La tensión en el aire era palpable. Desde que llegaron a la ciudad de los Santos, Naru y sus amigos habían sentido una extraña sensación de malestar. Miradas frías y desconfiadas se clavaban en ellos a cada paso que daban. ¿Por qué los Santos no estaban felices de recibirlos? ¿Había algo que ellos no sabían?
En medio de toda esta tensión y confusión, Naru decidió apartarse con sus amigos, el Capitán Hrogar y el espadachín, en un rincón del bar para hablar sobre su próximo destino, la ciudad de Elendor. Pero no pudieron evitar hablar de las extrañas miradas que los Santos les habían dirigido desde que llegaron a su ciudad.
"¿No te parece extraño?", preguntó Naru. "Toda la belleza de esta ciudad, pero no parecen muy felices de recibirnos."
El Capitán Hrogar frunció el ceño. "Escuché un rumor", dijo. "Dicen que los Santos no toleran la sangre impura, como nosotros. No les gusta que pisemos sus ciudades. Quizás esa sea la razón por la que no somos bienvenidos."
El espadachín se unió a la conversación. "Pero no podemos permitir que eso nos detenga", dijo. "Tenemos una misión que cumplir."
Naru asintió, pero no pudo evitar sentirse inquieto. Tenía la sensación de que había algo más que no estaban viendo. Entonces, decidió compartir lo que había experimentado en el castillo del rey Mefisis.
"Chicos, algo extraño sucedió en el castillo", comenzó a decir Naru, con una expresión preocupada en su rostro. "Mientras hacía la prueba, escuché una voz en mi cabeza que me decía 'no todo lo que ves es lo que es, cuida tu corazón porque de él emana la vida'. Y después, vi una extraña expresión en el rostro del rey."
El espadachín y el Capitán Hrogar se miraron entre sí, sorprendidos. Pero antes de que pudieran decir algo, Naru continuó hablando.
"Y eso no es todo", dijo Naru. "La voz que escuché, sigue resonando en mi cabeza, llenándome de preocupación y alerta."
El espadachín puso una mano en el hombro de Naru. "No te preocupes, amigo. Vamos a estar juntos en esto", dijo. "Y si algo extraño sucede, estaremos preparados para enfrentarlo."
Naru asintió, sintiendo el apoyo de sus amigos. Pero aún así, no podía evitar sentirse inquieto sobre lo que les depararía en la ciudad de Elendor. ¿Qué secretos ocultaban los Santos? ¿Cómo enfrentarían los peligros que les esperaban?
La tensión en el bar aumentó en segundos cuando los Santos comenzaron a pelear con la tripulación del capitán Hrogar. Los insultos volaban de un lado a otro y las sillas se volcaron en medio del alboroto. Naru, el espadachín y el capitán Hrogar se mantuvieron alejados del altercado, pero se mantuvieron alerta ante cualquier posible peligro.
En ese momento, el capitán Hrogar comenzó a emanar una energía oscura y autoritaria que hizo que todos en el bar se detuvieran y lo miraran con temor. El capitán tomó una de sus pistolas de pólvora y disparó hacia la dirección de los Santos, rozando la frente del que inició la pelea. Con voz firme, el capitán amenazó a los Santos, advirtiéndoles que no se atrevieran a atacar a su tripulación.
La aura del capitán cubrió todo el bar, atemorizando a los Santos que se encontraban allí. En ese momento, Miralia intervino y les dijo a todos que se calmaran, que no era el momento ni el lugar para pelearse entre ellos. El capitán Hrogar bajó su arma y todos regresaron a sus asientos, como si nada hubiera pasado.
Naru, el espadachín y el capitán Hrogar se reunieron con Miralia, quien les informó que desde su llegada, se habían enviado águilas mensajeras a la ciudad de Elendor, pero aún no habían recibido ninguna respuesta. También les dijo que al amanecer partirían en el barco aéreo Asia hacia la ciudad de Elendor.
La emoción y el suspenso llenaron la atmósfera del bar. Nadie sabía lo que el futuro les deparaba en la ciudad de Elendor, pero todos estaban listos para enfrentar cualquier desafío que se les presentara en el camino. Naru y sus amigos estaban decididos a descubrir la verdad detrás de las extrañas miradas de los Santos y la misteriosa voz que Naru había escuchado en su cabeza
Naru y el espadachín estaban impresionados por la manera en que el capitán Hrogar había manejado la situación en el bar. Miralia, por su parte, se acercó a ellos con una expresión de preocupación en su rostro.
Lo siento mucho por lo que ha sucedido aquí -dijo Miralia-. No todos en nuestra ciudad son como ellos. Algunos de nosotros creemos en la paz y en la convivencia pacífica con otros pueblos.
Entendemos, Miralia -respondió Naru-. Pero ¿por qué hay tanta desconfianza hacia nosotros? ¿Qué hemos hecho para merecer esta hostilidad?
Miralia suspiró y bajó la cabeza. Después de un momento de silencio, dijo:
Nuestra raza ha vivido durante siglos, quizá milenios, en estas tierras. Somos los Santos, y como tal, hemos sido dotados por los dioses con la inmortalidad. Hemos visto el surgimiento y caída de imperios, la llegada de nuevas razas y la extinción de otras. Pero una cosa que no ha cambiado es nuestra posición como gobernantes de estas tierras. Los humanos, enanos y otras razas han llegado a estas tierras, y aunque al principio los acogimos con benevolencia, con el tiempo comenzamos a verlos como intrusos en nuestro hogar. La llegada de los humanos, en particular, ha sido un problema. Han llegado en grandes números, han ocupado nuestras tierras, han construido ciudades y han creado imperios. Y aunque muchos de ellos han sido leales a nosotros, otros han intentado usurpar nuestro poder.
¿Y qué pasa con nosotros? -preguntó el espadachín-. ¿Por qué nos ven como una amenaza?
Porque no somos de aquí -respondió Miralia-. Ustedes son forasteros, de una tierra lejana que no conocemos. No sabemos cuáles son sus intenciones. Y además, no son inmortales como nosotros. Algunos de nosotros creen que no deberían estar aquí. Pero yo no comparto esa opinión. Creo que todos los pueblos tienen derecho a vivir en paz y armonía.
Gracias por tus palabras, Miralia -dijo Naru-. Nosotros también creemos en la paz y la armonía. Esperamos poder demostrarles que no somos una amenaza.
Miralia asintió y les dijo que debían descansar para el viaje que les esperaba al día siguiente. Los tres amigos se despidieron y se retiraron a sus habitaciones, pero la tensión en el aire era palpable. La desconfianza y el misterio que rodeaba a los Santos había puesto a todos en guardia, y la visita a la ciudad de Elendor prometía ser aún más peligrosa de lo que habían anticipado.
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