La nieve comenzaba a caer en la capital de los mortales, lo que significaba que el invierno estaba en pleno apogeo. Naru y el espadachín se habían refugiado en una posada, donde disfrutaban de un plato caliente y bebían algo para calentar sus cuerpos. Sin embargo, la conversación rápidamente se desvió hacia el extraño poder que Naru había demostrado al expulsar al demonio del mendigo.
"¿Qué fue lo que hiciste, Naru?", preguntó el espadachín con curiosidad. "Nunca había visto algo así antes".
Naru se encogió de hombros, todavía tratando de comprender lo que había sucedido. "No lo sé", respondió. "Fue como si algo dentro de mí se hubiera activado y me hubiera guiado".
El espadachín frunció el ceño. "Espero que no sea peligroso", dijo con precaución. "No sabemos de qué se trata. Podría ser magia o incluso poder divino".
La conversación fue interrumpida por la entrada de un grupo de soldados que pedían que los acompañaran a un templo cercano. Naru y el espadachín se miraron, sintiendo la tensión en el aire, pero decidieron seguir a los soldados.
Llegaron al templo y fueron recibidos por varios sacerdotes, incluido un hombre llamado Isaías, el sacerdote principal del templo. Isaías era un hombre amable y casto, lleno de templanza.
Isaías explicó lo que había sucedido con el mendigo y pidió la ayuda de Naru y el espadachín para encontrar la fuente del mal. Los dos accedieron a ayudar, aunque Naru sabía que la tarea no sería fácil.
Naru y el espadachín asintieron a las palabras del sacerdote Isaias, mientras los diáconos permanecían en silencio. La conversación giraba en torno al demonio que había poseído al mendigo y que había sido expulsado por la extraña habilidad de Naru.
"Es una bendición que haya alguien como tú entre nosotros, Naru", dijo el sacerdote Isaias con una sonrisa. "Es posible que tengas un don que te permita combatir a las fuerzas oscuras".
Naru asintió, aún sintiendo la energía que había emanado de él cuando expulsó al demonio del mendigo. Pero su mente se distrajo cuando notó algo extraño en los ojos de los diáconos. Eran pequeños destellos oscuros, casi imperceptibles, pero lo suficientemente evidentes para que los notara. Y lo peor de todo es que los destellos se movían, como si hubiera algo dentro de los diáconos.
De repente, los ojos de Naru se abrieron de par en par. Los destellos oscuros se convirtieron en figuras humanoides que se agitaban dentro de los cuerpos de los diáconos. Eran demonios, y no cualquier demonio, sino demonios poderosos que se habían ocultado en los cuerpos de los diáconos.
Naru contuvo el aliento, pero el espadachín lo notó. "¿Qué pasa?", susurró.
Naru no respondió, pero su expresión lo decía todo. Había visto algo que nadie más podía ver. Sabía que los diáconos estaban poseídos por demonios, y eso significaba que el peligro era inminente.
Naru, el espadachín y el sacerdote Isaías se encontraban en el templo, hablando acerca de la oscuridad que se estaba apoderando del mundo. El espadachín estaba preocupado por los rumores que había escuchado sobre brujos y demonios que se estaban apoderando de las tierras cercanas.
"¿Qué sabes sobre los oscuros y los brujos, Isaías?" preguntó el espadachín.
Isaías suspiró y miró a los ojos del joven guerrero. "He oído hablar de ellos. Son seres malignos que buscan el poder y la dominación sobre los seres humanos. Algunos dicen que están detrás de la oscuridad que se cierne sobre nuestras tierras".
El espadachín frunció el ceño. "¿Cómo podemos detenerlos?"
Isaías levantó una mano en señal de pausa. "Antes de hablar de eso, debo contarte una historia. Hace mucho tiempo, hubo un grupo de guerreros llamados 'los exaltados'. Eran portadores de la luz, y podían ver cosas que otros no podían ver. Tenían poder en sus palabras, y eran capaces de luchar contra la oscuridad".
Naru escuchaba atentamente, sintiendo la emoción crecer dentro de él. ¿Podía ser él también uno de esos guerreros?
"¿Y cómo podemos saber si alguien es un exaltado?" preguntó el espadachín.
"Es difícil decirlo. Pero hay ciertas señales. Los exaltados tienen un aura especial, y sus ojos brillan con luz. También son capaces de ver más allá de lo que los demás pueden ver".
Naru se estremeció al escuchar esto. De repente, recordó una sensación extraña que había experimentado hacía unos días, cuando había sentido algo como un poder que se agitaba dentro de él.
De repente, los ojos de Naru se abrieron de par en par, y señaló hacia los diáconos que estaban en el altar. "¡Cuidado! ¡Están poseídos por los demonios!"
Los tres guerreros se pusieron en guardia mientras los diáconos se transformaban ante sus ojos. La piel de los hombres se volvió negra como la noche, y sus ojos brillaron con un rojo ardiente. De sus bocas surgieron gritos guturales, y de sus manos emergieron garras afiladas.
El espadachín y Naru se lanzaron al ataque, sus espadas cortando el aire con un zumbido sordo. Isaías se mantuvo detrás de ellos, invocando la protección de los dioses y lanzando hechizos que desorientaron a los demonios.
La batalla fue larga y agotadora, pero al final, los tres guerreros salieron victoriosos.
Los demonios desaparecieron de los cuerpos de los diáconos, que volvieron a la normalidad. Solo quedaron los cuerpos inmóviles de los demonios en el suelo, mostrando la forma grotesca de su verdadera naturaleza. Naru y el espadachín se quedaron mirando la escena, tratando de procesar todo lo que había sucedido.
"¿Qué demonios acabamos de presenciar?", dijo Naru con una voz temblorosa.
"Los demonios, literalmente", dijo el espadachín con una risa irónica. "Pero en serio, esto es solo el comienzo."
Naru asintió en silencio, sabiendo que lo que acababa de experimentar era solo el comienzo de una larga y peligrosa aventura. Ellos dos sabían que tenían que prepararse para lo que viniera después.
El sacerdote Isaías y el espadachín se quedaron en el templo junto a Naru, observando los cuerpos inmóviles de los demonios caídos. El ambiente se volvió pesado, lleno de un silencio tenso. Finalmente, el espadachín habló.
"Tendremos que estar siempre alerta", dijo, "nunca sabremos cuándo volverán estos demonios".
El sacerdote Isaías asintió en silencio, mientras Naru permanecía en silencio, tratando de procesar todo lo que acababa de suceder.
De repente, un fuerte golpe en la puerta del templo interrumpió el silencio. El espadachín se puso en guardia, listo para enfrentar cualquier amenaza que pudiera surgir.
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Comments
Alberto Herrera Gómez
dinámica la historia
2024-04-22
1
Samu
Me gusta, esta entretenido
2023-03-22
1
Dark Darian🌹
Me gusta mucho este mundo, ya he votado por la historia y seguro lo volveré a hacer
2023-03-21
10