieran.
Bentesicime disfrutaba del caos que había provocado. Mientras el asunto estuviera vivo en la familia, podría buscar a su joven hermana para apoderarse de su poder. Pensaba que obtener ese poder haría que su padre y su hermano nunca más lo desafiaran y lo temieran. Quería infundir el caos para sanar su corazón que se llenaba de odio y furia.
La joven sirena nadó tan lejos que se había perdido en el mar. Cuando se imaginaba que conocería el océano, no esperaba perderse en su primer día.
Un tritón nadaba cerca y se chocó con la joven sirena. Sus ojos se encontraron y parecían conectarse. En ese mismo instante, sus corazones comenzaron a latir como si ese momento fuera mágico. Como si fuera el destino quien los había reunido.
—Disculpa, estaba tan ocupado que no miraba por dónde nadaba —dijo el joven mientras observaba con curiosidad, ya que nunca había visto a una joven tan hermosa.
—Estoy perdida, sin rumbo, sin lugar a donde ir. Perdí a mi madre y puede que nunca más vuelva a verla —dijo Meredith comenzando a llorar desconsoladamente. Pensaba que el universo era injusto con ella. Crecer sin sus hermanos y saber que su existencia solo causaba problemas traía tristeza en su corazón.
El joven vio la tristeza en sus ojos y se acercó para intentar consolarla.
—Puede que estés pasando un mal momento en la vida, pero no significa que tu problema te defina —dijo el joven pensativamente buscando las palabras correctas para intentar animarla.
—Tú lo dices de esa forma. No lo había visto de ese modo. Tengo la posibilidad de seguir mi camino y descubrir este mundo —contestó Meredith intentando animarse. Le sonrió al joven.
—¿Al fin sonríes? No te queda bien esa tristeza en tu cara. Soy Arthur, mucho gusto. ¿Cuál es tu nombre?
—Me llamo Meredith. Un gusto conocerte. Gracias por animarme —dijo dedicándole una sonrisa sincera a Arthur.
—Puede que ahora lo veas difícil, pero pronto mejorará todo. Solamente no te rindas.
—No estás sola. Tienes a mí de ahora en adelante. Intentaré ayudarte como pueda.
—Gracias, aunque no sé cómo comenzar. No puedo volver a mi hogar. No es seguro. Mi hermano quiere deshacerse de mí.
—Si me encuentra, estaré acabada. Traerá el caos —contestó asustada sin encontrar ningún lugar seguro.
—¿Qué tan importante es tu hermano para que quiera hacerte daño? —preguntó Arthur preocupado mirando a la joven que parecía asustada y perdida.
—Mi hermano tiene mucho poder e influencia. Quiere el poder que yo tengo. Si me encuentra, se acabará todo. Él tendrá el poder infinito.
—Esto sí es un gran problema. No estamos hablando de una persona común. Te ayudaré, pero únicamente si me cuentas quién es él.
—No podré ayudarte si no me cuentas. Debes confiar en mí —contestó Arthur decidido a ayudarla. Le dedicó una sonrisa para que supiera que podía contar con él.
La joven dudaba si contarle. En este momento él era el único en quien podía confiar.
—Mi hermano es Bentesicime. Es príncipe de este reino. No lo conozco, pero madre decía que era muy peligroso y que tenía una gran ambición. Tengo mucho miedo. Vi lo que le hizo a mi madre. No sé de lo que sea capaz de hacerme si me encuentra —dijo asustada mirando alrededor con temor hacia lo desconocido.
—Supongo que el destino quiso que nos conociéramos. Veo que en este momento me necesitas más que nadie —respondió Arthur mostrando su compromiso desinteresado por ayudar a Meredith.
—Ese hermano tuyo no es muy querido por el reino. Únicamente trae problemas. Nadie confía en que pueda ser un buen rey. Saber esto solo confirma mis sospechas.
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