El secreto del corazón del mar y el origen de todo capitulo 11 parte 5

Arthur era un joven artesano que tenía su propio negocio. Le encargaban confecciones de joyas a los nobles de todas partes del mar.

Su familia por generaciones había aprendido este oficio que les traía abundancia y una buena vida. Aunque su verdadero sueño era ser parte de la guardia real. Siempre quiso ayudar a su reino defendiéndolo de las amenazas.

Pero no podía dejar el legado familiar. Eran muy requeridos y admirados por su trabajo y dedicación. No podían decepcionar a su padre que tenía muchas expectativas y esperanzas en él.

Su madre estaba preocupada porque no había llegado a tiempo. Pensó que se había distraído con algo en el camino.

A lo lejos vio a su hijo acercándose con una joven sirena que parecía una diosa con cabellos plateados y ojos celestes como el mar.

—¿Hijo? ¿Quién es la joven junto a ti? —preguntó mirando con curiosidad a la joven que parecía algo distraída por el lugar.

—Oh, ella es Meredith. La conocí mientras regresaba de tu encargo.

—Hola, es un gusto conocerla, señora. Soy nueva en la ciudad. Aún no conozco mucho los alrededores —respondió la joven mientras observaba los diferentes comercios de la ciudad.

—Qué chica más educada. ¿De dónde se conocieron? ¿Es alguna noble? ¿Viene de una familia rica? —preguntó la madre de Arthur sin poder sacarle los ojos de vista. Pensaba que su hijo por fin le había traído una novia a la casa.

—Es mucho más que eso. Es de la realeza —dijo Arthur susurrándole en el oído a su madre que parecía chismosa por saber más al respecto.

—¡De la realeza! No me digas que ella es… —la mujer bajó la voz.

Pero parecía que habían llamado la atención de todas las sirenas y tritones del lugar.

—Mamá, podrías ser más discreta. ¡Nos están mirando todos!

Evitando la mirada de todos alrededor, llevaron a la joven adentro de su casa.

—Lo siento. No solemos recibir a gente de la realeza. Perdone mi falta de educación.

—Descuide. Puede tratarme con normalidad. Nadie sabe que soy hija del dios Poseidón y la ninfa Anfitrite. Me gustaría que aún siguiera siendo un secreto.

Ambos se sorprendieron al tener a la mismísima princesa. Aunque ambos se preguntaban por qué nadie en el reino sabía sobre su existencia.

La joven comenzó a contarles que su madre la mantuvo en secreto durante años para protegerla de su padre y sus hermanos.

—No creo que sea buena idea tenerte aquí. Es mejor que te vayas de mi casa —dijo la madre de Arthur mostrando desprecio a la joven que solo estaba mostrando su angustia y desconsuelo.

—Madre, no seas descortés. No podemos dejarla a su suerte. Si la obligas a irse, yo me iré con ella. No la pienso abandonar —dijo Arthur mostrando su enfado a su madre que solo parecía juzgar a la pobre chica sin ningún motivo.

—¿Estás loco? ¿O has perdido la cordura? ¿Cómo puedes elegir a una joven que solo conociste hace dos minutos? ¿Tienes idea de lo que estás haciendo? —dijo la madre de Arthur.

—Siento que lo que dices no es correcto. No dejaré que una inocente sufra a causa de otros. Ella nos necesita. Está desamparada, buscando un lugar y tú solo le das la espalda —dijo Arthur.

Meredith estaba conmovida por las palabras de Arthur. Nunca imaginó conocer a alguien que se preocupara tanto por ella además de su propia madre.

Él tomó la mano de la joven y la llevó a su taller donde confeccionaba las distintas joyas. Había un hermoso comedor y cocina, y una habitación en el segundo piso.

—Sé que no es mucho, pero este lugar me llena de paz y tranquilidad. Solía pasar mi infancia en este viejo taller, pero al menos tiene todo lo de una casa.

—Es más que suficiente. Gracias por defenderme. No sé cómo agradecerte todo lo que haces por mí —respondió Meredith dedicándole una mirada de agradecimiento y gratitud.

—No tienes de qué. Lo haría por cualquiera que lo necesite. Y veo que llegué en un buen momento. No me imagino ahí perdida buscando refugio.

En ese instante, Meredith abrazó al joven con cariño y le dijo:

—Muchas gracias. Estaba muy asustada. No sé qué haría si no estuvieras aquí para ayudarme.

Arthur la abrazó y le dijo que todo iba a estar bien, que no la dejaría sola. Ambos compartieron este momento especial.

La noche cayó y Meredith se inquietó. Parecía estar sufriendo en sus sueños. El joven se había quedado hasta muy tarde de la noche perfeccionando un collar de perlas mientras la observaba.

—No, por favor, no le hagas daño. Madre, no te vayas. No me dejes sola.

—¡Por favor, no me dejes! —en ese instante se despertó llorando mientras observaba el lugar.

Arthur se quedó desconcertado al verla llorar. No sabía cómo reconfortarla ni qué palabras decir para que se sintiera bien.

Decidió acercarse y darle un abrazo.

—Todo está bien. Fue una pesadilla. Estás a salvo. No tienes que temer. Estoy aquí.

La joven se recostó agotada y sin fuerzas. Se quedó dormida de nuevo.

Al día siguiente parecía estar mejor la joven, por lo que se le ocurrió mostrarle el reino para que conociera un poco más.

—Buen día, Meredith. ¿Qué tal dormiste? Te preparé el desayuno. Creí que tendrías hambre —dijo Arthur mostrándole el apetitoso desayuno y sonriéndole con aprecio.

—Oh, no tenías que hacer esto por mí —dijo Meredith.

Pero era inevitable. Un rugido salió de su estómago algo avergonzada.

Ambos se reían mientras compartían aquel momento.

—¿Te parece acompañarme al mercado? Pensé que sería una buena idea enseñarte la ciudad.

—Me encantaría conocer la ciudad, ¡qué emoción! Solo he leído libros toda mi vida, soñando y esperando con ver por primera vez la gran ciudad.

—Mira, tengo que entregar este collar a una noble de la ciudad.

—Me tomó mucho tiempo perfeccionarlo para que quedara así de bien. Mira los detalles.

La joven lo observó y vio cómo brillaba mucho. Le recordaba al corazón del mar, que se encontraba resguardado en la cueva.

—Es muy hermoso, seguro le encantará —dijo Meredith sonriéndole al joven.

Se reían y disfrutaban de la compañía del uno al otro.

—¿Qué se siente salir por primera vez? Debió ser duro estar tanto tiempo encerrada.

—Siempre he soñado con conocer todo esto, no puedo creer que esté aquí —respondió con entusiasmo y curiosidad.

—Esa es la estatua de la familia real. Es imponente, ¿no crees?

—Así es como luce mi padre. Nunca pensé que vería su rostro.

Meredith sintió un vacío en su corazón al saber que su propio padre no la quería. La hacía sentir miserable.

—Es bastante querido por todos. Aún no puedo creer que un dios tan admirado por todos fuera tan despreciable de no querer a su propia hija.

Arthur miraba al dios con desprecio. No podía soportar ver la triste mirada de la joven.

De pronto, Meredith salió nadando y se perdió por la enorme ciudad.

La joven se puso a llorar en una roca en un lugar desolado.

—¿Por qué, padre? ¿Por qué no me quieres? ¿Si fuera hombre me valorarías acaso?

–No sé qué más hacer. Mis hermanos tampoco me quieren. Estoy sola en este mundo.

El llanto llamó la atención de Tritón, quien deambulaba por el lugar.

—¿Te encuentras bien? Pareces algo triste. ¿Puedo ayudarte en algo?

Tritón miró a la joven, que parecía asustada y confusa. Pero sentía una familiaridad en su mirada, como si la hubiera conocido toda su vida.

—Dudo que puedas ayudarme. ¿Nunca te has sentido solo o perdido en el mundo?

—Siempre he tenido que competir constantemente con mi hermano. Nunca pudimos llevarnos bien. Parece que cada vez que intento hablar con él, piensa que quiero competir con él.

Meredith se quedó mirándolo. El dolor y sufrimiento en cada una de sus palabras le mostraron la soledad en su corazón. Era la misma que ella sentía.

—Lo siento, de pronto me quedé sumergido en mis pensamientos. Este lugar es mi favorito. Vengo aquí cuando me siento perdido. Es bueno saber que no soy el único que se siente igual.

Ambos se miraron y comprendieron que podían tener mucho más en común de lo que pensaban.

—Debe ser duro tener que competir todo el tiempo y más si es con tu propio hermano.

—A veces siempre tengo que parecer el más sensato, el más maduro. Es agotador. Desearía ser alguien normal, tener amigos, alguien que al menos me comprenda.

—Te entiendo. Perdí a mi madre, ella era todo para mí. Ahora me siento perdida y sin rumbo.

—Mi madre también se fue sin decir nada. Quién sabe dónde se encuentre. Solo quiero saber si está bien o a salvo. Sin ella aquí todo se volvió más difícil. Mi padre ya no me escucha, es como si nada le importara.

—Mi hermano quiere acabar conmigo, me cree una amenaza. Mi madre se fue para protegerme de él, quiere algo de lo que yo poseo.

Tritón, algo confundido, le preguntó:

—¿Cómo se llama tu madre?

—¿Por qué tu hermano quiere hacerte daño?

—Lo siento, no debí haber dicho eso. Creo que debo regresar con mi amigo. Estará preocupado por mí.

—Comprendo. Un gusto conocerte. Soy Tritón. Espero volver a verte pronto.

—Yo igual. Soy Meredith. Debo irme. Adiós.

La joven se fue mientras miró por última vez a Tritón mientras se alejaba por el océano.

—¿Ahora por dónde debo regresar?

Meredith se había vuelto a perder. Sin Arthur aquí se sentía insegura.

Arthur apareció entre las algas del desolado arrecife.

—¿Qué haces aquí? ¿No sabes lo peligroso que fue irte sin conocer el lugar? Pudo pasarte algo.

—Lo siento, no quería que me vieras en ese estado. Es solo que ver esa estatua me trajo recuerdos.

—Promete que no volverás a hacer algo así de arriesgado.

—Lo prometo, Arthur. Siento haberte causado problemas —dijo un poco angustiada al ver su bolsa. Se dio cuenta de que por su culpa no había entregado la joya.

—Descuida, buscaré una forma de entregársela. Sabía el riesgo que correría si no te encontraba. Es más importante que estés a salvo.

Meredith podía ver el enojo en la mirada de Arthur. Temía haberlo decepcionado. Pensó que había sido muy imprudente de su parte, cuando él había sido tan amable con ella.

Ambos regresaron a la ciudad mientras Arthur entregaba el pedido que le habían encargado.

—Toma, Delfina. Perdona la demora, surgió un contratiempo.

—Descuida, valió la pena la tardanza. Es demasiado hermoso, es justo como lo quería.

—Me alegro que te guste. Es una perla azul. Solo existen pocas así, son muy difíciles de conseguir.

—No es muy difícil para ti. Eres el mejor cuando se trata de confeccionar. Tu padre no se ha equivocado, tienes un gran talento.

Ambos se sonrieron con complicidad. Parecían conocerse hace mucho tiempo. Tanto que Meredith se sintió excluida.

—¿Oh, quién eres tú? ¿Nunca te había visto?

La mirada de Delfina se dirigió a Meredith, que parecía algo sorprendida por la repentina pregunta.

—Soy Meredith, amiga de Arthur. Un placer conocerte.

—Así que eres su amiga. Qué raro, nunca me habló de ti, Arthur —contestó Delfina con una sonrisa sospechosa a su amigo.

—Es mi nueva amiga. Nos conocimos hace poco. No pienses nada raro —contestó algo sonrojado por el interrogatorio.

—Es demasiado linda para ser tu amiga. ¿Sabes, Meredith? Este chico es muy serio a veces y muy sobreprotector.

En ese momento, una ráfaga de aire hizo caer a Arthur. Ambas comenzaron a reír de la repentina torpeza.

—No se rían, no es divertido —dijo mientras intentaba levantarse torpemente.

—¿Tú también haces joyas, Meredith? —preguntó con curiosidad.

—Oh, yo no. Nunca he confeccionado nada como eso. Solo he leído en libros que es muy valioso y que no muchos pueden permitírselo.

—La verdad es cierto, pero una sirena siempre debe lucir hermosa. Nunca se sabe cuándo puedes conocer al amor de tu vida —le contestó mirando a Meredith y Arthur.

Ambos se miraron y desviaron la mirada avergonzados.

—Vamos adentro. Creo que pronto habrá una tormenta.

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