En la oscuridad del abismo, Olivia tenía fríamente calculado su plan. Se había enterado por las cecaelias de que la princesa le gustaba deambular por el valle de las flores y que se la había visto con una sirena que recolectaba basura del mar. Sabía que su hermana y Acuá podían ser un obstáculo en su plan para deshacerse del rey. Por lo que se le ocurrió buscar el libro prohibido de las cecaelias que le había dado Marcus.
El libro era muy poderoso en manos equivocadas. Podía traer catástrofes, ya que tenía muchos hechizos que eran muy peligrosos. La fama de las cecaelias no hacía más que aterrar a las criaturas. Decidió aprovechar el miedo de las distintas criaturas para provocar caos en el reino. Para demostrarle a todos las sirenas y tritones de que las cecaelias eran más poderosas.
Olivia sentía un gran resentimiento hacia las sirenas. Por culpa de las sirenas, las cecaelias tenían que vivir en la oscuridad, siendo tratadas como inferiores. Cansada de sus tratos, planeaba acabar con toda sirena que se atreviera a meterse en su camino, aunque eso significara tomar el poder del rey.
Le llamó la atención un hechizo muy particular: metamorfosis de especie. Hacía que una sirena se debilitara y perdiera sus poderes mágicos, convirtiéndola en una humana. Siempre que intentara regresar al mar, sentiría una sensación de ahogarse.
La ventaja de este hechizo era que era difícil de detectar a simple vista. La víctima no sentiría los cambios, sino que su cuerpo comenzaría a cambiar y a debilitarse lentamente. La desventaja era que solo se podía usar en una noche de eclipse lunar. Olivia decidió aprovechar el eclipse que se aproximaba para poner su plan en marcha y deshacerse de la princesa.
En otra parte del océano, Acuá seguía dudando si asistir o no a la fiesta. Cuando de pronto tocaron su puerta. Sus ojos se encontraron con Lea.
—¿Me invitarás a pasar? —dijo Lea entusiasmada por conocer la casa de Acuá.
Acuá la dejó pasar, preguntándose cómo llegó a su casa.
—Supuse que no sabrías si ir o no al evento de esta noche, así que me adelanté —dijo Lea entusiasmada.
Acuá le contó que no sabía cómo vestirse para este evento. No tenía idea de cómo vestían los nobles del palacio.
—Tengo esto para ti. Ábrelo, es una sorpresa.
Acuá abrió la caja misteriosa de Lea. Al abrir la caja, vio un hermoso conjunto con perlas y un collar de perlas.
Sin saber cómo reaccionar, negó con la cabeza.
—Lo siento, Lea. No puedo aceptarlo. Debe ser muy caro —dijo Acuá abrumada por el regalo tan generoso.
Lea insistió en que ese regalo era solo para ella y que no se iba a ir hasta que se lo probara. Sin más que decir, Acuá se probó el conjunto. No podía creer que la joven que estaba en el espejo era ella.
De pronto, llegó su padre, que se quedó sorprendido al verla. Le recordaba a su difunta esposa. Las lágrimas se apoderaron de él, intentando contener la emoción.
—Eres igual a tu madre. Me recuerdas mucho a ella. Sus mismos ojos y la misma sonrisa —dijo Artur conmovido.
La joven se emocionó al escuchar esas hermosas palabras de su padre. Se acercó a abrazarlo.
—¡Aún la extraño tanto, padre! —dijo Acuá, recordando con nostalgia el rostro de su madre.
—Yo también, hija mía. No hay un solo día en el que no la recuerde —dijo Artur.
—Debes alistarte o llegarás tarde —dijo Artur.
Acuá tocó la mejilla de su padre, que brotaba de ella unas pequeñas lágrimas. Lea se sentía orgullosa de ver tal momento emotivo.
—Tenemos que irnos, Acuá. O llegaremos tarde —dijo Lea.
Preocupada por dejar a su padre, le preguntó:
—¿Vas a estar bien aquí tú solo? —dijo Acuá con pena en su mirada.
—Apresúrate, mi niña. Voy a estar bien. Diviértanse —dijo su padre.
Las jóvenes se despidieron y nadaron hasta llegar al castillo.
Este eclipse lunar era uno de los más importantes. Todos los años se le hacía un ritual para honrarle respeto al dios Poseidón y a la ninfa Anfitrite, brindando prosperidad al océano. Muchos reinos se reunían para este evento tan importante. Sirenas de todas partes del mundo venían a alabar a su dios.
Entre ellos se encontraba Dylan, el príncipe del norte. Era un joven carismático y querido por su pueblo y por el mismísimo rey Tritón. Entre la multitud de los invitados, sus ojos se dirigieron a una hermosa joven de piel clara con cabello blanco y una mirada misteriosa.
Mientras tanto, la familia real hacía su aparición saludando a todos los nobles de la corte y a los diferentes reinos. De pronto, el rey hizo su aparición y dio comienzo a la celebración. Como todos los años, se le otorgaba a una sirena un don especial que sería parte de su vida. El rey y su familia se apartaron para observar desde el trono la fiesta.
Con un gesto, Lea le pidió disculpas a Acuá.
Acuá asintió dándole a entender que podía ir tranquila y que no se preocupara por ella.
La fiesta seguía pero Acuá parecía un poco nerviosa mirando a la multitud de personas. En ese instante apareció un sirviente que le ofreció un cóctel.
—Desea beber una bebida burbujeante, señorita —dijo el mayordomo.
Acua asiente y le da las gracias al sirviente. De pronto nota que la bebida sabía un poco extraña. Sin darle mucha importancia, decide acercarse a la joven misteriosa.
—Hola. ¿Eres nueva por aquí? —dijo Dylan con una sonrisa encantadora.
Nerviosa, Acuá saluda al joven.
—Mi nombre es Acuá.
Dylan asiente y le responde:
—Un gusto conocerte, Acuá. ¿Qué opinas de la fiesta? —dijo Dylan con curiosidad.
—Nunca había asistido a una fiesta como esta —dijo Acua un poco nerviosa.
Dylan notó el nerviosismo de la joven y dijo:
—No debes mostrar tu miedo o nerviosismo y mucha menos a la reina y los nobles.
Acuá, sorprendida, le dijo:
—Se nota demasiado que no pertenezco aquí. Vine por mi amiga Lea a esta fiesta.
Al oír el nombre de Lea, Dylan se sonroja. Intrigada por la reacción de Dylan, le pregunta si la conoce. Dylan le dice que sí y comienza a contarle su historia.
—Somos amigos desde la infancia. Nuestros padres son viejos amigos y aliados —dijo Dylan.
Acuá sentía que Dylan sentía algo más que una simple amistad por Lea. Lea se acerca felizmente a Acuá.
—Veo que se conocieron. ¿Qué opinas de mi amiga Acua?
Dylan hace una reverencia seductoramente y besa la palma de la mano de Lea.
—¿No te dejes llevar por su carita de ángel? Es un mujeriego —dijo Lea burlándose de su intento de coqueteo.
—¡Oye!, harás que tu invitada piense mal de mí —dijo Dylan con una sonrisa encantadora.
Ambas rieron enérgicamente ante el gesto de Dylan. Incapaz de contener la risa, Dyan se les une.
Hacía mucho tiempo que Dylan no reía así. Será por la presencia de ambas que disfrutó por primera vez el evento que por lo general le parecía indiferente.
La reina se aproxima para hablar con los jóvenes.
—Me permiten hablar con la joven llamada Acuá —dijo Atenea algo seria.
Ambos miraron a Acuá sin saber qué decirle para apoyarla. Atenea y Acuá se dirigieron al estudio privado de la reina. Un poco nerviosa, la joven observa a la reina intentando descifrar sus intenciones.
—Te estarás preguntando por qué te traje aquí —dijo la reina seriamente.
Le cuenta a la joven que está sorprendida por su desempeño como sanadora y quería saber si le gustaría ser parte de los estudiantes sanadores del palacio. Entusiasmada, asiente.
—Es mi sueño ser parte de los sanadores. Lo decidí cuando vi a mi madre morir sin poder hacer nada para salvarla —dijo un poco triste Acuá.
La reina comprendió que la joven tenía mucha convicción y era fiel a sí misma.
—Estamos buscando gente capaz como tú con una gran dedicación a aprender —dijo Atenea con una sonrisa amable en su rostro. —No sé si seré digna de tal privilegio, pero me encantaría ayudar a los ciudadanos de Atlántida y a sus majestades —dijo Acuá. La reina se dio cuenta de la lealtad y educación de la joven.
—La beca es tuya por haber traído a salvo a la princesa de regreso al castillo. Es lo menos que puedo hacer —dijo Atenea firme en sus palabras. La joven no sabía cómo agradecer tal oportunidad. —Le estaré eternamente agradecida, su majestad. Ambas regresaron a la fiesta, cada una a sus respectivos lugares.
En ese instante, Acua decide alejarse de la fiesta. Luego recuerda aquella bebida que bebió y comienza a marearse sin entender qué estaba pasando con ella.
–¿Qué me está pasando? ¿Por qué me siento tan débil? —dijo asustada y sin saber qué hacer. Cada vez que nadaba se sentía cada vez más débil.
De pronto su respiración empieza a acelerarse en busca de aire en vano. Comienza a ahogarse. Lo que ella no sabía es que su cuerpo estaba cambiando. Sus escamas parecían desaparecer entre las burbujas del mar.
Aterrada, intenta moverse en vano. Cada movimiento que hacía parecía debilitarla aún más.
Las burbujas se apoderaban de su cuerpo transformando su cola de sirena por unas piernas humanas. El aire comienza a desaparecer de sus pulmones.
Por un instinto de supervivencia, decide nadar hacia la superficie. Acuá intenta nadar con sus nuevas piernas pero comienza a hundirse.
Luchando por sobrevivir, intenta con todas sus fuerzas llegar a la playa. Con sus últimas fuerzas consigue llegar a la orilla del mar. Acua, exhausta y débilmente, suelta un suspiro.
La brisa del viento soplaba por su cara dándole aire. Sin darse cuenta, era la primera vez que respiraba aire puro con sus pulmones.
Acua miró el cielo mientras sus ojos comenzaban a cerrarse lentamente hasta quedarse inconsciente.
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